Rafael Sánchez Ferlosio: Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado. Madrid: Destino, 2002.
Diatriba de Sánchez Ferlosio contra los mitos del Progreso y la Historia engendrados por la Ilustración y empleados sin límite en las filosofías del s. XIX: Hegel o Marx, por ejemplo. Según Sánchez Ferlosio, siguiendo la estela de Jenófanes y Feuerbach, no fueron los dioses los que reclamaron sacrificios a los hombres, sino los sacrificios que los hombres cometieron quienes pusieron a los dioses en el cielo. La Ilustración sustituyó a los dioses por las grandes ideas de Historia y Progreso, a las que hoy día se ha añadido la sacrosanta Tecnología. Aunque no lo parezcan, son de la misma casta que el Yahvé-Señor-de-los-Ejércitos, pues continúan hipotecando el presente en función de un espejismo futuro y siguen alimentándose de sangre y dolor. Son los muertos sacrificados en el campo de batalla, en la acción heroica, los que otorgan dignidad a esas grandes Causas y no al revés. Prueba de ello es que cuando se quiere defender la nobleza de una Causa lo que se esgrime son los muertos que han dado su vida por ella. Así, las guerras, la carrera espacial, el toreo… Cito:
XVII. En el principio no fueron, ciertamente, los dioses de los cielos los que impusieron sacrificios a los hombres en la tierra, sino los sacrificios de los hombres de la tierra los que pusieron dioses en el cielo. Por consiguiente, no es que el sacrificio haya sobrevivido al cambio de los antiguos dioses, sino que es la perpetuación del sacrificio lo que demuestra que los dioses no han cambiado. ¡De nombre habrán cambiado, y de vestido; no de condición, como demuestra la renovada aceptación del sacrificio! Siguen siendo los viejos dioses carroñeros, vestidos de paisano, con los nombres de Historia o de Revolución, de Progreso o de Futuro, de Desarrollo o de Tecnología. Los mismos perros sangrientos con distintos aunque no menos ensangrentados collares. Más valía haber dejado en paz los dioses en sus cielos y quebrantado, en cambio, la mítica conexión del sacrificio, que era la fuerza que los sustentaba; ya ellos solos se habrían venido abajo desde las alturas, en vez de reflorecer y renovar sobre nosotros su cruento señorío. La Historia Universal no es sino el nombre, el disfraz y el maquillaje, tan pudorosa como fraudulentamente laicos, con que el arcaico y sangriento Yavé-Señor-de-los-Ejércitos, iam senex sed deo uiridisque senectus, circula y se las bandea hoy en día impunemente, como un viejo verde, por los salones de moda del agnosticismo. La prueba de que no es el dios el que demanda el sacrificio, sino que es, por el contrario, el sacrificio el que postula al dios la hallamos más arriba en el pasaje en que se observa cómo nunca es la Causa lo que se esgrime para justificar el sacrificio y la sangre derramada, sino siempre, por el contrario, el sacrificio, la sangre derramada, lo que se esgrime para legitimar la Causa. El sacrificio es el que crea, pues, la Causa; no ya la Causa la que promueve el sacrificio. (pp. 34-35)
Un matiz interesante que establece Sánchez Ferlosio es la diferencia que existe entre el modo en que el pensamiento político de derechas y el de izquierdas entienden la naturaleza de los sacrificios en nombre de la Historia. Para el de derechas el sacrificio tiene un carácter «remuneratorio», un precio que hay que pagar por el progreso. En cambio, para el de izquierdas el sacrificio tiene connotaciones de martirio cristiano, de culto a la muerte: se ofrece la sangre sin esperar nada, todo es cuestión de gracia, se confía en que «ninguna de las partes andará mirando en quién da más».
Una de las peores aberraciones cometidas por la civilización occidental, el genocidio que sucedió al descubrimiento de América, encuentra a menudo justificación en la idea de que al fin y al cabo se llevó el Progreso a pueblos lastrados por una inferioridad moral y una certificada incapacidad para el trabajo duro y la creación de riqueza. Sánchez Ferlosio destruye con ironía y acierto estos prejuicios. La peor de las vergüenzas, dice, es afirmar que toda aquella cruenta tragedia que denunció Bartolomé de Las Casas está justificada pues tuvo como consecuencia ese engendro llamado Hispanidad.
En definitiva, la Historia no es más que Historia de Dominación y, tal y como afirmaba Schopenhauer, no es más que una trágica pesadilla cíclica cuya única protagonista es la ciega e irracional Voluntad de Poder.
Un ensayo breve, sugerente y vibrante. Muy recomendable.
Muy agradecido por la reseña.
Ah, se le lee.
Saludos, me alegra que te sea de utilidad.
Lástima que se encuentre agotado.
salu2.
Ahora pueden ustedes encontrar «Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado» en el cuarto tomo de los ensayos completos de Rafael Sánchez Ferlosio, titulado «Qwertyuiop» y publicado recientemente. Es un tomo caro, al menos para quienes tenemos una economía modesta; pero sin duda «Mientras no cambien…» merece muchísimo la pena.
Enhorabuena por la reseña.
Un saludo.