David Foster Wallace: Hablemos de langostas


David Foster Wallace: Hablemos de langostas. Javier Calvo (trad.) Barcelona: Mondadori, 2007.

David Foster Wallace reúne en este volumen escritos de diversa índole publicados a lo largo de los últimos diez años en revistas y suplementos literarios. Sus reflexiones consisten principalmente en aplicar su mirada irónica (posmoderna, del tipo «esto ya lo hemos visto») sobre aspectos de la realidad norteamericana que aparentemente carecen de todo interés, como por ejemplo, el porno, las biografías de grandes deportistas o el festival de la langosta de Maine. El resultado, siendo irregular, contiene momentos inspirados y muy divertidos.

El ensayo que da título al libro, Hablemos de langostas, investiga el sufrimiento extremo al que sometemos a estos crustáceos carroñeros para cocinarlos. El modo habitual de hacer la langosta es introducirla viva en una gran cazuela con agua hirviendo. Esto en pocas cantidades puede resultar soportable pero, ¿qué pasaría si asistiéramos a un multitudinario festival de la langosta donde se hierven miles de ejemplares para satisfacer la demanda de miles de turistas? Foster Wallace, neurótico enfermizo, no puede evitar colocarse en el lugar del crustáceo y verse asaltado por la imagen de esas miles de langostas intentando escapar de la cazuela.

El artículo con que se abre el volumen, Gran hijo rojo, está dedicado al festival de los premios AVN (Adult Video News). Enviado por la revista Premiere, Wallace asiste como corresponsal a un evento típicamente americano, la entrega en Las Vegas de los premios anuales del cine porno. Un festival en el que se aplican al comercio del sexo las mismas técnicas de marketing que podemos ver en las ferias de turismo o agricultura: stands, azafatas, folletos, actuaciones típicas. Wallace constata que el porno ha evolucionado de un modo imparable y peligroso hacia el snuff ¿Hasta qué punto, se pregunta Wallace, cae dentro del derecho a la libertad de expresión y a la libre empresa, filmar una violación en grupo, venderla, convertir a la actriz en estrella, obligarla a firmar autógrafos y a que se la folle el público que asiste a la feria? Hablamos mucho de los derechos de la mujer, del sometimiento del velo islámico, pero nuestra sociedad entiende que es legal y apto para el comercio que se humille, se escupa y se viole repetidamente a una jovencita.

Los autores a los que dedica dos interesantes reseñas literarias son Kafka y Dostoievski. Del primero destaca su humor negro y del segundo realiza una interesante semblanza biográfica.

Dos artículos de tema político, La vista desde la casa de la señora Thomson, dedicado a la inevitable pregunta ¿y tú qué hacías el 11-S?, y el segundo, dedicado a la gira electoral de 2000 de John McCain. Este último artículo adquiere un renovado interés pues McCain se ha convertido en el candidato republicano a la presidencia para las elecciones de 2008. Wallace, corresponsal de Rolling Stone, se une al carro electoral de McCain experimentando sentimientos contradictorios: por un lado, desconfía del trabajo habitual de los políticos, excesivamente relacionado con las archiconocidas trampas de la publicidad y, por otro, se siente tentado por la historia épica de McCain. Cuenta Wallace que fue piloto de guerra en Vietnam, hecho prisionero y torturado durante años. Se negó a ser liberado mientras no lo fuesen también sus compañeros. De un héroe que ha pasado voluntariamente cinco años de su vida en un cajón de dos por dos puede esperarse que no mienta absolutamente, que no mienta del todo cuando dice que su aspiración es inspirar a la juventud americana a dedicar sus vidas a algo más que el mero interés egoísta, ¿o no?

En cualquier caso, dejo constancia de un párrafo algo anómalo, por ser de un sorprendente entusiasmo democrático para alguien tan cínico como Wallace:

Hagamos aquí una pausa de un segundo para un rápido Anuncio al Público de Rolling Stone. Suponiendo que sean ustedes Votantes Jóvenes en términos demográficos, de nuevo vale la pena tomarse un momento para considerar las implicaciones del último par de cosas que han dicho los técnicos. Si están ustedes aburridos y asqueados de la política y no se molestan en votar, están en la práctica votando a los establishments afianzados de los dos grandes partidos, que les aseguro que no son tontos, y que se dan perfecta cuenta de que les interesa mantenerlos a ustedes asqueados y aburridos y cínicos y darles cualquier razón psicológica posible para quedarse en casa fumando marihuana y viendo la MTV el día de las primarias. Y por supuesto, quédense en casa si quieren, pero no se engañen pensando que no están votando. En realidad, el no votar no existe: uno vota o bien yendo a votar, o bien quedándose en casa y multiplicando tácitamente por dos el valor de un voto del ala dura. (p. 260)

Creo que el artículo más hilarante es el que dedica a la autobiografía de la tenista norteamericana Tracy Austin, ganadora del U.S. Open a los 14 años. Wallace no da crédito al aburrimiento soberano que le produce esta exitosa aberración literaria. ¿Cómo es posible, se pregunta, hacer algo tan idiota con una materia prima tan alucinante como la tragedia heroica de esta musa del deporte? Cuenta Wallace que Tracy Austin fue la víctima precoz de una madre obsesionada por el éxito deportivo. Tras someter su cuerpo infantil a una disciplina feroz tuvo que abandonar el tenis antes de los veinte por culpa de las lesiones. El día en que, tras enormes sacrificios, estuvo preparada para reaparecer, sufrió un accidente de tráfico que le inutilizó la rodilla para siempre. ¿Cómo puede convertirse esta heroica historia deportiva en un bodrio infumable que incluye frases como: «Con 2-3 en el marcador, le rompí el servicio a Chris, luego ella me lo rompió a mí, yo se lo volví a romper, así que íbamos 4-4»?

El último artículo, Presentador, es un buen ejemplo del peor Wallace, pues roza la ilegibilidad. Incluye un montón de cuadros de texto a modo de notas en medio de la página. Lo peor es que estos cuadros pueden, a su vez, incluir otros cuadros de texto.

En definitiva, un libro relativamente recomendable, sincero y divertido.

Post Data heterodoxa:

Paralelamente al texto de Wallace he estado hojeando dos traducciones recientes del filósofo Odo Marquard (Stolp, Alemania, 1928), Felicidad en la infelicidad (Buenos Aires: Katz, 2007) y Dificultades con la filosofía de la historia (Valencia: Pre-textos, 2007). Elogiado por Savater en un artículo titulado La ironía escéptica de Odo Marquard no cabe duda de que posee un estilo claro y ameno y aporta un aire escéptico a las pretensiones totalizadoras de la razón moderna.

Sin embargo, hay algo en su discurso filosófico que me impide disfrutarlo: no dialoga con la realidad sino con la tradición filosófica. Eso lo convierte en una lectura sólo apta y de interés para filósofos profesionales. Y entre estos, no para todos, sino solamente para los aficionados a la filosofía alemana de la historia. Es justo lo contrario de lo que aprecio en un filósofo. Ansío ver a la filosofía enfrentada a la realidad y valoro mucho que extraiga las fuentes de su pensamiento de otro lugar que no sea la tradición clásica. Si no cumple con estas dos condiciones no puedo evitar que se convierta para mí en literatura académica de relativo o nulo interés. O, siendo algo menos radical, en libros interesantes que si tuviese más vidas para vivir sin duda leería pero el tiempo que me queda es el que es.

Aprendo mucho más de estos ensayos de Foster Wallace sobre fenómenos marginales pero esenciales de la realidad estadounidense que de los ensayos de Marquard. En esta línea creo que son insuperables los textos de Baudrillard sobre América. Recuerdo, por ejemplo, cómo utiliza la metáfora de Nietzsche sobre el desierto para hablar de Silicon Valley. Esa es la filosofía que ansío y que rara vez encuentro. Foster Wallace me ha recordado que existe esta otra forma alternativa de ejercer el pensamiento, de hacer filosofía.

Otra cosa, agradecer de nuevo a el_situacionista la recomendación de Foster Wallace.

Un comentario en “David Foster Wallace: Hablemos de langostas

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