Paul Auster: Leviatán

Paul Auster: Leviatán. Maribel de Juan (trad.) 12ª edición. Barcelona: Anagrama (Compactos), 2007.

Paul Auster (New Jersey, 1947) ha recibido el premio príncipe de Asturias en 2006. Es, entre los autores de éxito, los mejor vendidos, de los más recomendables.

Sus novelas se leen de un tirón gracias a las facilidades que Auster da al lector: consignas políticas progresistas, filosofemas que invitan a la autenticidad, el inquietante desfile de neuróticos, obsesivo-compulsivos, paranoicos y demás sujetos de vida novelable, sirenas y súcubos que asimilan amor y perdición, casualidades y sorpresas que funcionan a modo de perversos deus ex machina y cierto aire inteligente de novela negra.

Si restamos todos los ingredientes anteriores, útiles para vender libros pero prescindibles desde mi punto de vista personal, nos encontramos con el núcleo esencial de la obra de Auster. El autor aspira a elaborar algo parecido a una metafísica del caos. Sus novelas, en sus mejores momentos, dejan oír el eco del desastre ontológico al que nos relegó el demiurgo. En Leviatán, ese momento asombroso consiste en una ejecución perfecta de lo que Kurosawa ya había hecho en Rashomon: presentar de un modo irrefutable la imposibilidad del ser humano para asignar un significado definitivo a los hechos. Lo que llamamos verdad, el fundamento de nuestra vida diaria, no es más que un espejismo. Ningún hecho, especialmente aquellos en los que nos va la vida, se deja atrapar por nuestras categorías, tiene tantas caras y sentidos como podamos atribuirle. El ser humano, reducido a la mínima expresión, se enfrenta entonces a un realidad tan inmanejable y terrorífica como el infinito mar de la noche oscura del alma.

Auster da la talla de un clásico sólo en momentos muy puntuales. Si nos acercamos a su obra con esta reserva la experiencia puede ser muy gratificante.

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