Macedonio Fernández: Museo de la Novela de la Eterna. Ana María Camblong-Adolfo de Obieta (Coord.) 1ª reimp. Madrid: Editorial ALLCA XX, 1997.
Macedonio Fernández (Buenos Aires, 1874-1952) es autor de una obra complejísima que mezcla novela, relato, poesía, filosofía, crítica… En alguna parte leí que Macedonio había sido una ficción de Borges. El caso es que las alabanzas de este último son, para la mayoría, la puerta de entrada a la obra de este autor imprescindible.
Anteriormente a la obra que comentamos, Macedonio había publicado (obligado por sus amigos ya que perdía todos sus manuscritos cada vez que cambiaba de pensión) dos textos de teoría estética, No toda es vigilia la de los ojos abiertos (1928) y Papeles de Recienvenido (1929), que preparaban el camino para una revolución total de la novela. La propuesta estética de Macedonio está inspirada en el idealismo radical de Berkeley o Schopenhauer: todo lo que es es mera representación o, de otro modo, no existe nada más allá de la mente. Durante años se dedicará a crear expectativas acerca de una novela enigmática, hasta que en 1938 publica «Novela de Eterna» y la Niña del dolor, la «Dulce-persona» de un amor que no fue sabido, anticipo del Museo de la Novela de la Eterna, publicada de modo póstumo.
El idealismo de Macedonio es la clave filosófica que le permite dinamitar la forma clásica de la novela. En primer lugar, le sirve para borrar cualquier tipo de frontera entre el ensueño y la vigilia debilitando radicalmente el concepto cotidiano de lo «real». En segundo lugar, deconstruye nuestra forma habitual de clasificar y ordenar el mundo mediante conceptos usando un nuevo lenguaje y un elegantísimo sentido del humor. En tercer lugar, cede a los personajes voz propia y una realidad que va más allá de lo meramente literario para convertirse en paradigmas metafísicos y, por último, hace desaparecer del texto las coordenadas espacio-tiempo habituales. Todo, con un único objetivo, desestabilizar la identidad del lector, debilitar su yo y conducirlo definitivamente al reino de la Belleza de la Nada Eterna.
Como cualquier novela verdaderamente vanguardista el Museo de Macedonio es una lectura difícil, como lo es el Finnegans Wake de Joyce. Sin embargo, son tantas las veces que caemos en la cuenta de cómo los recursos que inventó Macedonio fueron usados luego por Borges, Cortázar, Calvino o Umberto Eco que no podemos sino reconocer su genialidad.
Cuando empezamos a leer el Museo es la Rayuela de Cortázar el primer libro que nos viene a la memoria. Recuérdese que en Rayuela Cortázar propone al lector dos formas de leer su libro: capítulo a capítulo empezando por el primero y terminando en el 56 o dando saltos empezando en el capítulo 73. Dice Macedonio que escribe para comodidad del lector salteado. Para ello no hace más que truncar el discurso narrativo una y otra vez. Es suficiente argumento recordar que el principio de la novela contiene más de treinta prólogos, pura ironía e inteligencia, dedicados en su mayor parte a la teoría literaria. Escribir para el lector salteado significa rechazar al lector que espera de la novela una historia con el esquema clásico de presentación, nudo y desenlace. Un lector que avanza ansioso hacia el final de la novela, haciendo a veces trampa, para poder deshacerse definitivamente del libro. Macedonio y Cortázar quieren al lector salteado, el que se deja arrastrar hasta el no-mundo de los personajes, el que no busca en la novela las mismas coordenadas y tribulaciones del mundo real sino que ansía demorarse en cada párrafo, en cada palabra y colocarse en lo posible del otro lado.
En uno de los prólogos, titulado Obras del autor, especialista en novelas Macedonio utiliza un recurso literario que vamos a ver repetido en Calvino, Borges y Umberto Eco. Consiste en, tomando como punto de partida el orden conceptual común, desfigurarlo arbitrariamente, pero manteniendo siempre como trasfondo la ironía y cierto aire de verosimilitud. De este modo queda al descubierto el carácter absolutamente proteico de un mundo al que inútilmente queremos apresar mediante el lenguaje. Estos son los diferentes tipos de Novela según Macedonio:
La Novela que Comienza
La Novela Impedida
La Novela que no Sigue
La Novela de Encargo
La Novela Salida a la Calle, con todos sus personajes, en ejecución de sí misma.
La Prólogo-Novela, cuyo relato se da a escondidas del lector en los prólogos.
La Novela sin Fin
La Novela escrita por sus Personajes
La Novela Inexperta, que se atarea en ir matando por separado a «personajes», ignorando que seres escritos mueren todos juntos en un Final de lectura.
La Novela que termina antes del desenlace
La Última Novela Mala
La Primera Novela Buena
La Novela Obligatoria
Macedonio Fernández: op. cit., p. 7
Pero Macedonio no aplica su lógica delirante sólo a los tipos de Novelas sino también a los tipos de aplauso, de personajes, etc. Su sentido del humor actúa como disolvente del entendimiento común y nos invita a reconstruir lo real. Inmediatamente, además, nos viene a la memoria un pasaje de imborrable recuerdo para cualquier lector de Calvino. En Si una noche de invierno un viajero Calvino recrea la disposición habitual de la inmensidad de libros que un lector debe atravesar en la librería hasta encontrar el que buscaba:
Conque has visto en un periódico que había salido Si una noche de invierno un viajero, nuevo libro de Italo Calvino, que no publicaba hacía varios años. Has pasado por la librería y has comprado el volumen. Has hecho bien.
Ya en el escaparate de la librería localizaste la portada con el título que buscabas. Siguiendo esa huella visual te abriste paso en la tienda a través de la tupida barrera de los Libros Que No Has Leído que te miraban ceñudos desde mostradores y estanterías tratando de intimidarte. Pero tú sabes que no debes dejarte acoquinar, que entre ellos se despliegan hectáreas y hectáreas de los Libros Que Puedes Prescindir de Leer, de los Libros Hechos Para Otros Usos Que La Lectura, de los Libros Ya Leídos Sin Necesidad Siquiera De Abrirlos Pues Pertenecen A La Categoría De Lo Ya Leído Antes Aun De Haber Sido Escrito. Y así superas el primer cinturón de baluartes y te cae encima la infantería de los Libros Que Si Tuvieras Más Vidas Que Vivir Ciertamente Los Leerías También De Buen Grado Pero Por Desgracia Los Días Que Tienes Que Vivir Son Los Que Son. Con rápido movimiento saltas sobre ellos y llegas en medio de las falanges de los Libros Que Tienes Intención De Leer Aunque Antes Deberías Leer Otros, de los Libros Demasiado Caros Que Podrías Esperar A Comprarlos Cuando Los Revendan A Mitad de Precio, de los Libros ídem De ídem Cuando Los Reediten En Bolsillo, de los Libros Que Podrías Pedirle A Alguien Que Te Preste, de los Libros Que Todos Han Leído Conque Es Casi Como Si Los Hubieras Leído También Tú. Eludiendo estos asaltos, llegas bajo las torres del fortín, donde ofrecen resistencia Los Libros Que Hace Mucho Tiempo Tienes Programado Leer, los Libros Que Buscabas Desde Hace Años Sin Encontrarlos, los Libros Que Se Refieren A Algo Que Te Interesa En Este Momento, los Libros Que Quieres Tener Al Alcance De La Mano Por Si Acaso, los Libros Que Podrías Apartar Para Leerlos A Lo Mejor Este Verano, los Libros Que Te Faltan Para Colocarlos Junto A Otros Libros En Tu Estantería, los Libros Que Te Inspiran Una Curiosidad Repentina, Frenética Y No Claramente Justificable. Hete aquí que te ha sido posible reducir el número ilimitado de fuerzas en presencia a un conjunto muy grande, sí, pero en cualquier caso calculable con un número finito, aunque este relativo alivio se vea acechado por las emboscadas de los Libros Leídos Hace Tanto Tiempo Que Sería Hora de Releerlos y de los Libros Que Has Fingido Siempre Haber Leído Mientras Que Ya Sería Hora De Que Te Decidieses A Leerlos De Veras.Te liberas con rápidos zigzags y penetras de un salto en la ciudadela de las Novedades Cuyo Autor O Tema Te Atrae. También en el interior de esta fortaleza puedes practicar brechas entre las escuadras de los defensores dividiéndolas en Novedades De Autores O Temas No Nuevos (para ti o en absoluto) y Novedades De Autores O Temas Completamente Desconocidos (al menos para ti) y definir la atracción que sobre ti ejercen basándote en tus deseos y necesidades de nuevo y de no nuevo (de lo nuevo que buscas en lo no nuevo y de lo no nuevo que buscas en lo nuevo).
Todo esto para decir que, recorridos rápidamente con la mirada los títulos de los volúmenes expuestos en la librería, has encaminado tus pasos hacia una pila de Si una noche de invierno un viajero con la tinta aún fresca, has agarrado un ejemplar y lo has llevado a la caja para que se estableciera tu derecho de propiedad sobre él.
Italo Calvino: Si una noche de invierno un viajero. Madrid: Siruela, 1990, pp. 13-14
Michel Foucault (1926-1984) estuvo siempre interesado por mostrar el relativismo yacente en nuestro modo de ordenar el mundo mediante conceptos. Su obra más conocida sobre el tema es Las palabras y las cosas, que, curiosamente, empieza con una cita arquetípica de Borges.
Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas.
Jorge Luis Borges: El idioma analítico de John Wilkins en Otras inquisiciones. Citado por Michel Foucault: Las palabras y las cosas. Siglo XXI: Madrid, 1997.
El filósofo francés dedicó su obra a investigar el trasfondo categorial que determina el ser de las cosas en el mundo. En Las palabras y las cosas relata los cambios profundos que se produjeron en dicho trasfondo durante el paso de la Edad Media al Renacimiento. En cualquier caso, la moraleja del libro es afín a la filosofía de Macedonio: es el lenguaje el que hace al mundo y no al revés.
También Umberto Eco es muy aficionado a estas listas demenciales que retuercen nuestro sentido común en beneficio del poder de la imaginación y el lenguaje. Según Eco, en Las poéticas de Joyce (Barcelona: Lumen, 2000), la destrucción del orden categorial fue uno de los objetivos del escritor irlandés desde su primera obra, Retrato del artista adolescente (Madrid: Alianza, 2000). Joyce buscaba liberarse de la camisa de fuerza que supuso la educación filosófica escolástica que había recibido. Su rebelión contra el orden categorial de Tomás de Aquino se expresaba a través de estas listas de entes imaginarios. Umberto Eco aplica el mismo método en sus novelas con resultados brillantes. Así, en el El nombre de la rosa, ambientada en el mundo medieval, aprovecha para demorarse en el género de la zoología fantástica o bestiario, tan querido también para Borges.
Pensé que el mundo era bueno, y maravilloso, que la bondad de Dios se manifiesta también a través de las bestias más horribles, como explica Honorio Augustoduniense. Es verdad que hay serpientes tan grandes que devoran ciervos y atraviesan los océanos, y que existe la bestia cenocroca, con cuerpo de asno, cuernos de íbice, pecho y fauces de león, pie de caballo, pero hendido como el del buey, con un tajo en la boca, que llega hasta las orejas, la voz casi humana y un solo hueso, muy sólido, en lugar de dientes. Y existe la bestia mantícora, con rostro de hombre, tres filas de dientes, cuerpo dé león, cola de escorpión, ojos glaucos, la piel del color de la sangre y la voz parecida al silbido de las serpientes, monstruo ávido de carne humana. Y hay monstruos de pies con ocho dedos, morro de lobo, uñas ganchudas, piel de oveja y ladrido de perro, que al envejecer no se vuelven blancos sino negros, y que viven muchos más años que nosotros. Y hay criaturas con ojos en los hombros y dos agujeros en el pecho que hacen las veces de nariz, porque no tienen cabeza, y otras que viven a las orillas del río Ganges, y se alimentan sólo del olor de cierta clase de manzana, y, cuando están lejos de ella, mueren. Pero incluso todas estas bestias inmundas cantan en su diversidad la gloria del Creador y su sabiduría, al igual que el perro, el buey, la oveja, el cordero y el lince. Qué grande es, dije entonces para mí, repitiendo las palabras de Vincenzo Belovacense, la más humilde belleza de este mundo, y con qué agrado el ojo de la razón considera atentamente no sólo los modos, los números y los órdenes de las cosas, dispuestas con tanta armonía por todo el ámbito del universo, sino también el curso de las épocas, que sin cesar van pasando a través de sucesiones y caídas, signadas por la muerte, como todo lo que ha nacido. Como pecador que soy, cuya alma pronto ha de abandonar esta prisión de la carne, confieso que en aquel momento me sentí arrebatado por un impulso de espiritual ternura hacia el Creador y la regla que gobierna este mundo, y colmado de respetuoso júbilo admiré la grandeza y el equilibrio de la creación.
Umberto Eco: El nombre de la rosa. Barcelona: RBA, 1992. p. 268
Volvamos al Museo de Macedonio. A medida que avanzamos en la lectura nos vemos constantemente interpelados por el autor. Macedonio nos invita a entrar en la novela no como lectores pasivos y de corrido sino como auténticos personajes. Para ello no duda en dirigirse directamente al lector, en crear un personaje que es el propio autor y que interviene en la novela como uno más, en atribuir a los personajes el deseo de existir e incluso cierta nostalgia del mundo real y en sentenciar, una y otra vez, que el mundo real no es más real que el mundo de ficción. No cabe duda de que este recurso del autor enfrentado a sus personajes y al lector en una misma dimensión es propio también de Unamuno (Niebla, Madrid: Alianza, 2007) o Pirandello (Seis personajes en busca de autor, Madrid: Cátedra, 1992) pero, personalmente, prefiero este comienzo mágico de la novela de Calvino Si una noche de invierno un viajero. En mi opinión, posee un auténtico poder hipnótico.
Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo en seguida, a los demás: «¡No, no quiero ver la televisión!». Alza la voz, si no te oyen: «¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!». Quizá no te han oído, con todo ese estruendo; dilo más fuerte, grita: «¡Estoy empezando a leer la nueva novela de ítalo Calvino!». O no lo digas si no quieres; esperemos que te dejen en paz.
Italo Calvino: op. cit., p. 11
Todos los prólogos de la novela de Macedonio ofrecen un abundante arsenal utilizado posteriormente con entusiasmo para cambiar la novela y sus lectores. Sin embargo, cuando Macedonio dice empezar la narración nos encontramos con que su propuesta idealista hace imposible cualquier tipo de relato. El autor se obstina en su idealismo anti-realismo y libera al texto de cualquier coordenada espacio-temporal y a los personajes de cualquier tipo se sustancia corporal o psicológica. Macedonio da nombres de personajes a teoremas filosóficos que, como si fuesen Ideas platónicas, habitan en un no-lugar y viven ajenos al tiempo. El resultado es algo decepcionante: personajes etéreos enredados en disputas bizantinas aguardando la Nada.
Para entenderlo mejor compárase a Cortázar con Macedonio. Se observará inmediatamente que Cortázar sí supo dar vida a los experimentos vanguardistas de este. Se nos impone volver a las páginas de Cortázar, en París, con la Maga, Rocamadour, Horacio y Morelli… Y entonces creo que se entiende que Cortázar acertó, mientras que Macedonio y Borges se dedicaron a anticipar la muerte encerrándose en su torre de marfil particular.

