Felipe Benítez Reyes: Mercado de espejismos. Barcelona: Destino, 2007.
Como ya he dicho en otro lugar de este blog Benítez Reyes es, dentro del panorama nacional, el escritor que más me interesa, me divierte y activa el pensamiento. Domina todos los géneros: novela, poesía y relato corto. Un auténtico prodigio del verbo.
Antes de seguir, insisto en promocionar algunos de sus libros. El novio del mundo, la impresentable cosmovisión egomaniaca del filósofo Walter Arias, El pensamiento de los monstruos, protagonizada por un locutor de radio, policía, vidente e historiador de la filosofía, y Trama de niebla que reúne su obra poética completa, incluido el recomendable Escaparate de venenos, y cuya temática fundamental reside en cantar lo terrible de aquello que nos constituye más hondamente: el tiempo. Todos en Tusquets editores.
Pero vamos con Mercado de espejismos. Del mismo modo que El Quijote era una parodia de las novelas de caballerías, Mercado de espejismos es una burla despiadada del fenómeno que universalizó el repulsivo código Da Vinci, al cual se alude de forma indiscreta en la página 73. Hace siglos que no releo El Quijote pero, siendo el éxito editorial que es, supongo que Cervantes cumplió de sobra con su objetivo. Sin embargo, aunque me va a costar horrores hablar mal de Benítez Reyes, creo que este premio Nadal es, de suyo, un espejismo muy menor.
- El interés del lector se mantiene con ciertos altibajos las primeras doscientas páginas. El resto, otras doscientas, son tan aburridas que uno las lee sólo porque el libro está tan bien encuadernado que da gusto pasar las hojas. El autor retuerce unos personajes y una historia que no dan más de sí, con la única intención de ridiculizar un género al que sólo lectores descerebrados o unineuronales reconocen cierta entidad.
- Si nos centramos en la parte inteligible de la novela sentimos que Benítez Reyes sólo aparece a ráfagas. Me explico. Tanto El pensamiento de los monstruos como El novio del mundo, novelas de intención soteriológica, asociaban la salvación, a pesar de las muchas desventuras, fatalidades y engaños de este mundo, a los espejismos de la ficción, a la literatura, al arte de narrar, de fabular, de mentir, de tergiversar, de exagerar… Pero Jacob, el protagonista de Mercado de espejismos, es la triste antítesis de Walter Arias: es un nihilista, un adorador del pasado, de la rutina, del aburrimiento, de la costumbre. Porque, como todos sabemos, a cierta edad cualquier cambio es siempre un cambio a peor. Claro que Jacob somos un poco todos y yo, cuando compro una novela, pago generalmente para perderme de vista, la verdad.
De todos modos, en la novela abundan momentos que la redimen de sus errores. Cito algún ejemplo para que se animen a comprar el libro:
La infancia
En cualquier caso, me temo que todas las infancias son la misma infancia: un aprendizaje del terror, un adiestramiento para poder pasarnos el resto de nuestra vida temblando de confusión y de miedo sin que se nos note demasiado, con una mano vanidosa puesta en la cintura, distrayendo la llegada del momento de nuestra muerte con la filatelia o con la numismática, con expediciones científicas por regiones hostiles o con la ayuda de espejismos intelectuales como el amor o la teología, esas dos supersticiones que, generación tras generación, nos consuelan de nuestra intrascendencia en el universo, porque, se mire como se mire, un universo es siempre una cosa demasiado grande para cualquier conciencia individual. (pp. 11-12)
Los libros, el mal de Eratóstenes.
Cuando llegué a casa, tía Corina estaba leyendo. La diabetes va robándole visión, y estoy seguro de que si se ve privada algún día del don de la lectura, morirá del mal de Eratóstenes, aquel bibliotecario de Alejandría que, al comprobar que la debilidad de sus ojos le impedía leer, se dejó morir, desencantado y desdeñoso de todos los demás estímulos terrenales, pues los libros no eran para él cosas del mundo, sino cifra del mundo y arquetipos de la casi infinidad de cosas visibles e invisibles que lo componen. (p. 100)
El amor
Mi matrimonio fue, en resumidas cuentas, algo más que un fracaso concreto: fue, sobre todo, una decepción abstracta. Una decepción, para empezar, de mí mismo: en las arenas movedizas de mi corazón se caían a plomo las quimeras que intentaba levantar. (El corazón, fuente principal de la penitencia humana, según el ya mencionado Jakob Boehme.) Además de eso, no sólo supe que ninguna otra sirena iba a conseguir arrastrarme con la seducción de su cántico a una isla de alucinación y sufrimiento, sino que también comprendí que ninguna iba a tomarse la molestia de cantarme, porque las sirenas sólo montan su vodevil para los hombres sosegados y felices y no pierden el tiempo en cantar para los inquietos y dolientes, para los que huelen desde lejos a ruina, a insomnio, a diazepam y a psicoanálisis casero. (p. 96)
La filosofía
Las novelas inconclusas de Lolo Letaud forman una pila marchita de tramas descabelladas y trepidantes en las que se funde la historia con el delirio, el ocultismo con el espionaje y la solemnidad, en fin, con la subliteratura. Aunque me duele decirlo, su prosa tiene una cualidad grumosa, porque se le enredan las palabras a la hora de ponerlas en orden, así las tuviese muy claras en el pensamiento, que es una patología muy frecuente entre los aspirantes a la gloria literaria, de modo que, tras leer varios párrafos suyos, acabas siempre descolocado, ya que sus grumos sintácticos te trastornan un poco la cabeza, y no sabes bien en qué lío verbal estás metiéndote, que es algo que la mayoría de la gente sólo les tolera a los filósofos y a los redactores de los manuales de instrucciones de los electrodomésticos, que tienen en común la obligación de divulgar lo incomprensible. (p. 70)
PostData
- Hace unos veinte años había un cierto editor y filósofo marginal llamado el Barón de Hakeldama. A él le debemos la primera edición biligüe de The Waste Land de T. S. Eliot. En la página 73 de la novela se cuenta que Hakeldama significa «campo de la sangre». Bueno, pues resulta que Benítez Reyes, además de hacer aparecer a Hakeldama en la novela, compartía con él su afición por Eliot. No puedo olvidar citar su ejemplar edición de Prufrock y otras observaciones (Valencia, Pre-Textos, 2000)
-
- Dice:»…porque las agencias de viajes son los santuarios camuflados del teatro del absurdo» (p. 142)
- Y dice también: «Los aeropuertos son los espacios más irreales que conozco: un híbrido de centro comercial, de sala de espera del dentista, de invernadero y de nave espacial un poco averiada» (p. 278)