Musil, Las tribulaciones del estudiante Törless

Robert Musil (Klagenfurt, 1880 – Ginebra, 1942) fue un escritor austriaco que padeció y retrató como ningún otro la decadencia vital de la sociedad vienesa de fin de siglo, una sociedad que fue extraordinariamente pródiga en genios: Freud, Brahms, Loos, Wittgenstein, Broch, Klimt…. En 1906 publicó la novela Las tribulaciones del estudiante Törless, donde describe sus experiencias en la academia militar donde estudió interno durante su infancia. Törless es una lectura excelente para introducirse en las complejidades del inconsciente freudiano (instancia que ya habían descubierto los griegos y a la que denominaron hybris) y el duro proceso de formación de la personalidad. No es un texto para niños, sino una aproximación brillante al problema del mal, los orígenes bestiales del fascismo y el abismo profundo de la sexualidad. Las aventuras sádicas y homosexuales del protagonista resultaron bastante escandalosas para su tiempo. La novela fue un éxito editorial lo que le permitió dedicarse al oficio de escritor en lugar de explotar su licenciatura en Ingeniería. En 1911 aparecieron dos relatos de temática sexual reunidos bajo el título Uniones: La consumación del amor y La tentación de la serena Veronika. Durante la I Guerra Mundial sirvió en el derrotado ejército del Imperio Austro-Húngaro. En 1924 publicó la colección de novelas cortas Tres mujeres (Grigia, La portuguesa y Tonka) cuya influencia principal es el pesimismo de la filosofía de Schopenhauer. Vivió la mayor parte del resto de su vida en Viena dedicado a la redacción de una gigantesca novela que quedará inconclusa y cuyo título es El hombre sin atributos. En ella Musil sitúa bajo su particular microscopio el nihilismo de la sociedad que fue capaz de engendrar el fenómeno nazi. Entre la ironía y la tragedia Musil analiza los aspectos psicológicos y sociológicos sobre los que germinó la terrible brutalidad política de la época. Detrás del horror, dice Musil, no hay héroes ni genios, sino estupidez y desidia. La traducción de la obra de Musil al castellano ha recibido recientemente un fuerte impulso gracias a las editoriales Sexto Piso y Seix-Barral. Estas son las referencias:

  1. Las tribulaciones del estudiante Törless, Uniones, Tres mujeres y Obras póstumas publicadas en vida. Claudia Cabrera (trad.) Madrid: Sexto Piso, 2007
  2. El hombre sin atributos. José M. Sáez (trad). Barcelona: Seix-Barral, 2004.

Cuestionario para Historia de la Filosofía y Psicología.

  1. ¿Cuál es, según Musil, el efecto de la lectura de los clásicos (Schiller, Shakespeare, Goethe) sobre el alma adolescente?
  2. ¿Qué expectativas tenía Törless respecto a los efetos del arte, más concretamente, de la pintura?
  3. ¿Cuáles son las características del inconsciente que habita en todo ser humano y que Törless descubre en el despertar de la adolescencia?
  4. A Törless las manos de su compañero Beineberg les producen asco y repulsión. ¿Por qué?
  5. ¿Cuál es según Musil la «primera pasión del hombre que madura«? Da tu opinión al respecto.
  6. ¿Podrías relacionar los efectos que causa la prostituta Bozena en Törless con el complejo de Edipo?
  7. A lo largo de la novela va madurando la personalidad de Törless. Esta maduración coincide con la lucha entre el super-ego y el inconsciente. ¿Qué personajes representan ambas instancias?
  8. ¿A qué crees que se refieren «las porquerías que hicieron los alumnos» en cursos pasados y que les valieron la expulsión?
  9. ¿Qué razones da Beineberg a Törless para torturar a Basini? Da tu opinión al respecto. ¿Podrías relacionar el discurso de Beineberg con algunas ideas de Nietzsche o Dostoievski?
  10. ¿Cuál es el primer efecto que produce en Törless la contemplación de las torturas a que someten a Basini, Beineberg y Reiting? Busca información sobre el tema del sadismo.
  11. ¿Qué pensamientos despiertan en Törless los números imaginarios? ¿Qué conclusiones saca para su vida cotidiana?
  12. ¿Cuál es la función de tener ciertos libros clásicos, como por ejemplo Kant, en la biblioteca? ¿Qué impresión sacó Törless de la lectura de la obra de Kant?
  13. Según Beineberg la educación oficial no sirve para otra cosa que para esclavizar a los espíritus libres. Comenta sus razonamientos.
  14. ¿Qué recuerdos de la infancia despiertan en Törless la certeza de que su sexualidad es diferente a la de los demás?
  15. Una ópera pone a Törless en contacto con ese otro lado del mundo que la vida cotidiana se empeña en ocultar. ¿Qué rasgos atribuye a ese más allá?
  16. La contemplación de la desnudez de Basini despierta en Törless ciertos sentimientos e ideas acerca de la Belleza. Relaciónalos con El Banquete de Platón.
  17. Da tu opinión sobre el carácter de Basini.
  18. Resume los argumentos que ofrece Törless explicando su conducta ante el comité disciplinario.

Textos para comentar

Törless se abandonó por completo a su influencia, pues su propia situación espiritual e intelectual era aproximadamente ésta: a su edad, en un colegio normal ya se ha leído a Goethe, a Schiller, a Shakespeare, incluso quizá hasta a los modernos. Y así, a medio digerir, los jóvenes escriben ensayos o composiciones que les permiten expulsar de manera espontánea todo aquello. De este modo surgen tragedias romanas o la lírica más sensible que, bajo el ropaje de largas páginas llenas de signos de puntuación, se entretejen como en un fino encaje: cosas que en sí y por sí mismas resultan ridiculas, pero que revisten un valor incalculable para la seguridad del desarrollo. Pues esas asociaciones y sentimientos prestados desde el exterior ayudan a los jóvenes a superar los suelos peligrosamente blandos de esos años, donde uno se debe significar algo a sí mismo pero, a la vez, todavía se está demasiado inacabado como para poderse significar cualquier cosa. Da lo mismo si después queda algo en uno de eso y en otro nada; para entonces cada cual se habrá encontrado a sí mismo, pues el peligro sólo reside en la edad de la transición. Si en ese momento se le revelara a un ser tan joven lo ridículo de su persona, se abriría el suelo bajo sus pies o bien se derrumbaría como un sonámbulo que, de pronto, no viera ante sí más que el vacío.

Robert Musil: Las tribulaciones del estudiante Törless, pp. 18-19

Pensaba en las pinturas antiguas que había visto en los museos sin haber comprendido mucho. Esperaba que pasara algo, igual que frente a esas pinturas había esperado que sucediera alguna cosa que nunca ocurrió. Pero, ¿qué? Algo sorprendente, nunca antes visto, una vista fantástica de la cual no tenía ni la más pálida idea de qué podría ser; algo de una sensualidad terrible y animal; algo que lo atrapara como con garras y lo destrozara desde los ojos; algo que, de una manera que todavía no le era del todo clara, tenía que ver con los sucios delantales de las mujeres, con sus toscas manos, con la bajeza de sus casuchas, con… con revolcarse entre la suciedad de los patios… No, no… Ahora ya sólo sentía la ardiente redecilla frente a los ojos; las palabras no lo expresaban; no es tan terrible como parecen decir las palabras; es algo mudo, un estrangulamiento en la garganta, un pensamiento casi imperceptible y, sólo entonces, si se lo quisiera expresar con palabras, sería dicho con verdad; pero entonces, de todos modos, sería sólo remotamente parecido al original, como en una enorme ampliación donde no sólo se ve todo más claro, sino que también se ven cosas que ni siquiera están ahí… Y, no obstante, era algo que lo llenaba de vergüenza.

Robert Musil: Las tribulaciones del estudiante Törless, pp. 25-26

Lo seducía la fuga que emprendía hacia esa mujer, desnudo, despojado de todo, en una loca carrera.

Ahora bien, lo que le sucedía no era diferente de lo que les ocurría a los jóvenes en general. Si Bozena hubiera sido pura y joven y si él hubiera sido capaz de amar en ese entonces, quizá la hubiera mordido para hacer que en él y en ella la voluptuosidad se intensificara hasta llegar al dolor. Pues la primera pasión del hombre que madura no es amor por alguien, sino odio contra todos. No es que el sentirse incomprendido y el no entender el mundo acompañen a la primera pasión, sino que son su único origen no fortuito. Y la misma pasión no es más que una fuga en la que «ser dos» no constituye más que una soledad por duplicado.

Casi ninguna pasión primera dura mucho y siempre deja un regusto amargo. Es un error, una desilusión. Cuando termina, no se entiende uno a sí mismo y no se sabe a quién culpar. Esto sucede porque las personas que participan en ese drama casi siempre son actores casuales: compañeros casuales de fuga. Cuando la pasión se ha apaciguado, ya no se reconocen. Notan las divergencias mutuas, porque ya no perciben las afinidades.

Robert Musil: Las tribulaciones del estudiante Törless, p. 43

Törless había escuchado mudo, con los ojos cerrados, la narración de Reiting. De tanto en tanto un escalofrío le recorría hasta la punta de los dedos, y en su cabeza los pensamientos se elevaban, impetuosos y en desorden, como burbujas de agua hirviendo. Dicen que eso es lo que siente un hombre cuando ve por primera vez a la mujer destinada a enredarlo en una pasión devastadora. Se afirma que, entre dos personas, existe ese instante en que uno se inclina, retoma fuerzas, contiene el aliento: un momento de sumo silencio debido a la tensísima intimidad. Nadie puede decir lo que acontece en ese instante. Se trata, por así decirlo, de la sombra que arroja la pasión. Una sombra orgánica; un relajamiento de todas las tensiones anteriores y, al mismo tiempo, un estado en que surge un nuevo y repentino vínculo que ya contiene todo el futuro; una incubación concentrada en el filo de una aguja… Y, por otro lado, una nada, un sentimiento sordo e indeterminado, una debilidad, un temor…

Robert Musil: Las tribulaciones del estudiante Törless, pp. 62-63

Había reflexionado especialmente sobre las matemáticas, pues todavía recordaba sus pensamientos sobre el infinito.

Y la idea le había surgido, como una cosa ardiente en la cabeza, a mitad de la clase. En cuanto ésta hubo terminado, se sentó junto a Beineberg, pues era el único con el que podía discutir sobre el tema.

Oye, has entendido lo que acabamos de ver?

-¿Qué?

– El asunto con los números imaginarios.

– Sí, no es tan difícil. Sólo hay que tener en cuenta que la raíz cuadrada de menos uno es la unidad de cálculo.

– De eso se trata, precisamente, pues eso no existe. Todo número, sea positivo o negativo, si se le eleva al cuadrado, da un resultado positivo. Por eso no puede existir ningún número verdadero que sea la raíz cuadrada de algo negativo.

– Correcto. Pero, ¿por qué no se habría de intentar sacar también la raíz cuadrada en números negativos? Por supuesto que el resultado nunca tendrá un valor real y por eso se le llama imaginario. Es como si dijéramos: aquí siempre se sentaba alguien, pongámosle entonces hoy una silla también; e incluso si esa persona hubiera muerto, seguiríamos pretendiendo que iba a llegar.

– Pero, ¿cómo puede hacerse eso si se sabe con toda certeza, certeza matemática, que eso es imposible?

– Pues pretendiendo precisamente que no lo es. Algún éxito se alcanzará con ello. Finalmente, ¿en qué son diferentes los números irracionales? Una división que nunca termina, un quebrado cuyo valor nunca y nunca y nunca se obtiene, sin importar cuánto tiempo calcules. Y, ¿qué opinas de las líneas paralelas, que supuestamente se encuentran en el infinito? Creo que si fuéramos excesivamente escrupulosos, no existirían las matemáticas.

-En eso tienes razón. Si se lo imagina uno de esa manera, resulta bastante extraño. Pero lo notable es que, a pesar de todo, se puedan hacer cálculos reales con esos números imaginarios, o llanamente imposibles, y al final obtener un resultado real.

-Bueno, es que los factores imaginarios deben compensarse mutuamente con ese propósito durante el transcurso del cálculo.

-Sí, sí, todo lo que dices lo sé también. Pero, ¿no ves que de todas formas la cosa tiene algo muy raro? ¿Cómo expresarlo? Piensa en esto: en un cálculo de ese tipo, al principio tenemos números totalmente concretos, que pueden representar metros o alguna unidad de peso o cualquier otra cosa tangible y que, por lo menos, son números verdaderos. Al final del cálculo tenemos también esos mismos números verdaderos. Pero ambos extremos se ven enlazados por algo que no existe. ¿No es como un puente del que sólo existieran los pilares del principio y del final y que, no obstante, atravesáramos tan seguros como si existiera todo el resto? A mí este tipo de cálculo me da vértigo, como si una parte del camino se hubiera quedado Dios sabe dónde. Pero lo que me parece verdaderamente misterioso es la fuerza que se esconde en tal cálculo y que lo sostiene a uno de manera que pueda aterrizar sano y salvo.

Beineberg sonrió irónicamente.

– Hablas casi como nuestro cura: «Ves una manzana…, pues son las vibraciones de la luz que el ojo, etcétera… Y extiendes la mano para coger algo, ya que son los músculos y los nervios que ponen en movimiento a aquéllos. Pero entre ambas cosas hay algo más, y es el alma inmortal, que una vez pecó… Sí, sí, ninguna operación puede explicarse sin el alma que actúa sobre ustedes como sobre el teclado de un piano…».

Y Beineberg imitó el tono de voz con que el cura solía formular esa vieja comparación.

—Por lo demás, me interesan muy poco todas estas cosas.

—Yo pensaba que precisamente a ti tendría que interesarte. Yo, por lo menos, pensé de inmediato en ti, porque esto, si de veras es tan inexplicable, casi sería una confirmación de tus creencias.

—¿Por qué no habría de ser inexplicable? Me parece muy posible que aquí los inventores de las matemáticas se hayan tropezado con sus propios pies. Pues, ¿por qué razón aquello que está más allá de nuestra inteligencia no habría de permitirse una broma a costa de esa misma inteligencia? Pero yo no me ocupo de esas cosas, pues no conducen a nada.

Robert Musil: Las tribulaciones del estudiante Törless, pp. 99-100

Involuntariamente, dio un paso atrás. La repentina visión de ese cuerpo desnudo, blanco como la nieve, tras el cual el rojo de las paredes se convertía en sangre, lo deslumhró y lo dejó perplejo. Basini estaba bellamente construido; en su cuerpo faltaba casi todo rastro de formas masculinas, era de una delgadez casta y esbelta, como la de una joven muchacha. Y Törless sintió que la imagen de su desnudez ardía con cálidas, blancas llamas en sus nervios. No podía sustraerse al poder de esa belleza. Antes no había sabido lo que era la belleza, poque, ¿qué podía saber del arte a su edad? Hasta cierta edad, cuando uno ha sido educado al aire libre, el arte es una cosa incomprensible y aburrida.

Ahora la belleza había llegado a él por el camino de la sensualidad, en secreto y por asalto. Un aliento caliente y enloquecedor se desprendía de aquella piel desnuda, una suave y voluptuosa caricia. Y, no obstante, tenía algo tan solemne que casi lo obligaba a uno a juntar las manos en una plegaria.

Pero después de la primera sorpresa, Törless se avergonzó tanto de una como de otra cosa. «¡Pero si es un hombre!», el pensamiento lo indignaba, pero sentía que una muchacha no sería diferente a él.

Robert Musil: Las tribulaciones del estudiante Törless, p. 133

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