Giorgio Agamben: Infancia e Historia (1979)

 

Giorgio Agamben: Infancia e Historia. Buenos Aires. Adriana Hidalgo Editorial, 2007. Silvio Mattoni (tr.)

Comento el primer capítulo, el ensayo titulado «Infancia e Historia. Ensayo sobre la destrucción de la experiencia».

El diagnóstico que Agamben presenta en este ensayo sobre la experiencia cotidiana del hombre contemporáneo tiene ya algo más de cuarenta años. Agamben se inspira en un análisis previo de Walter Benjamin dedicado a las metrópolis europeas de entreguerras. Ambos vienen a decir que el hombre actual llega a casa después de una jornada agotadora «extenuado por un fárrago de acontecimientos —divertidos o tediosos, insólitos o comunes, atroces o placenteros—» con la imposibilidad de convertir ninguno de ellos en experiencia. Para que la experiencia tenga sentido y armonía es necesario un relato que las ordene (entiéndase, ¡unas experiencias merecen más la pena que otras!) y les dé sentido, finalidad.

No se malinterprete a Agamben, no está diciendo que hoy día ya no merece la pena experimentar nada. Agamben dice que el ser humano se niega a vivirlas. Delega el asunto en las cámaras, hoy día el móvil y las redes sociales.

Lo cual no significa que hoy ya no existan experiencias. Pero éstas se efectúan fuera del hombre. Y curiosamente el hombre se queda contemplándolas con alivio. Desde este punto de vista, resulta particularmente instructiva una visita a un museo o a un lugar de peregrinaje turístico. Frente a las mayores maravillas de la tierra (por ejemplo, el Patio de los leones en la Alhambra), la aplastante mayoría de la humanidad se niega a adquirir una experiencia: prefiere que la experiencia sea capturada por la máquina de fotos.

Agamben, G. Infancia e Historia, p. 8

Es la negación de la experiencia, la tendencia compulsiva a considerar que la experiencia es algo como esos programas de televisión cuyo material se extrae básicamente de los clips más vistos en las redes sociales: mascotas, caídas, accidentes… En este totum revolutum no hay relato ni presentador que ponga orden. 🙂

El abandono de la experiencia en favor del caos de la vida en la metrópoli o en las redes sociales se agudiza con cada nueva generación. Agamben dice, además, que no hay espectáculo más repugnante que ver a la generación anterior criticando a la más joven su incapacidad de experiencia cuando todo lo que han heredado es «una experiencia manipulada» y propia de un «laberinto de ratas» y frente a la que la única defensa posible es el rechazo.

Piénsese en las drogas, por ejemplo. En la segunda mitad del s. XIX los miembros del Club des Hashischins (Víctor Hugo, Dumas, Baudelaire, Gérard de Nerval, y Balzac) confiaban en que el hachís les abría la posibilidad de nuevas experiencias. Sin embargo, hoy está claro que el consumo generalizado de drogas obedece, al contrario, solo a una voluntad clara de deshacerse de una experiencia incomprensible y alienante.

Hasta aquí llega el diagnóstico, en mi opinión certero, de Agamben. En lo que sigue Agamben es muy afín a Heidegger. Es necesario ir al origen del problema, practicar su genealogía. Rastreando sus huellas en la Historia de la Filosofía llegaremos al punto en que el Ser tomó un camino pero había otras alternativas. De ahí es de donde Agamben toma sus intuiciones para una posible renovación de la experiencia. Esta forma de ejercer la Filosofía con origen en Aristóteles, Hegel y Heidegger es, en mi opinión, muy problemática. Es académicamente virtuosa pero, pasados los años, todo suena hueco y pasado de moda como el resto de este ensayo de Agamben que explico a continuación.

En Montaigne la experiencia es todavía importante, esencial, en la vida del ser humano. Basta leer sus Ensayos para entender esto. Existe un saber de la tristeza, del miedo, de la amistad, y se adquiere a través de las lecturas del mundo clásico y los recuerdos. Pero poco después llega la Revolución Científica y el sujeto de la experiencia estilo Montaigne pierde todo valor. Le suplanta el cogito cartesiano, sujeto del verdadero conocimiento, el conocimiento matemático. Este se consolida en Kant bajo el oscuro nombre de «unidad sintética originaria de la conciencia» y opuesto al yo empírico que no es sino una sucesión caótica y dispersa de imágenes incapaz de garantizar ni siquiera la identidad del sujeto. Si adoptamos la crítica de Hamman a Kant y entendemos que la teoría del conocimiento solo es posible aclarando sus relaciones con el lenguaje veremos que la «unidad sintética originaria…» no es más que una instancia en un discurso, un locutor. Este sujeto lingüístico es el que luego materializa la Psicología y lo convierte en conciencia.

Ahora que hemos visto que el pensamiento moderno se ha construido «sobre esa aceptación no declarada del sujeto del lenguaje como fundamento de la experiencia y del conocimiento» nos podemos preguntar si hay algún modo de recuperar al sujeto de la experiencia que quedó marginado con la llegada de la Ciencia Moderna. La respuesta de Agamben es buscar una infancia del hombre, una etapa prelingüística de nuestra vida. «Lo inefable es en realidad infancia… esa voz sagrada de la tierra ingenua…». En tanto prelingüístico es imposible, pero en tanto infancia, el psicoanálisis y el inconsciente han abierto una vía.

Lo dejo ahí porque este breve ensayo no va más allá. Es una lectura exigente, llena de ideas interesantes, muy culta, pero te deja muy insatisfecho, la verdad. 🙂

Inspirándome en este texto de Agamben quise transmitir a mis estudiantes algo de criterio para ordenar sus experiencias («no-experiencias», ¿mejor?) de Instagram. Consideré que la Estética es un modo de repensar la experiencia conectando nuestro sentir con la fantasía, los sueños, el deseo y el inconsciente. Son instancias casi prelingüísticas como sugiere Agamben. El caso es que escribí esta entrada. Espero que les sea útil, @ecsanchezb01.

 

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