Hans Blumenberg: Salidas de caverna, II, 3.

Hans Blumenberg: Salidas de caverna. [Höhlenausgänge] José Luis Arántegui (tr.) Madrid: Visor, 2004.

Parte II: «La caverna en el centro del estado». Capítulo 3: «De cómo los filósofos se hacen por primera vez imprescindibles al estado».

¿Por qué está destinada la polis a ser gobernada por filósofos salvadores y no por guardianes soldados o la muchedumbre ignorante? ¿Qué hace de los filósofos gente tan especial? Para responder Sócrates tiene que recurrir al paralelismo entre alma y estado. Evitar las perturbaciones en ambas depende de que cada parte se ocupe de lo suyo. Esto implica en el caso del subornidado plegarse al superior. Pero seguimos sin responder cómo puede la filosofía probarse superior dentro de la caverna, allí donde reina la opinión y el todo vale.

El gobierno de los filósofos es una idea sorprendente y ridícula para los contertulios de Sócrates. Así que este usa la ironía para preparar el terreno. Ocurre que en esta nueva polis, argumenta Sócrates, todo es extraño: las mujeres, por ejemplo, harán gimnasia desnudas tal y como la practican los hombres. Surgen las bromas y burlas pero Sócrates se defiende recurriendo a un cierto relativismo moral que, por cierto, contradice toda la disertación posterior sobre las Ideas. Dice Sócrates que la costumbre de ejercitarse desnudo tuvo su origen en Esparta y que fue objeto burla hasta que terminó por convertirse en algo cotidiano. ¿Por qué no habría de ocurrir lo mismo con las mujeres y la gimnasia o con los filósofos y la política?

Al fin y al cabo, el poder y la verdad deben ir unidos. Sin embargo, desde un primer momento Sócrates autoriza a los filósofos gobernantes el uso de la mentira de estado para emparejar a las mejores con los mejores y que los menos agraciados piensen que su mala suerte es cosa del azar ¿Qué distingue entonces a los filósofos de los sofistas? Es sencillo, el engaño es legítimo si lo usan los filósofos gobernantes pero no si lo usan los sofistas de la caverna. El engaño es legítimo si tiene su origen en el poder. Pero, si ese es el caso, ¿por qué han de ser los filósofos los agraciados por la fortuna para gobernar si en el fondo usan el engaño del mismo modo que los sofistas?

Hay una diferencia, dice Sócrates. El sofista vende la verdad a cambio de dinero mientras que para el filósofo la verdad es una cuestión esotérica, privada, que no debe exteriorizar pues la masa no haría otra cosa que resistirse contra ella. Esto implica una consecuencia gravísima: el filósofo no volvería a la caverna para informar de su visión de las Ideas sino tendría primero que «instaurar su dominio desde su visión y a resultas de ella». No hay otro modo: la espada ha de preceder a la verdad.

¿Quiénes son los antifilósofos, los que merecen ser dominados? Tres criterios se establecen a lo largo del mito para distinguirlos: el amor al dinero, el miedo a la muerte y la incapacidad para la reminiscencia. Estos defectos son congénitos e imperecederos. Resignarse al dominio de los filósofos es el único modo en que las multitudes pueden participar del mundo superior.

Platón dice que el mito de la caverna nos habla de la educación, del tránsito desde la ignorancia al saber. Pero esto es falso. El mito es un ejemplo de argumento circular: «para que alguien pueda llegar a ser filósofo tiene que serlo ya«. A lo semejante se llega por lo semejante.

Quienes quieren ver en el mito de la caverna algún tipo de defensa de los milagros que puede hacer la educación ha perdido de vista las el pragmatismo político de Platón. Primero toma el poder, luego ya discutimos lo de la Idea del Bien.

Otro capítulo brillante de Blumenberg, sacando a la luz matices inesperados y poco favorecedores del texto platónico.

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