
Eloy Sánchez Rosillo: La certeza. Barcelona: Tusquets, 2005.
Consta en la solapa del último libro de poemas de Eloy Sánchez Rosillo (1948) que es profesor de literatura española en la Universidad de Murcia, que obtuvo el premio Adonais en 1978 por Maneras de estar solo (un libro al que le pesa demasiado el paso del tiempo) y que ha publicado su obra completa en el volumen Las cosas como fueron. Poesía completa, 1974-2003.
Discrepo de sus certezas, de la certeza que da título al último poema del libro y que sirve de trasfondo al resto. No necesito el falso consuelo de un dudoso perdurar. La mejor redención: la nada y el olvido. En definitiva, no resuenan en mí versos como estos:
LA CERTEZA
(…) Cuanto existe, existió y será después.
En el misterio hermoso
de alentar en un mundo que se hizo
con la misma materia de los sueños,
¿cómo iba la muerte a poner fin
a esta fragilidad indestructible
que en nosotros habita?(…)
(p. 108)
Hay, sin embargo, algunos versos en La certeza que me resultan próximos y familiares, fruto, supongo, de experiencias vitales comunes. Así, por ejemplo, el sentimiento de lo sublime en «Agua de mayo»:
AGUA DE MAYO
(…) Y arriba un cielo trágico, como de fin de mundo,
lleno de apretujados nubarrones
sin cesar hostigados por hermosos relámpagos.
Marchaba el tren despacio; yo iba en el tren muy solo,
pero estaba contento y nada me faltaba,
porque es fácil sentirse venturoso y colmado
en una tarde como la que digo,
aunque sepamos bien que en otras ocasiones
puede la vida ser despiadada y terrible
aunque el amor se acabe y aunque exista la muerte.
(pp. 27-28)
En general, mi impresión de La certeza puede resumirse en el poema titulado «Nunca». No me gustan las palabras ni el estilo que utiliza Sánchez Rosillo, pero los tres últimos versos salvan el poema.
NUNCA
Ya nunca oiré la voz
de alguien joven diciendo para mí, también joven,
las palabras aquellas que escuché algunas veces
mientras duró la juventud, acaso
las únicas que merezcan oírse:
«Amor mío, amor mío». Labios trémulos
las pronunciaban. Sé que es imposible
que ese tiempo regrese y que yo vuelva a oírlas
con estremecimiento como entonces.
Lo sé, lo sé muy bien. Y qué terrible
resulta esta verdad sin remedio,
esta miseria absurda y para siempre.
(p. 65)
