
Carlo Michelstaedter: La persuasión y la retórica. Rosella Bergamaschi y Antonio Castilla (tr.), Miguel Morey (presentación), Sergio Campailla (prólogo y notas), Massimo Cacciari, Claudio Magris y Paolo Magris (textos complementarios). Madrid: Sexto Piso, 2009.
Carlo Michelstaedter se suicidó el 10 de octubre de 1910 tras enviar por correo La persuasión y la retórica, su tesis de licenciatura. El suyo, así como el del ídolo de Wittgenstein, Otto Weininger, puede interpretarse como un suicidio metafísico, consecuencia directa de su pensamiento filosófico.
Michelstaedter, al igual que ya lo había hecho Nietzsche, vuelve al origen de la filosofía, a los presocráticos: Heráclito y Parménides. Del mismo modo que estos distinguían entre el logos-verdad y la mera opinión, Michelstaedter distingue entre persuasión y retórica. La persuasión corresponde a la vía del ser o del logos y la retórica a la vulgar opinión. Lo que la persuasión enseña es la posesión plena del instante sin sacrificarlo a algo venidero. Incapaz de afrontar esta verdad, la mayoría construye la retórica, es decir, todo lo relacionado con el gigantesco cuerpo social destinado a postergar para siempre la propia vida. Esa es esencialmente la idea principal del libro de Michelstaedter. Es la misma intuición del eterno retorno que ya había expuesto Nietzsche en el Zaratustra. Sin embargo, ¿cómo explicar que ese descubrimiento supone en Nietzsche el momento de máxima afirmación de la vida, mientras que para Michelstaedter conduce a la justificación racional del suicidio? El razonamiento de Michelstaedter es, en este sentido, platónico: la vida se realiza completamente en la muerte o «filosofar es aprender a morir».
Desafortunadamente, La persuasión y la retórica no es un libro fácil. La verdad es que he disfrutado mucho más de la presentación de Miguel Morey, de quien he tomado prestadas las ideas expuestas más arriba, que del propio texto de Michelstaedter o del de Claudio Magris. No es mi intención juzgar el libro por una lectura incompleta y superficial pero tengo que reconocer que no ha satisfecho mis expectativas.
