Leon Bloy: Exégesis de los lugares comunes.

Léon Bloy: Exégesis de los lugares comunes. Manuel Arranz (trad.) Barcelona: Acantilado, 2007

La primera pregunta que necesito responderme cuando salgo de la librería con la última y carísima edición de un libro de Bloy es: ¿por qué compras cualquier título de Bloy que ves en la mesa de novedades aun sabiendo que te aburre y que ideológicamente lo menosprecias?

La respuesta es que una y otra vez lo recomendaban autores a los que he leído mucho, de los que he estado enfermo, y de los que, a fuerza de leerlos, he terminado por curarme: Ernst Jünger y Jorge Luis Borges. La recomendación viene de quien viene. Jünger combatió en el bando nazi y, aunque no fuese amigo de Hitler, ya hubiese podido, si le gustaba tanto la guerra, haber venido a defender la república (perdón por la demagogia, no es mi estilo, es el propio de Bloy, habitual del insulto y el pasquín). En cuanto a Borges, perdió el premio nobel por dejarse homenajear por gentuza como Videla o Pinochet, y por todos sus rancios comentarios sobre la estupidez de las mayorías. Ni a Jünger ni a Borges les gustó nunca el programa de la Ilustración: Razón, Ciencia, Progreso, Democracia, Libertad. En sus libros es habitual la loa a Nietzsche y la sugerencia de que se redescubra a Bloy.

El primer texto de Bloy al que tuve acceso fue una cuidada selección de sus Diarios publicada en la minoritaria editorial Bitzoc en edición de Cristóbal Serra. Bloy fue un crítico durísimo de la Modernidad, del entusiasmo de las masas por la ciencia, el progreso y el sufragio universal. Frente a la inoperancia y vaciedad de los valores ilustrados Nietzsche miró hacia delante e inventó a Zaratustra. Bloy, por el contrario, se conformó con mirar hacia atrás, convertirse al cristianismo, y defenderlo en su versión más extrema e inquisitorial. Para Bloy el peor pecado del hombre moderno era haber perdido su sensibilidad religiosa. Sin ella el hombre, para Bloy, no era más que un asquerosa cucaracha. Ahí es donde Bloy nos fustiga sin cesar: todos estáis muertos, escupe, porque habéis perdido el respeto por la divinidad, habéis perdido la fe, habéis dejado de creer en el milagro, burgueses, materialistas, lectores de periódicos, no merecéis sino arder en las llamas del apocalipsis, grita Bloy habitualmente.

Para que se hagan una ligera idea de cómo andaban sus conexiones neuronales cito algún párrafo de sus Diarios:

Los hombres modernos, casi todos esclavos del Demonio, poseen un instinto seguro de lo que es excelente, y lo rechazan con energía. Aborrecen la salud, al igual que aborrecen la BEATITUD.
La raza judía está de tal modo envilecida que es imposible representarse a un JUDÍO NOBLE. ¿Cómo nos figuramos a Abraham, si no le adornamos de rasgos cristianos? (p. 39)

No siendo el mal físico más que una consecuencia del pecado, Jesús empieza siempre por perdonar los pecados del enfermo que se le presenta, y carga con este peso. El enfermo, entonces, es curado de repente. (p. 43)

Y más de lo mismo, se enfada con el cura del pueblo porque no lleva una vida de pobreza, se vuelve loco si no puede ir a misa o comulgar, etc.

Exégesis de los lugares comunes es un libro en el que Bloy hace una crítica bastante demagógica y repleta de insultos contra los prejuicios del hombre moderno, el Burgués. Lo azota por su hipocresía moral, su falta de espiritualidad, su deplorable gusto estético, su maquiavelismo, su avaricia, su libertinaje sexual, su moderación política, por ser, en definitiva y en palabras de Bloy, un cerdo.

Editorial Acantilado
acaba de publicar una nueva edición completa de sus Diarios. Léon Bloy: Diarios. Cristóbal Serra y F.G.F. Corugedo (trad.) 736 páginas, 29 €. Quiero terminar esta breve reseña haciendo propósito de enmieda: pase lo que pase, no voy a comprarlo.

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