1. Influencias filosóficas
Los antecedentes indirectos de Nietzsche se remontan a la Grecia presocrática: su filosofía está próxima a Heráclito, principalmente en su afirmación de la inocencia del devenir, de la comprensión del devenir como juego. Enemigo de Heráclito y, por tanto de Nietzsche, es Anaximandro, el primer filósofo que entiende que la simple existencia es una injusticia, una culpa, que debe pagarse con la muerte. En esta misma línea de condena moral de la existencia se sitúan las propuestas de Parménides, Sócrates y Platón. Tanto el Ser de Parménides como el mundo de las Ideas de Sócrates y Platón son para Nietzsche un síntoma de decadencia, de pérdida de fuerza vital, de condena y renuncia a la Vida. La filosofía de Nietzsche estaría más próxima a los planteamientos relativistas de Protágoras («no hay hechos sólo interpretaciones») y las críticas a la moral de sofistas como Calicles y Trasímaco.
Antecedentes directos de Nietzsche pueden encontrarse en la Ilustración, por ejemplo, en Voltaire. Nietzsche compartió con los ilustrados las críticas a la superstición, al poder eclesiástico, al dogmatismo, a la metafísica. Sin embargo, Nietzsche rechaza la Ilustración al modo de Kant, tanto el replanteamiento de la metafísica desde los postulados de la razón práctica como el optimismo en su filosofía de la historia. Para Nietzsche ni es posible fundamentar los dogmas cristianos en la razón práctica ni existen motivos para confiar en un progreso moral de la humanidad.
Nietzsche toma de Schopenhauer algunas ideas fundamentales para su filosofía como la crítica al idealismo alemán que en el fondo no es más que una defensa filosófica de los dogmas y la moral cristiana, la constatación de que la razón está al servicio de las pasiones y los instintos y no al revés como creían los racionalistas y la concepción metafísica del arte según la cual es en la obra de arte donde se manifiesta la naturaleza profunda del mundo y del sentido de la existencia humana

Para Nietzsche, Wagner supuso la irrupción de un espíritu libre, alguien que mediante la poesía y la música aspiraba a una nueva obra de arte para lograr una nueva humanidad: nuevos héroes y nuevos dioses para aplastar al cristianismo clerical y resentido. Por ello cuál no sería la desilusión de Nietzsche cuando descubrió que Wagner ponía su música al servicio de la engañifa cristiana.
Frente al Racionalismo Positivista de finales del s. XIX surgió la corriente filosófica conocida como Vitalismo. Se llama vitalista toda filosofía que entiende como más fundamental la Vida que la Razón. Los conceptos más importantes alrededor de los que gira la filosofía vitalista son: temporalidad, instintos, irracionalidad, corporeidad, perspectiva, valor de lo individual, cambio, muerte, finitud… Tanto Ortega como Nietzsche son considerados filósofos vitalistas aunque es habitual señalar que Nietzsche da más importancia al papel del cuerpo, de los instintos, de lo irracional y la lucha por la supervivencia mientras que Ortega entiende el vitalismo de un modo más histórico o biográfico. En cualquier caso, la filosofía de Nietzsche aspira a hacer de la vida lo Absoluto de manera que le sirva como criterio para medir el valor de la metafísica y la moral presentes en la historia de la filosofía.
Asimismo se incluye a Nietzsche en el grupo de los llamados “maestros de la sospecha”: Nietzsche, Freud y Marx. Freud atribuía toda nuestra vida psíquica a la influencia del apetito sexual, Marx atribuía explica cualquier cuestión ideológica a partir de intereses económicos y Nietzsche atribuye el origen de nuestras ideas y nuestra moral al tipo de vida que está tras ellas: poderosa o debilitada. En el primer caso hablamos del superhombre y una moral natural mientras que el en segundo hablamos del cristianismo y de una moral antinatural.
2. Críticas a la metafísica, a la moral y a la religión cristiana.
En su primera obra, El nacimiento de la tragedia, frente al pesimismo de Schopenhauer, Nietzsche cree que los griegos supieron, mediante el arte –la tragedia clásica-, decir sí a la vida incluso en sus aspectos más terribles como la muerte y el dolor. La decadencia de los griegos comenzará, dice Nietzsche, con Sócrates y Platón, quienes, incapaces de enfrentar la vida en sus dolorosos aspectos dionisiacos, buscarán refugio mediante la razón en otro mundo, el «mundo verdadero».
La crítica de Nietzsche a la civilización occidental abarca gran parte de su obra posterior. Nietzsche, mediante el análisis psicológico, detecta el fenómeno del nihilismo detrás de todos los grandes valores de nuestra cultura.
La metafísica occidental es nihilista, está corrupta desde Sócrates y Platón. El primero hizo triunfar la razón frente a la vida y el segundo construyó un «mundo verdadero» frente a este «mundo aparente». La causa de esta «huida del mundo» se debe, según Nietzsche, a que representan un espíritu decadente pleno de odio a la vida, a las pasiones, a los instintos. Todos los «grandes conceptos filosóficos», el ser de Parménides, las Ideas de Platón, la cosa en sí de Kant tienen su origen en esta odio a la vida. El cristianismo, con todas sus prolongaciones tales como los postulados de la razón práctica de Kant, no son más que «platonismo para el pueblo», es decir, huida del mundo por causa de una vida «descendente, debilitada, cansada, condenada». Sólo Heráclito se salva de la crítica de Nietzsche pues fue el único que defendió la realidad del «mundo aparente», del devenir. Asimismo, dentro de su crítica a la metafísica occidental, entiende Nietzsche junto con Ortega y Gasset que no existen las «verdades en sí» sino sólo perspectivas, interpretaciones.
La moral occidental también es objeto de crítica por parte de Nietzsche pues es el producto de la «rebelión de los esclavos«, de los débiles. Según Nietzsche, inspirándose en la épica homérica, el sentido originario de «bueno» es noble, poderoso y de «malo» es vulgar o plebeyo. Pero con la expansión de la religión judeocristiana se produjo una inversión de los valores que ha de ser superada con la transmutación de los valores anunciada por Zaratustra.
3. Voluntad de poder y eterno retorno
a) Voluntad de poder

El enigma de la voluntad de poder tiene dos lecturas posibles: una concepción del mundo más allá del bien y del mal como una lucha de fuerzas caóticas y desiguales, y una interpretación del individuo como un eterno conflicto de pasiones.
En el primer caso, frente a la ciencia que ve el mundo como un cosmos, un todo ordenado y equilibrado de fuerzas Nietzsche afirma que la totalidad del universo es un caos de fuerzas en perpetua lucha. ¿Este caos es bueno o malo? Para Schopenhauer y el cristianismo es malo por lo que condenan al ser humano a la autonegación. Sin embargo, Nietzsche cree que la voluntad de poder no es objeto de valoración, sino sujeto: no se la juzga, es ella quien juzga, no se la elige, sino que es ella la que elige…
Respecto al individuo tomado como voluntad de poder Nietzsche afirma claramente «Vosotros también sois voluntad de poder»: el individuo es un microcaos en el que se refleja el caos de fuerzas que es el mundo. Es razonable el parecido con la teoría del inconsciente de Freud.
Frente a Spinoza y Schopenhauer, autores que han concebido al hombre como voluntad, Nietzsche marca sus diferencias. Nietzsche siempre señala, en primer término, el hecho de que la voluntad en modo alguno se contenta tan sólo con querer existir o conservarse (esta es la teoría spinozista), sino que aspira a dominar, a intensificarse, a crecer; en segundo lugar, aquí sólo contra Schopenhauer, que la voluntad de poder no busca sólo la simple suspensión del dolor sino que quiere también el dolor, que extrae su júbilo de algo que está más allá de la contraposición placer-dolor.
b) Eterno retorno
Antes, en el apogeo del cristianismo, se creía que de Dios manaba el tiempo y a Él volvía: el tiempo era vigilado por la eternidad. Lo inmanente, lo sensible, perecedero y caduco, sólo era una estación de paso hacia la verdadera realidad: la eternidad. La crítica ilustrada de la Divinidad no acabó con esta dualidad, sino que la continuó a otro nivel. Se entiende que el presente no existe sino en función de un futuro radiante de paz y armonía. Es el mito del progreso que obliga a sacrificar el presente en función de lo porvenir. Así se entiende la historia en Kant, Hegel, Marx, Comte… Schopenhauer llevó un paso más allá la muerte de Dios al denunciar que la voluntad que mueve al mundo no es más que destrucción y dolor y que el individuo no puede aspirar a nada más alto que a renunciar a ser: la esperanza kantiana en un final feliz de la historia no le mereció más que sarcasmos. En definitiva, cristianismo, ilustrados y Schopenhauer, cada uno a su modo, no son más que ejemplos de nihilismo, de condena de la vida.
En esta situación, la apuesta de Nietzsche consiste en plantear un enigma que derrote la desvalorización de la inmanencia, de la vida y exprese la plena afirmación de ésta, tanto en sus aspectos gratos y jubilosos como en los que nos espantan o desgarran dolorosamente. La idea del eterno retorno puede entenderse como la expresión de la máxima reivindicación de la vida: la vida es fugacidad, nacimiento, duración y muerte, no hay en ella nada permanente. Pero podemos recuperar la noción de permanencia si hacemos que el propio instante dure eternamente, no porque no se acabe nunca sino porque se repite sin fin. En cierto modo, y aunque pueda parecer paradójico, Nietzsche consigue con esta tesis hacer de la vida lo Absoluto. Sin embargo, no es nada fácil afirmar la repetición infinita de este universo caótico gobernado por la voluntad de poder. Nos asalta la duda de si amamos tanto la existencia como para que queramos la repetición infinitas veces del holocausto judío, de Hiroshima… Por eso Nietzsche llamaba a su iluminación del eterno retorno «la carga más pesada«.
Una vez superado el asco y el horror que produce el eterno retorno emerge la risa que dice sí a toda la existencia, la conciencia de que el mundo no es ni bueno ni malo sino pura inocencia del devenir, puro juego. Así Nietzsche vuelve a Heráclito.
4. Política
En cuestiones políticas la filosofía de Nietzsche se mantiene próxima al elitismo aristocrático de la épica homérica al afirmar que un pathos de la distancia, una división de la sociedad en clases, es necesario para que el hombre se supere a sí mismo. También puede comprobarse una clara toma de partido por Hobbes frente a Rousseau o Kant. Nietzsche entiende que en estado de naturaleza la única ley es la del más fuerte y que la función del Estado es proteger a los débiles de los fuertes.
Los planteamientos políticos de Nietzsche son, en general, extrañamente afines al conservadurismo platónico: críticas frecuentes a la democracia que no hace otra cosa que empeorar a la humanidad al intentar igualarla, convicción de que cualquier tiempo pasado fue mejor y preferencia por un sistema político aristocrático donde el poder esté en manos de «nuevos filósofos» que reinventen los conceptos del bien y del mal.
En cualquier caso Nietzsche no fue el profeta del totalitarismo del III Reich pues desde un individualismo agresivo advierte contra los peligros de la maquinaria del Estado, del Leviatán, capaz de convertir a los hombres en borregos. Tampoco es partidario Nietzsche del antisemitismo. Asimismo cuando rompe en alabanzas hacia los bárbaros y los «animales de presa» que han de conquistar a las «razas débiles» hay, en mi opinión, mucho más de mística homérica y lucha interior que de apología del belicismo germánico.
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