Sigmund Freud: Análisis fragmentario de una histeria (1905)

Exposición detallada del Análisis fragmentario de una histeria.

Bibliografía

  1. O.C. Vol VII, Amorrortu, 1961, pp. 22-122. José Luis Etcheverry (tr.)
  2. Escritos sobre la histeria, Alianza, 2002, pp. 7-109, Luis López Ballesteros (tr.), Ramón Rey Ardid (revisión tr.)

Este texto fundacional del psicoanálisis, también conocido como el caso Dora, fue publicado en 1905 aunque ya estaba escrito en 1901. Es un ejemplo insuperable de lo expuesto en La interpretación de los sueños.

El sueño es el vehículo por el que el contenido reprimido, que se ha vuelto patógeno, vuelve a la conciencia. El sueño es un rodeo que permite eludir la represión. La interpretación de los sueños es clave para elucidar el origen de los trastornos de los pacientes. En el caso Dora hay dos sueños que iluminan las causas de la disnea, tos severa y la afonía que son sus síntomas histéricos.

Las dificultades que Freud aprecia en la terapia psicoanalítca giran siempre en torno a la incapacidad de los enfermos para desarrollar una exposición ordenada de la historia de su vida. Esto ocurre porque:

  1. silencian conscientemente aquello que les resulta incómodo por repugnancia o pudor,
  2. una parte de su historia permanece oculta en el inconsciente y
  3. por último, se dan casos de amnesias verdaderas tanto del pasado remoto como de lo vivido recientemente e incluso de recuerdos falsos para ocultar tales lagunas.
  4. A veces los recuerdos están presentes pero el paciente los deforma trastornando el orden de sucesión temporal de los acontecimientos.

Sólo una vez superados estos obstáculos y después de muchas horas de investigación tenemos una historia inteligible de la vida psíquica del afectado.

También es fundamental para iniciar la terapia disponer de historiales médicos tanto del paciente como de su familia.

El círculo familiar de Dora (Ida Bauer) lo componen sus padres y un hermano mayor (Otto Bauer, político austríaco). El padre, Philip Bauer, es la figura dominante: rico industrial, inteligente, infatigable. Dora lo admira y le tiene tanto cariño que sufre en silencio sus devaneos amorosos, sus «infidelidades». Ha desarrollado hacia él cierto instinto protector pues lo ha visto enfermo con frecuencia: tuberculosis, desprendimiento de retina y una sífilis adquirida antes del matrimonio de la que se ocupó el propio Freud. El éxito del tratamiento de Freud fue el motivo por el que el padre llevó a Dora a la consulta de Freud. En la familia del padre hay una hermana que murió de un grave trastorno alimentario y un hermano hipocondríaco.

Dora llega a la consulta de Freud recién cumplidos los dieciocho. Se identifica con la familia del padre y asume como propio el destino de su tía. En cuanto a su madre era una mujer poco ilustrada, poco inteligente y que dedicaba toda su energía al gobierno del hogar. Es la conocida «psicosis del ama de casa«: obsesión patológica de limpieza que impide a los demás usar cualquier cosa o espacio de la casa. Las estructuras edípicas naturales habían aproximado a la hija y al padre y, por otro lado, al hijo y la madre.

Dora empieza a mostrar síntomas nerviosos desde los ocho años: disnea (dificultad para respirar). A partir de los doce jaquecas y tos nerviosa. Cuando inició su tratamiento con Freud padecía un trastorno de tos severa que podía derivar en una afonía completa. La duración de los ataques era de tres a cinco semanas. A pesar de esta neurosis Dora crece con una inteligencia clara y un juicio muy independiente. Se negaba de ir al médico de familia y fue su padre quien la obligó a ver a Freud.

La primera vez que Freud la ve tiene 16 años. Es un ataque de tos que desaparece espontáneamente. La muchacha crece y se convierte en una gallarda adolescente de fisonomía inteligente y atractiva. En el momento que entra en la consulta de Freud no se entiende con su padre ni su madre, no tiene vida social y se concentra en cursos y conferencias para señoras. Su padre la obliga a hacer terapia cuando encuentra una carta en la que se despide de todos.

El historial médico relatado hasta ahora no tiene nada de extraordinario. Parece una pequeña histeria con síntomas muy vulgares: disnea, tos nerviosa, afonía, jaquecas, depresión, excitabilidad y tedium vitae. En sus Estudios sobre la histeria escritos junto a Breuer, Freud defendía la hipótesis de que la causa de la histeria era de índole sexual.

La enfermedad de Dora tenía su origen en una curiosa historia familiar que el padre cuenta a Freud. El padre y la hija habían entablado amistad con el Sr. y la Sra. K. La Sra. K había cuidado del padre en su última enfermedad y el Sr. K era muy atento con Dora, acompañándola en paseos y haciéndole regalos. Las insinuaciones del Sr. K fueron a más y durante un paseo por el lago le hace a Dora proposiciones amorosas, intenta abordarla sexualmente. Dora lo abofetea y sale huyendo. Al poco se lo cuenta a su madre para que lo haga público. El Sr. K se defendió diciendo que Dora estaba demasiado interesada en lo sexual, que leía un libro titulado Fisiología de amor y que acalorada por la lectura se lo había inventado todo. Dora, por su parte, exige a su padre que la defienda del Sr. K y rompa con la Sra. K. El padre le cuenta a Freud que la Sra. K lo necesita, que es desgraciada en su matrimonio, y que no piensa hacer caso a Dora.

Sólo algunos días después explicó su llamativa conducta contando a su madre, para que esta a su vez se lo trasmitiese al padre, que el señor K., durante una caminata, tras un viaje por el lago, había osado hacerle una propuesta amorosa. Cuando el padre y el tío de Dora pidieron cuentas de su proceder al inculpado en una inmediata entrevista, este desconoció con gran energía toda acción de su parte que pudiera haber dado lugar a esa interpretación, y empezó a arrojar sospechas sobre la muchacha, quien, según lo sabía por la señora K., sólo mostraba interés por asuntos sexuales y aun en su casa junto al lago había leído la Fisiología del amor de Mantegazza, y libros de ese jaez. Probablemente, encendida por tales lecturas, se había «imaginado» toda la escena que contaba. «Yo no dudo —dijo el padre— de que ese suceso tiene la culpa de la desazón de Dora, de su irritabil idad y sus ideas suicidas. Me pide que rompa relaciones con el señor K., y en particular con la señora K., a quien antes directamente veneraba. Pero yo no puedo hacerlo, pues, en primer lugar, considero que el relato de Dora sobre el inmoral atrevimiento del hombre es una fantasía que a ella se le ha puesto; y en segundo lugar, me liga a la señora K. una sincera amistad y no quiero causarle ese pesar. La pobre señora es muy desdichada con su marido, de quien, por lo demás, no tengo muy buena opinión; ella misma ha sufrido mucho de los nervios y tiene en mí su único apoyo. Dado mi estado de salud, no me hace falta asegurarle que tras esta relación no se esconde nada ilícito. Somos dos pobres seres que nos consolamos el uno al otro, como podemos, en una amistosa simpatía. Bien sabe usted que no encuentro eso en mi propia mujer. Pero Dora, que tiene mi obstinación, se afirma inconmovible en su odio a los K. Su último ataque sobrevino tras una conversación en la que volvió a hacerme el mismo pedido. Procure usted ahora ponerla en buen camino».

O.C. Vol VII, Amorrortu, pp. 32-33

Ida Bauer (1882-1945) es Dora en Análisis Fragmentario de un caso de histeria.

Freud cree que tal historia puede ser o no la causa de la histeria de Dora. En cualquier caso es insuficiente. Hay que llegar hasta un episodio traumático que explique por qué esos síntomas específicamente (disnea, tos, afonía, depresión y tedio) y no otros. Además, hay que tener en cuenta que algunos de estos síntomas -la tos y la afonía- estaban presentes desde la infancia. Por este motivo Freud busca el episodio traumático no en la historia reciente del paciente sino en la infancia del sujeto. Una vez que Freud vence la resistencia de Dora a la terapia, ésta relata otro incidente con el Sr. K a la edad de catorce años. Este se quedó a solas con ella en la tienda y la «estrechó entre sus brazos y le dio un beso en la boca«. Y Freud añade algo sorprendente: Dora debía haber experimentado excitación sexual pero sólo sintió repugnancia. Esto significa que Dora ya era una histérica a esa edad. Cualquiera que experimente repugnancia ante una situación favorable a la excitación sexual es una histérica. No sólo se produjo una reacción histérica sino también un desplazamiento de la sensación. En lugar de una sensación genital Dora experimentó una sensación de asco en el estómago. Esto se explica sólo en parte por el beso de K.

En esta escena, la segunda en la serie pero la primera en el tiempo, la conducta de la niña de catorce años es ya totalmente histérica. Yo llamaría «histérica», sin vacilar, a toda persona, sea o no capaz de producir síntomas somáticos, en quien una ocasión de excitación sexual provoca predominante o exclusivamente sentimientos de displacer. (…)

El asco que entonces sintió no había pasado a ser en Dora un síntoma permanente, y en la época del tratamiento existía sólo de manera potencial, por así decir. Comía mal y confesaba cierta repugnancia por los alimentos. En cambio, aquella escena había dejado tras sí otra secuela, una alucinación sensorial que de tiempo en tiempo le sobrevenía. Como le ocurrió también al relatármela. Decía que seguía sintiendo la presión de aquel abrazo sobre la parte superior de su cuerpo. De acuerdo con ciertas reglas de la formación de síntoma que me han llegado a ser familiares, combinadas con otras particularidades de la enferma que de otro modo no se explicarían (p. ej., no quería pasar junto a ningún hombre a quien viera en tierno o animado coloquio con una dama), reconstruí de la siguiente manera lo ocurrido en aquella escena. Opino que durante el apasionado abrazo ella no sintió meramente el beso sobre sus labios, sino la presión del miembro erecto contra su vientre. Esta percepción repelente para ella fue eliminada en el recuerdo, fue reprimida y sustituida por la inocente sensación de la presión en el tórax, que recibía de la fuente reprimida su intensidad hipertrófica; otro desplazamiento, pues, del sector inferior al sector superior del cuerpo.

O.C. Vol VII, Amorrortu, pp. 34-36

A partir de entonces Dora sentía presión en el pecho y eludía pasar cerca de un hombre que charlase animadamente con una mujer. En vista de esto, Freud confirma que Dora no sólo sintió el abrazo y el beso sino también la presión del miembro erecto de K. Dora evita a los hombres que supone sexualmente excitados.

La repugnancia surge del beso y se acentúa por el chupeteo. De forma análoga, el miembro en erección provocó el desplazamiento de la sensación en el clítoris a la opresión en el pecho. La resistencia a pasar junto a individuos en estado de excitación sexual sigue el modelo de una fobia.

Dora conoce, en el momento de la terapia, los signos de la excitación sexual masculina pero no recuerda si lo sabía a los catorce. Ha olvidado de dónde podrían haber venido tales conocimientos.

Freud aventura una hipótesis que explicaría la sensación de repugnancia. Si esta se produce ante el olor y visión de las heces, es evidente que, por asociación, el pene, utilizado para la micción, también puede producirla.

Histeria e hipnosis en el s. XIX

Dora explica la relación entre su padre y la Sra. K con mucha más objetividad que el padre. Donde su padre ve agradecimiento Dora ve una relación erótica que comenzó mucho antes de que el padre enfermase. La Sra. K era joven y bonita y siempre buscaban la forma de quedarse solos. Aunque el Sr. K se quejaba a la madre de Dora ésta se mostraba indiferente y Dora agradecía al Sr. K que no insistiera. La Sra. K aceptaba dinero del padre y, para encubrirlo, éste era muy generoso con Dora y su madre.

Una vez que el padre de Dora abandona B. donde había residido por su curación, vuelve una y otra vez para citarse con la Sra. K. Cuando la familia de Dora se traslada a Viena allí se instala también el matrimonio K.

Dora critica amargamente que su padre es egoísta, sólo busca su satisfacción y «tenía el don de representarse las cosas tal y como le convenían«.

Cuando Dora se sentía amargada, se le imponía la idea de que su padre la entregaba a K., como compensación de su tolerancia de las relaciones con su mujer.

O.C. Vol VII, Amorrortu, pp.40

Dora exageraba pues no había un pacto formal. Si alguien le hubiese insinuado algo así al padre, éste hubiera retrocedido de espanto ante semejante sospecha. Sin embargo, K pudo estar un año entero pasando su tiempo libre con Dora y haciéndole costosos regalos sin que nadie le objetase nada.

Cuando en la terapia el discurso del paciente contiene una serie de ideas irreprochables atacando a otros hay que sospechar tales ideas están ocultando reproches de igual contenido contra la propia persona. Lo más probable es que estos reproches escapen a la conciencia del paciente. Este es el mecanismo de defensa llamado proyección, también usado por los niños en la forma «el mentiroso eres tú«. Habitualmente los adultos no contraatacan con el mismo reproche sino con otro que tenga algo de verdad.

Cuando Dora acusaba a su padre de entregarla al Sr. K para estar con la Sra. K no se equivocaba. Sin embargo también ella miraba para otro lado cuando su padre y la Sra. K estaban juntos de modo que nadie se entrometiese en su relación con el Sr. K. Así, Dora siempre evitaba visitar la casa donde su padre tenía relaciones con la Sra. K y marchaba al encuentro de los niños de los K.

Durante un tiempo la institutriz de Dora intentó abrirle los ojos respecto a la Sra. K «animándola a tomar partido contra ella». La institutriz intentó sumar a la causa a la madre de Dora pero no sirvió de nada. Tampoco Dora le hizo mucho caso pues no veía nada malo en la aventura extramatrimonial de su padre. Sin embargo, Dora pronto se dio cuenta de que la institutriz estaba en realidad enamorada de su padre y que sólo era amable con ella cuando el padre estaba en casa. Cuando estaba ausente no le hacía ni caso. Por este motivo, la despidió.

Ahora pudo Dora ver con claridad que el aprecio interesado de la institutriz era el mismo aprecio que ella mostraba por los niños de los K. Por tanto, Dora había empezado su relación con K. sustituyendo a la Sra. K y ocupando el lugar de una joven mamá para sus hijos.

La conclusión es clara, «durante todos aquellos años había estado ella enamorada de K«. Cuando Freud le comunica su hallazgo Dora le dice que una prima suya que había estado de visita en B. le había dicho exactamente lo mismo pero que ella no tenía ni la menor idea de haber albergado tal sentimiento. Es más, está claro que el reproche que había hecho a su padre de ver las cosas de la forma más favorable a sus sentimientos también podía aplicarse a ella.

Otro reproche que Dora dirigía hacía a su padre era que utilizaba sus enfermedades como «pretexto y medio para sus fines». Cuando Dora en un momento de la terapia se quejaba de agudos dolores de estómago Freud pudo preguntarle: «¿A quién imita usted ahora?«. Dora tuvo que reconocer que imitaba a una prima a quien había visto fingir dolor de estómago para que la llevasen a un balneario lejos de casa donde su hermana pequeña estaba radiante de felicidad por haberse prometido. La Sra. K. también hacia lo mismo. Enfermaba sólo cuando el Sr. K regresaba de sus viajes de negocios, lo cual era la forma perfecta para evitar cumplir con sus deberes matrimoniales. Del mismo modo, aunque a la inversa, Dora enfermaba de tos y afonía cuando K. estaba ausente y se recuperaba cuando volvía. Mientras K. no estaba no necesitaba la voz para comunicarse. Sin embargo, su escritura se volvía muy fluida pues se escribía regularmente con K. durante sus ausencias. Este es un rasgo frecuente el mutismo histérico.

También los reproches de Dora contra su padre se superponían en toda su extensión a reproches de igual contenido contra sí misma, como vamos a demostrar detalladamente. Había razón al afirmar que el padre no quería enterarse del verdadero carácter de la conducta de K. para con ella, con objeto de no verse perturbado en sus relaciones amorosas. Pero Dora había obrado exactamente igual. Se había hecho cómplice de tales relaciones, rechazando todos los indicios que testimoniaban de la verdadera naturaleza de las mismas. Así, su comprensión de dicho carácter y las exigencias de ruptura planteadas al padre databan sólo de su aventura con K. en la excursión por el lago. Hasta este momento, y durante años enteros, había protegido en lo posible las relaciones de su padre con la mujer de K., a la cual no iba nunca a visitar cuando sospechaba que su padre se encontraba con ella, y sabiendo que durante aquellas horas los niños habrían sido mandados fuera de la casa, marchaba a su encuentro y seguía con ellos su paseo. (…)

Escritos sobre la histeria. Alianza, pp. 26-30.

Freud introduce una aclaración interesante respecto a la relación del síntoma histérico con lo reprimido y el síntoma físico. Para Freud la histeria no tiene su origen en el desequelibrio de las moléculas nerviosas sino que los procesos psíquicos son los mismos desde el inicio y, si hay una colaboración somática, derivan hacia lo físico. En caso contrario se convierten en una fobia o una idea obsesiva.

Freud cree que la afonía actual de Dora, momento en el que ya no sentía nada por K, obedecía a otro motivo diferente a su ausencia. Dora perseguía el fin de separar a aquella mujer de su padre. Como no podía lograrlo con ruegos, esperaba hacerlo atemorizándolo con la enfermedad y si no funcionaba al menos se vengaba de él. «La enfermedad es una herramienta muy poderosa para atraer la atención de los padres o para tiranizar a un marido poco atento». Tan poderosa es, que al paciente le cuesta muchísimo deshacerse de ella pues le garantiza un afecto que de otra manera no recibiría. Pero recordemos siempre que el síntoma histérico es, en el fondo, intencionado. Si hay fuego en la habitación el paralítico saldrá corriendo y, si un hijo enferma, la madre sanará repentinamente de todos sus males.

Dora no soportaba que su padre hubiese concluido que la escena del lago había sido pura fantasía de la niña.  ¿Qué reproche contra sí misma escondía esta acusación? ¿Cómo funcionaba la proyección en este caso? En el análisis del segundo sueño nos será desvelada la solución a este enigma.

Respecto la tos nerviosa y la afonía continuaban estaba claro que Freud no había llegado a la raíz de la cuestión. En psicoanálisis un síntoma como la tos puede ser expresión de varios procesos mentales pero al menos uno es una fantasía sexual. Freud se da cuenta de que Dora suele decir que su padre es un hombre «con recursos», lo cual, debido a la insistencia, puede interpretarse como que es un hombre «sin recursos», o sea, que el padre era impotente. ¿Qué tipo de relación tenían entonces su padre y la Sra. K? Pues aquella en la que intervienen órganos diferentes de los genitales, es decir, la boca y la garganta, los órganos implicados en la tos. En la interpretación de Freud la tos de Dora es un reflejo de su fantasía de ocupar el lugar de la Sra. K y ser amada por su padre de aquella forma. Una vez que Dora es consciente de la relación entre su tos y el sexo oral que su padre le practica a la Sra. K la tos desaparece.

A continuación Freud se defiende de posibles acusaciones de depravación moral por tratar estos temas con una niña y recomienda hablar de estas cosas dura y secamente. Tratar con los pacientes su vida sexual es necesario para curar la histeria y, en el fondo, no consiste sino en hacer consciente lo que ellos ya saben en lo inconsciente. El horror que puede provocar una fantasía en la que padre e hija se ven involucrados en una relación sexual hay que dejarlo a un lado. Son hechos reales a los que hay que habituarse. Lo que la mayoría considera perversiones no son sino desarrollos de las diferentes disposiciones sexuales del niño y están sometidas a la censura o al elogio según la época y la cultura.

La hipótesis que Freud comienza a vislumbrar es que Dora revive el antiguo amor hacia su padre, típico en el complejo de Edipo, para ocultar su atracción por el Sr. K. Esto queda totalmente claro tras la intepretación del primer sueño.

Los afectos de Dora hacia su padre y el señor K. se complican cuando Freud dice que no puede dejar de mencionar algo que «no podrá menos que enturbiar y borrar la belleza y poesía» del conflicto que Dora experimenta. Se refiere Freud a la homosexualidad latente de Dora. Ella y la señora K. estaban muy unidas hasta que el padre de Dora ocupó su lugar. Cuando Dora habla de la señora K. y alaba su «cuerpo deliciosamente blanco» parece más una enamorada que una rival vencida. Quien realmente había traicionado a Dora era la señora K.

Recordemos que el episodio del lago en el K. se insinúa a Dora y esta lo abofetea y sale corriendo, tiene lugar en la ciudad de L. Mientras ella se aloja con el matrimonio K. para cuidar a los niños, su padre permanece en el hotel. Tras el incidente, mientras Dora descansa en el dormitorio del matrimonio, el Sr. K aparece en la habitación. A partir de ahí, Dora tiene el mismo sueño cuatro noches seguidas hasta que abandona L. con su padre.

El primer sueño dice así:

Hay fuego en casa. Mi padre ha acudido a mi alcoba a despertarme y está en pie al lado de mi cama. Me visto a toda prisa. Mamá quiere poner aún a salvo el cofrecito de sus joyas. Pero papá protesta: “No quiero que por causa de su cofrecito ardamos los chicos y yo”. Bajamos corriendo. Al salir a la calle despierto.

La interpretación del sueño requiere sustituir la figura del padre por la del Sr. K, comprender que el fuego es un síntoma de excitación sexual y el cofre es símbolo de los genitales femenimos. A eso hay que sumarle el episodio concreto de la irrupción de K. en la habitación donde duerme Dora. Una vez hecho esto el sentido del sueño es claro.  En esta circunstancias la amenaza del fuego apunta a que Dora no teme tanto el deseo apasionado del Sr. K sino que se teme mucho más a sí misma, a no saber controlar sus emociones. No es que Dora se sienta amenazada por el Sr. K. sino no está segura de poder ella misma reprimir sus deseos.

– Lo cual quiere decir que sabía usted la denominación indicada. El sentido de su sueño se hace ya más claro. Se dijo usted: «Ese hombre anda detrás de mí; quiere entrar en mi cuarto; mi ‘cofrecillo’ corre peligro, y si sucede algo, la culpa será de mi padre». Por ello integra usted en el sueño una situación que expresa todo lo contrario: un peligro del cual la salva su padre. En esta región del sueño queda todo transformado en su contrario. Pronto verá usted por qué. La clave nos la da precisamente la figura de su madre. ¿Cómo? Usted ve en ella a una antigua rival en el cariño de su padre. En el incidente de la pulsera pensó usted en aceptar gustosa lo que ella rechazaba. Vamos a sustituir ahora «aceptar» por «dar», y «rechazar» por «negar». Hallaremos así que usted estaba dispuesta a «dar» a su padre lo que mamá le negaba, y que se trataba de algo relacionado con las joyas. Recuerde usted ahora el cofrecillo que le había regalado K. Tiene usted aquí el punto inicial de una serie paralela de ideas en la cual, como en la situación de hallarse en pie junto a su cama, debe sustituirse K. por su padre. K. le ha regalado a usted un cofrecillo, y ahora debe usted regalarle a él el de usted. Por eso le hablé antes de un regalo «en correspondencia». En esta serie de ideas habremos de sustituir a su mamá por la señora de K., la cual sí estaba entonces con ustedes. Usted se halla, pues, dispuesta a dar a K. ; lo que su mujer le niega. Tal es la idea que con tanto esfuerzo ha de ser reprimida y hace así necesaria la transformación de todos los elementos en sus contrarios respectivos. Como ya indiqué a usted antes de iniciar el análisis, este sueño confirma que usted se esfuerza en despertar de nuevo su antiguo amor a su padre para defenderse contra el amor a K. ¿Qué demuestran todos estos esfuerzos? No sólo que teme usted a K., sino que aún se teme usted más a sí misma y teme a la tentación de ceder a sus deseos. Confirma usted, pues, con ello cuán intenso era su amor a K.

Como era de esperar, esta última parte de la interpretación no logró el asentimiento de Dora.

Escritos sobre la histeria. Alianza, pp. 54-61.

A los pocos días Dora le cuenta a Freud un detalle que había olvidado: siempre que tuvo el sueño anterior al despertar tuvo la sensación de olor a humo. Este olor a humo tuvo que estar presente en el primer beso de K en la tienda. Uniendo estos puntos Freud sospecha que Dora ha realizado una transferencia sobre él y ha deseado que la besase durante las sesiones y que este es el motivo de que Dora haya interrumpido el tratamiento.

Ahora toca aplicar el significado del sueño al historial clínico de la paciente. Dora está resentida con su padre por haberse casado sabiendo que tenía sífilis que, por supuesto, contagió a su esposa. Dora se identifica con ella pensando que padece de «flujo blanco» por transmisión hereditaria de la sífilis. Estos ataques a su padre en realidad escondían una acusación contra sí misma (otro ejemplo de proyección). El flujo blanco es un indicio más que probable de masturbación infantil. Aunque Dora lo negase se delató a sí misma cuando apareció a los pocos días «con un bolsito de pie, con el que empezó a juguetear mientras hablaba, abriéndolo y cerrándolo, metiendo en él un dedo, etc.» Este es el típico ejemplo de acto fallido o acto sintomático como lo denomina en este escrito. Dora quería revelar su secreto masturbatorio a Freud porque le avergonzaba tener que descubrir a otros médicos la causa de su dolencia.

Freud ya sospechaba que Dora era «una viciosa masturbadora» cuando le hablaba de gastralgias o dolores de estómago que son el síntoma histérico que se presenta mayormente entre los masturbadores en abstinencia. La masturabación normalmente se cura con el sexo regular del matrimonio.

Además, padecía ataques de disnea cuya causa Freud sitúa en la contemplación de escenas de amor entre los padres. El jadeo de su padre se traduce en las dificultades para respirar de Dora. El curso de pensamiento de Dora era que si el ser un libertino había convertido a su padre en un enfermo que jadeaba en el acto sexual, a ella era la masturbación compulsiva la que le había producido estos ataques de disnea.

El segundo sueño aportará el material restante para entender los síntomas histéricos de Dora.

Contó Dora: Ando paseando por una ciudad a la que no conozco, veo calles y plazas que me son extrañas[91]. Después llego a una casa donde yo vivo, voy a mi habitación y hallo una carta de mi mamá tirada ahí. Escribe que, puesto que yo me he ido de casa sin conocimiento de los padres, ella no quiso escribirme que papá ha enfermado. «Ahora ha muerto, y si tú quieres, puedes venir». Entonces me encamino hacia la estación ferroviaria [Bahnhof] y pregunto unas cien veces: «¿Dónde está la estación?». Todas las veces recibo esta respuesta: «Cinco minutos». Veo después frente a mí un bosque denso; penetro en él, y ahí pregunto a un hombre a quien encuentro. Me dice: «Todavía dos horas y media». Me pide que lo deje acompañarme. Lo rechazo, y marcho sola. Veo frente a mí la estación y no puedo alcanzarla. Ahí me sobreviene el sentimiento de angustia usual cuando uno en el sueño no puede seguir adelante. Después yo estoy en casa; entretanto tengo que haber viajado, pero no sé nada de eso… Me llego a la portería y pregunto al portero por nuestra vivienda. La muchacha de servicio me abre y responde: «La mamá y los otros ya están en el cementerio {Friedhof}»

La muerte del padre permite a Dora dirigirse a la estación y el cementerio. Ambas palabras simbolizan genitales femeninos, los labios al fondo del espeso bosque del vello sexual. Es una fantasía de desfloración que Dora desea y reprime. Habiendo muerto el padre, secreto deseo de todo niño para liberarse de la represión familiar, debería ser capaz de acceder a dicha fantasía pero no puede. ¿Qué impidió a Dora aceptar las proposiciones del Sr. K? En este momento de la terapia Dora recuerda que el Sr. K también se había insinuado en los mismos términos a la institutriz que tenían en casa. «Ya sabe usted que mi mujer no es nada para mí«, es la frase que sentencia al Sr. K. porque hace sentir a Dora que la está tratando como a una cualquiera, como una del servicio. A pesar esto, Dora se arrepiente de haber rechazado a K. y desarrolla síntomas histéricos. Por ejemplo, un falso parto disfrazado de apendicitis que habla de sus verdaderos deseos, y la parálisis de una pierna, que puede significar la idea de que había dado un «mal paso«. Freud está convencido de que Dora amaba al Sr. K, de que fantaseaba con él, de que confiaba en que sus propuestas fuesen honestas y la separación de su mujer inminente. Estaba convencido de que Dora creía que el haber rechazado a K. no haría sino reforzar el deseo y la determinación de este. Pero no ocurrió así, y él la acusó de haberlo inventado todo, de ser una pervertida obsesionada por los libros sobre sexo.  Y todos le creyeron.

Tras oír las conclusiones de Freud, Dora decide interrumpir la terapia. Es un acto de venganza porque Freud no ha correspondido a su necesidad de cariño, pasando de la transferencia a la contratransferencia. Es también un acto de autocastigo. Los histéricos se caracterizan por huir siempre de aquello que más desean. Temen tanto a la realidad que no les queda otra que refugiarse en la fantasía y perpetuar así su enfermedad y sus síntomas.

Termina Freud con este texto hermosísimo que, en mi opinión, es la forma en que Freud reconoce que a él también le ha hecho mucha pupa que Dora haya dejado de ser su paciente:

Quien como yo despierta a los perversos demonios que habitan, imperfectamente domados, un alma humana, para combatirlos ha de hallarse preparado a no salir indemne de tal lucha.

Escritos sobre la histeria. Alianza, p. 97

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