En el arte las buenas intenciones no tienen el menor valor.
Todo el arte malo ha nacido de buenas intenciones.
Oscar Wilde: De Profundis. María Luisa Balseiro (tr.) 5ª ed. Madrid: Siruela, 2008.
De profundis es la carta que Oscar Wilde escribió a su amante Lord Alfred Douglas, alias Bosie, desde la cárcel de Reading, donde cumplió dos años de trabajos forzados por sodomía e indecencia moral. Wilde conoció a Bosie en 1891, el momento álgido de su carrera literaria. Bosie era hijo de John Douglas, marqués de Queensberry, el inventor de las reglas del boxeo. Wilde lo describía con estas palabras: «el porte y vestimenta de mozo de cuadra, las piernas torcidas, las manos temblonas, el belfo colgante, la sonrisa bestial e imbécil» (p. 101) Tras varios enfrentamientos dialécticos, en 1895 el marqués dejó una nota pública en el club de Wilde acusándolo de homosexual. A instancias de Bosie, que odiaba a muerte a su padre, y desoyendo el consejo de sus amigos, Wilde inició contra el marqués un proceso por calumnia y difamación. El abogado de Queensberry amenazó con hacer comparecer a los muchos prostitutos de los bajos fondos londinenses con los que Wilde tuvo relaciones. Esto fue suficiente para probar la inocencia del marqués y condenar a Wilde. En la cárcel de Reading, Wilde observa como su fortuna se desvanece, su esposa obtiene el divorcio y le aparta para siempre de sus dos hijos. Es liberado en 1897 y muere tres años más tarde en París.En la carta Wilde culpa a Bosie de su ruina. Las relaciones que lo elevaban como artista eran las mismas que describía Sócrates en El Banquete de Platón: aquellas que permiten el aprovechamiento de las fuerzas de eros para ascender hasta la belleza. Los amantes de Wilde, hasta ese momento, habían sido espíritus afines, entregados a la búsqueda de la perfección artística. Bosie, por el contrario, representaba lo que Pausanias llama Afrodita Pandemo o Vulgar, opuesta a la Afrodita Urania o Celeste. A Bosie no le interesaban ni el arte ni la belleza sino el lujo, las borracheras y el sexo mercenario, o, en palabras de Wilde, «la cloaca», «el cenagal», «las pasiones groseras e inacabadas, el apetito sin distinción, el deseo sin límite y la codicia informe».
Wilde le reprocha a Alfred las infidelidades, la ruina económica, el abandono, la divulgación de su correspondencia privada, el silencio de las Musas y el inicio del juicio que lo llevó a la ruina. En medio de la guerra visceral entre Alfred y su padre, Wilde se vio envuelto en una «tragedia repugnante y repelente». El resultado fue que el marqués de Queensberry apareció ante todos como un «héroe de opúsculo de catequesis», Bosie como un joven inocente manipulado por cuarentón perverso y Wilde quedó a medias entre «Gilles de Rais y el marqués de Sade».
Sin embargo, la cárcel y el dolor son experiencias en las que Wilde encuentra el camino de la regeneración moral. En el Dolor, dice, hay terreno sagrado. El Dolor nos enseña la Humildad.
Ahora me parece que el Amor de alguna clase es la única explicación posible de la extraordinaria cantidad de sufrimiento que hay en el mundo. No concibo otra explicación. Estoy convencido de que no la hay, y de que si, como he dicho, se han construido mundos con el Dolor, ha sido por las manos del Amor, porque de ninguna otra manera podía el Alma del hombre para quien se han hecho los mundos alcanzar la plena estatura de su perfección. Placer para el cuerpo hermoso, pero Dolor para el Alma hermosa. (p. 77)
Wilde busca la paz del alma en su identificación con una imagen romántica de Cristo, ajusticiado por los filisteos. El enemigo del espíritu y del Arte, el filisteísmo, tiene el mismo rostro ahora que entonces:
Su mayor guerra fue contra los filisteos. Esa es la guerra que tiene que librar todo hijo de la luz. El filisteísmo era la marca de la época y la comunidad en que vivió. Por su lerda cerrazón a las ideas, su respetabilidad obtusa, su ortodoxia tediosa, su adoración del éxito vulgar, su total absorción en el lado materialista y grosero de la vida y su estimación ridícula de sí mismos y de su importancia, los judíos de Jerusalén en tiempos de Cristo eran la exacta réplica de los filisteos británicos en los nuestros. (p. 92)
El elemento filisteo de la vida no consiste en no entender el Arte. Hay gente encantadora, pescadores, pastores, labriegos, campesinos, personas así, que no saben nada del Arte y son la mismísima sal de la tierra. El filisteo es el que sostiene y secunda las fuerzas mecánicas, pesadas, lerdas y ciegas de la Sociedad, y que no reconoce la fuerza dinámica cuando la ve en un hombre o en un movimiento. (p. 102)
Esta afinidad con la figura de Cristo no excluye reconocer la importancia del placer perverso de lo prohibido. Es de la pasión dionisiaca de donde extrae el Arte sus energías. Así:
A la gente le pareció horrendo que yo hubiera invitado a cenar a las cosas malas de la vida, y encontrado placer en su compañía. Pero eran, desde el punto de vista con que yo, como artista de la vida, las miraba, enormemente sugestivas y estimulantes. Era como comer con panteras. En el peligro estaba la mitad de la emoción. (p. 102)
Leí hace mucho tiempo «De profundis» y lo encontré impresionante, sobre todo por el contraste que supone respecto al Oscar Wilde alegre de las paradojas y el ingenio.
Hola croix, el propio Wilde comenta que los otros presos le decían en la cárcel que para él tenía que ser mucho más duro. Al fin y al cabo, para los pobres era una posibilidad entre otras, pero para él, una mente privilegiada con un sentido de la belleza y la perfección hipertrofiado, era simplemente una catástrofe.
Sin embargo, intento extraer sabiduría de la experiencia. Aprendió la Humildad y comprendió la necesidad del dolor. Buscó el consuelo en la identificación con el Cristo que echó a los mercaderes del templo y condenó a los hipócritas filisteos.
A pesar de todo, los dos años de cárcel fueron el principio del final. Terminaron con su vida y con su Arte.
Veo cierta relación entre el Bosie ignorante y corrupto que lo condujo a la ruina y la Salomé que, incapaz de ensuciar la espiritualidad de Juan, ordena que le corten la cabeza.
Un saludo.
Muy buen comentario a la lectura. Yo hace poco lo terminé y escribí sobre el libro
aquí, por si te interesa. Saludos.
Hola Cisne Negro. Es curioso que hayamos coincidido en la lectura. Me ha gustado también tu comentario. Un saludo.
Fue en cierta forma dolorosa la experiencia de haber leído «De profundis», antes había leído dos biografías sobre Wilde y tenía una visión más panorámica de la que el propio Oscar puede dejar entrever en esta obra suya. Viajaba junto a mi padre en automóvil hacia una ciudad lejana, 9 horas de camino. Y en esas 9 horas no solté el libro más que para comer.
Cuando llegamos a nuestro destino, ya lo había terminado. Recordaba una y otra vez cómo Frank Harris (quien escribió una de las biografías que leí) y otros de sus amigos íntimos le pedían que dejara a Bosie. Pero, parece que el ingenio o cualquier otra forma de inteligencia no nos libra de ser pasionales, ni de ser inconformes, ni de tener tendencias auto-destructivas.
Sorprende en Oscar, ciertamente, por la imagen idealizada que tenemos de él. Pero no nos importaría tanto si viéramos lo cotidiano que se ha vuelto esa necesidad casi adictiva de un amor peligroso, de fuerzas sadomasoquistas en las que uno se limita a servir mientras el otro sólo pide más. Y no lo digo de forma auto-excluyente, porque, si puedo ver las cosas de forma más «natural» luego de cierto tiempo, es porque reconozco esos mismos deseos auto-destructivos de Oscar y otras miles de personas, en mí mismo.
Hola Sebastián, has hecho un bonito análisis del libro. Pero, a pesar de la maravilla de su ingenio, es el Wilde de De Profundis, el que más admiro. Sin ropajes de estilo, en ruinas.
Saludos.