Rafael Reig: Señales de humo (2016)

rafael reig señales de humo

Rafael Reig: Señales de humo. Manual de literatura para caníbales I. Barcelona: Tusquets, 2016.

Señales de humo es la precuela del espléndido Manual de literatura para caníbales publicado en 2006. Ahí el autor abarca la Historia de la Literatura española del Romanticismo en adelante. El hilo conductor del relato es la saga de los Belinchón, escritores fracasados y malditos.

En este volumen Reig da cuenta de los orígenes de la literatura española comenzando con las jarchas, al tiempo que reflexiona sobre la función de la literatura y el arte en general. El artificio para generar este nuevo relato es la magia del último de los Belinchón, capaz de viajar en el tiempo, lo que le traerá ciertas complicaciones psiquiátricas (como a Sarah Connor en Terminator 2 ).

Ese primer capítulo está dedicado a una poesía erótica estremecedora a la que sin embargo se le presta la misma atención que a una nota a pie de página escondida en el más ladrillo de los libros de texto.

Non t’amaray, illa con al-sarti
an taima halhali ma’a qurti.

Jarcha n.° 31, «No te amaré hasta que no juntes / las ajorcas de mis tobillos con mis pendientes».

Ya había tratado Reig el tema en un artículo maravilloso que conservo en la memoria y en mis marcadores o favoritos: «La mano de una mujer«.

Las jarchas son paradigma del arte verdadero, el que nos retrotrae a las cuevas de Altamira o Tito Bustillo. Allí están esas manos de mujer, sapiens y quizás también neandertal. Perdurar en el tiempo, vencer a la muerte, gritar «estuve aquí» de todas las formas posibles es el objeto de eso que llamamos creación artística. En el fondo, el mismo motivo que mueve a quien hace pintadas en un aseo público.

 El impulso creador no es otra cosa que escribir tras la puerta de un lavabo JUAN ESTUVO AQUÍ, o TONI  AMA A PAQUI, o LOLA LA CHUPA. El arte sólo es un nombre en un muro, un corazón en la corteza de un árbol, una mano en la pared. (p. 27)

Como diría Bordieu la historia de la literatura no es una historia de progreso sino el escenario de la lucha de clases. No es una guerra armada sino de representaciones e ideas. Frente a la literatura que celebra la «inocencia del devenir» y no esconde las penurias del dolor ni la muerte, encontramos aquella cuyo único objetivo es acostumbrar a la mayoría a la esclavitud. Es lo que Marx llamaba ideología y ha consistido desde la Edad Media en la introducción de los conceptos de alma individual y culpa en el imaginario colectivo. A este fin, fue esencial la transformación de la sensualidad de las jarchas en la perversa maquinaria de seducción del Amor Cortés. A través del amor petrarquista todos tuvieron derecho a sentirse diferentes y se olvidaron de que su única defensa era reconocerse en los demás. La fuerza no está en el individuo sino en el colectivo.

En esa batalla de imágenes entre poderosos y vencidos La Celestina se convierte en el antídoto esencial contra la ideología de sumisión cristiana que invade todos los géneros literarios. En el texto de Fernando de Rojas se observa que el alma doliente del Amor Cortés no es más que una mentira nueva y eficaz para llevarse al huerto a la presa. Mostrar esa hipocresía de los «buenos sentimientos» es la virtud principal del texto de Rojas, aparte de poner en escena un Universo sin Dios, como el que pinta Lucrecio en De Rerum Natura.

En la misma línea que Rojas, las afiladas intuiciones sobre el Amor que se presentan en ese embrión teatral que es el Diálogo entre el amor y un viejo de Rodrigo Cota de principios del s. XVI. Al deseo del viejo hipócrita cabe decirle con toda franqueza lo siguiente:

¡O maldad envejecida!
¡O vejez mala de malo!
¡Alma viva en seco palo,
viva muerte y muerta vida!
Depravado y obstinado,
deseoso de pecar,
mira, malaventurado,
que te deja a ti el pecado,
y tú no le quieres dejar. (p. 75)

Nos contamos historias alrededor del fuego desde los inicios de la humanidad. ¿Por qué la necesidad del relato, de la ficción? La respuesta que ofrece Reig es sencilla. Las emociones no son innatas, se aprenden. Las asimilamos a través de historias que perduran a través de los siglos. Mío Cid, Lázaro de Tormes, Madame Bovary, Juan de la Cruz son modelos arquetípicos del AGE (Archivo General de Emociones). Parece extraño incluir a Rodrigo Díaz de Vivar, Cid Campeador, entre los que hablan de emociones y psicologías y no sólo de espadas y batallas. Sin embargo, para Reig, el Cid es la historia de un hombre enamorado de su Rey, un hombre que no ceja en sacrificios y ofrendas hasta que su amado lo acoge de nuevo en su seno. El Cid tiene la psicología de una «maltratada» que ansía ser aceptada de nuevo por su «hombre».

La lectura es esencial para no ser unos analfabetos emocionales. La lectura nos transforma y también transforma el significado del libro que leemos. El texto escrito, que parece fijo para la eternidad, es fluido como el alma humana.

La lectura se convierte así en una experiencia, un acto que modifica a quien lee y en igual medida modifica lo escrito, como en el caso de la imitatio. Los libros nos cambian y nuestra lectura cambia los libros, por más que en este triste siglo pocos consigan prolongar esta relación apasionada con los libros más allá de la primera juventud, cuando, como hacían mis estudiantes de Manoteras, uno lee como si le fuera la vida en ello. Y les va. (p. 206)

Reig insiste en la diferencia entre el arte que emerge del lenguaje mismo del pueblo (Agustín García Calvo) como puede darse en el Romancero Viejo, y las metáforas vanas e intelingentísimas de poetas como Garcilaso. El arte verdadero es aquel en el que acontece lo inesperado, lo que no podemos «nombrar, hablar o pensar».

Lo inesperado en cambio no es más que lo que recordamos al cerrar los ojos. El asombro que provoca el arte es el de algo que no éramos capaces de esperar, fuera de nuestro horizonte de posibilidades, algo que no nos es posible pensar (como dina Michel Foucault, otro francés no menos pervertido). De ahí el malestar, la turbación del arte, que nos mueve el suelo bajo los pies y nos deja suspendidos en el aire, como a nuestro antecesor de Lascaux, sin ningún espacio conocido desde el que resulte posible nombrar, hablar o pensar. (p. 222)

Sea como sea, desde el Renacimiento hasta aquí, el arte verdadero es cada vez más escaso. Los intelectuales siempre estuvieron al servicio del que paga. La alta cultura ha logrado meter en la cabeza de todos que cuanto más difícil e incomprensible es el arte más mérito tiene. La cultura popular ha sido arrasada también por la cultura pop, «ligera», «refrescante» y «seductora».

Las ideas estéticas que acompañan al texto de Reig son, como hemos visto, unos principios marxistas básicos (lucha de clases y reivindicación de lo colectivo), la idea hermenéutica que afirma la potencia del lector para transformarse él y el texto a través de la lectura, el arte como acontecer de lo innombrable al estilo de Bataille o Foucault, y, por último, una constante en los libros de Reig: la idea del escritor como héroe romántico que se deja la vida, generalmente el hígado, en el proceso de la creación. Este fue el destino de Cervantes o de Lope de los que traza unos apuntes biográficos muy interesantes que llenan la última parte del libro.

Para terminar, Reig transforma el yermo de la Historia de la Literatura española contada por innumerables libros de texto que se copian unos a otros en una aventura fascinante. Muy recomendable.

6 comentarios en “Rafael Reig: Señales de humo (2016)

  1. Buenos dias

    Veo mjchos argumentos cogidos con pinzas. El Cantar del MIo Cid una novela de amor?

    Respecto a esto:

    La alta cultura ha logrado meter en la cabeza de todos que cuanto más difícil e incomprensible es el arte más mérito tiene.

    Lo considero una version excesivamente reduccionista de teorias marxistas. Podria considerarse a Reig un exégeta de la escuela del resentimiento tal y como lo contemplaba Bloom? Pero Bloom es demasiado Bloom, está claro.

    Un saludo.

    También estoy a la espera de Los diarios de Renzi y de El rey pálido!

    1. Reig es sencillo y apasionado. Quizás sus principios estéticos estén algo sesgados pero su artículo sobre las jarchas o las páginas sobre La Celestina merecen la pena.

      No es la forma en que Bloom afronta la crítica literaria mi modo de ver las cosas. Lo hablaba hace poco con un amigo: prefiero razonar desde una posición relativista.

      Tardaré en leer a Piglia y Foster Wallace pero llegarán.

      Un abrazo.

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