Perry Anderson: Consideraciones sobre el marxismo occidental. Néstor Míguez (tr.) Madrid, Siglo XXI, 1979. [2ª reimp. 2015]
Este texto clásico de Perry Anderson da cuenta de las transformaciones que afectaron al marxismo a lo largo del s. XX.
Puede denominarse tradición clásica a la teoría económica del modo capitalista de producción que desarrollaron Marx (1818-1883) y Engels (1820-1895). Esta tradición clásica también se caracteriza por el «internacionalismo» de su práctica política. Su principal defecto es la falta de una descripción de las estructuras del Estado burgués y de las tácticas revolucionarias necesarias para derrocarlo.
A la tradición clásica pertenecen, además de Marx y Engels, sus seguidores inmediatos, nacidos la mayoría en la futura Unión Soviética. Lenin (1870-1923), Rosa Luxemburgo (1871-1919) y Trotski (1879-1940) son los más conocidos. Frente al espíritu internacionalista del Manifiesto comunista, Lenin fue el creador del Partido Bolchevique en Rusia, Luxemburgo la fundadora del Partido Comunista de Alemania y Trotski una figura esencial de la socialdemocracia rusa.
En los veinte años anteriores a la Revolución de 1917, Lenin añadió al marxismo los conceptos y métodos necesarios para llevar a cabo una lucha proletaria victoriosa: cómo combinar propaganda, agitación, huelgas y manifestaciones, cómo canalizar el sentimiento nacionalista o cómo organizar un partido sin fisuras capaz de actuar estratégicamente según las coyunturas internas e internacionales son temas que desarrolló en libros clásicos como ¿Qué hacer?, Un paso adelante, dos pasos atrás, Dos tácticas de la socialdemocracia, Las lecciones del levantamiento de Moscú, El programa agrario de la socialdemocracia rusa, El derecho de las naciones a la autodeterminación…
El problema de las estrategias revolucionarias de Lenin era que estaban diseñadas específicamente para Rusia y resultaban inútiles en países industrialmente avanzados con democracias parlamentarias como Alemania. Rosa Luxemburgo, consciente de esta cuestión, cargó apasionadamente contra el deslizamiento hacia el reformismo de la socialdemocracia y defendió la necesidad de la ruptura revolucionaria con el orden burgués.
Lenin, Trotski y Luxemburgo se opusieron a la implicación de Rusia y Alemania en la Primera Guerra Mundial, una guerra en la que los trabajadores iban a morir al frente para satisfacer la avaricia insaciable de las grandes potencias coloniales.
Una de las consecuencias que tuvo para Europa la Gran Guerra fue el estallido de la Revolución Rusa. En Petrogrado las masas, hambrientas y cansadas de la guerra, se alzaron contra el zarismo en febrero de 1917. En ocho meses el partido bolchevique de Lenin estaba preparado para tomar el poder. Sin embargo, el bloqueo internacional y la intervención extranjera condujeron a una cruenta guerra civil que duró de 1918 a 1922. En ese período el pensamiento de Lenin maduró definitivamente y se convirtió en «análisis concreto de una situación concreta». A este enfoque se le conoce hoy día como «leninismo» y está presente en obras como Tesis de abril, El Estado y la revolución, El marxismo y la insurrección y El «izquierdismo», enfermedad infantil del comunismo.
En cualquier caso, en el resto de Europa el capitalismo demostró ser más fuerte que la revolución marxista. En enero de 1919 el gobierno socialdemócrata alemán sofocaba brutalmente las revueltas en Berlín asesinando a Rosa Luxemburgo, que acababa de fundar el Partido Comunista Alemán.
El fracaso de la revolución más allá de las fronteras rusas y la muerte de Lenin en 1922 favorecieron el surgimiento del régimen dictatorial de Stalin. El ideal leninista de otorgar el poder a las masas fue sustituido por la tiranía de una casta de burócratas que impuso un régimen policial feroz. Trotski fue enviado al exilio en 1929 y asesinado en México en 1940. El país que había desarrollado el marxismo, tanto en la teoría como en la práctica, se convirtió en poco más de una década en un auténtico páramo intelectual.
La crisis del capitalismo a nivel mundial en 1929 tuvo como consecuencia un paro masivo y el recrudecimiento de la lucha de clases. Ante el peligro del comunismo, la respuesta de los poderes económicos fue la alianza con los incipientes movimientos fascistas. En 1926 Mussolini había puesto fin a la democracia en Italia y en 1933 Hitler había logrado lo mismo en Alemania. En España, tras tres años de Guerra Civil, en 1939 se impuso el nacionalcatolicismo de Franco.
En este contexto de derrota se formó la generación de autores que cabría enmarcar dentro del «marxismo occidental», todos más ligados a Berlín o París que a Moscú:
- Benjamin … 1892-1940, Berlín.
- Horkheimer … 1895-1973, Stuttgart.
- Marcuse … 1898-1979, Berlín.
- Adorno … 1903-1969, Frankfurt.
El cambio de orientación de la teoría marxista tendría lugar en 1923. Herman Weil, un rico comerciante de cereales, puso en marcha un Instituto de Investigación Social Independiente con el objetivo de promover los estudios marxistas y vinculado a la Universidad de Frankfurt. El primer director del Instituto fue el historiador de Derecho Carl Grünberg. Mantuvo una relación regular con el Instituto Marx-Engels de Moscú y colaboró en la primera edición científica de su obra. El primer volumen se publicó en Frankfurt en 1927. En el Instituto también dio una serie de conferencias el economista Henryk Grossmann quien había desarrollado las ideas de Marx acerca de las contradicciones internas del capitalismo y su inevitable final. Sin embargo, la teoría económica marxista no seguiría este camino y para finales de la década de los treinta ya se tenía asumido dentro de la izquierda que el capitalismo podía sobrevivir a sus crisis siguiendo fórmulas keynesianas.
Bajo la dirección de Horkheimer desde 1930, el Instituto abandona el ideal de Rosa Luxemburgo de mantener a toda costa el vínculo entre las ideas y el movimiento obrero, entre la teoría y la práctica revolucionaria. En su discurso inaugural Horkheimer reorienta las preocupaciones teóricas del Instituto desde el materialismo histórico como ciencia hacia una «filosofía social» apoyada en investigación empíricas. En 1932, el Instituto dejó de publicar los Archivos para la Historia del Socialismo; su nueva publicación fue titulada, «inocentemente», Revista de Investigación Social. Para llevar a cabo su proyecto Horkheimer reclutó a jóvenes intelectuales entre los que se encontraban Adorno y Marcuse.
Horkheimer nunca había sido miembro de ningún partido obrero, Marcuse mantuvo algún vínculo con la socialdemocracia y Adorno no tuvo relación alguna con la vida política socialista. En los años del ascenso definitivo del nazismo ninguno creía ya en las posibilidades de la lucha de clases en Alemania. Previendo el desastre, en 1931 Horkheimer trasladó los fondos del Instituto a Holanda y las oficinas a Suiza.
Cuando Hitler se aupó al poder en 1933, Horkheimer no tuvo problemas para transferir el Instituto a Estados Unidos donde quedaría vinculado a la Universidad de Columbia en Nueva York. Para adaptarse al orden burgués y evitar susceptibilidades académicas camuflaron sus orígenes marxistas y se dedicaron a realizar estudios de campo de carácter positivista. En privado, Horkheimer y Adorno mantuvieron una clara hostilidad hacia el modelo de democracia estadounidense, como puede verse en Dialéctica de la Ilustración donde equiparan la manipulación y el control que se ejerce sobre el individuo en el liberalismo norteamericano y en el fascismo alemán.
La vuelta del Instituto a Frankfurt en 1950 no supuso un cambio en su proceso de despolitización. El capitalismo rampante de la Alemania de posguerra, la prohibición del Partido Comunista y la pasividad del proletariado tampoco ayudaron demasiado a corregir este rumbo. La «teoría crítica» de Horkheimer, una vez cortados los hilos con la práctica revolucionaria, fue bien acogida en el entorno académico. La apología de los principios políticos del liberalismo es explícita en la última etapa del pensador. Adorno, director del Instituto a partir de 1958, se mantuvo hasta el final al margen de la política. Marcuse permaneció en Estados Unidos y defendió una postura abiertamente revolucionaria. Sin embargo, su pensamiento, desconectado de partidos políticos o colectivos sociales que le diesen vida, terminó por concluir en la separación definitiva de teoría y práctica. En El hombre unidimensional Marcuse certifica que la utopía socialista es inalcanzable mediante la vía revolucionaria y que el curso más probable de los acontecimientos sería la integración de la clase obrera en el orden social del capitalismo avanzado.
La característica fundamental del marxismo occidental es que se trata de un pensamiento extremadamente escéptico en términos políticos a causa de la derrota de las revoluciones obreras en la primera mitad del siglo XX. En este sentido, es suficiente constatar que dos de las obras más importantes de la Escuela de Frankfurt se publicaron en circunstancias político-ideológicas muy adversas: Mínima moralia (1951) de Adorno en el año en que se prohibía el Partido Comunista y Eros y civilización (1951) de Marcuse en plena histeria del macartismo.
En definitiva, el marxismo occidental y, por tanto, la teoría crítica, se apartó completamente del leninismo, abandonando la invención de estrategias para desestabilizar o derribar al Estado burgués.
Rosa Luxemburgo solía burlarse de los Kathedersozialisten, los «socialistas de cátedra», integrados en la Universidad burguesa y alejados del movimiento obrero. Para Luxemburgo, y todos los miembros de su generación, era indispensable la unidad de teoría y práctica. Era habitual verlos enseñar en fábricas y sociedades obreras. Sin embargo, el Instituto de Investigación Social de Frankfurt supuso el inicio de una tendencia por la cual la teoría marxista buscó refugio en las Universidades quedando aislada de la lucha política. Marcuse y Adorno tuvieron brillantes carreras docentes.
Otra diferencia de estos autores con la tradición clásica del marxismo es que todos eran filósofos. El desplazamiento del marxismo de la economía y la política hacia la filosofía tiene sus razones en la tardía revelación de los trabajos tempranos de Marx: los manuscritos de París de 1844, publicados por primera vez en Moscú en 1932. Estos mostraban la importancia fundamental de los cimientos filosóficos del materialismo histórico. Así, paradójicamente, el «marxismo occidental» invirtió la trayectoria del propio Marx que abandonó la filosofía por los estudios de economía y la fundación de la I Internacional.
En la tradición del marxismo occidental se publicaron multitud de obras cuyo objetivo era desenterrar las raíces filosóficas del pensamiento de Marx en orden a llevar a cabo una lectura más profunda de El Capital. El resultado final fue excesivamente académico, escrito en una jerga ininteligible para la mayoría y políticamente estéril. El «marxismo occidental» se desvinculó de la onceava tesis sobre Feuerbach: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo».
La transformación de Marx en «filósofo» fue especialmente relevante en la Escuela de Frankfurt. Para Adorno y Horkheimer la filosofía de la historia de Marx es una versión secularizada de las ideas de Schelling. En Marx, el ser humano logrará alcanzar el reino de la libertad cuando domine definitivamente a la Naturaleza y sepa procurarse una abundancia generalizada de bienes. Adorno y Horkheimer sospechaban que este dominio sobre la Naturaleza no tendría un efecto emancipador pues implicaba también la opresión del hombre que es parte de la Naturaleza. Así, el camino hacia la libertad pasa por la división social del trabajo y la lucha de clases. El progreso de los medios de producción, el avance tecnológico, hasta ahora sólo ha servido para perfeccionar la explotación de unos seres humanos por otros. Otro aspecto problemático de la dominación de la Naturaleza que propone Marx es la represión del Ello en favor de la parte racional y consciente del hombre. Tarde o temprano las pulsiones se vengan de la razón y la cultura se convierte en barbarie que fue lo que ocurrió con el auge del fascismo en Europa. Si a estos dos factores, se le suma la facilidad con que el progreso tecnológico pone en riesgo la existencia de vida sobre el planeta, sólo cabe proponer como solución la reconciliación con la Naturaleza y no su dominio. Fue Marcuse quien desarrolló mejor las características de esta reconciliación partiendo de Freud. Se trataría, según el autor de Eros y civilización, de extender a todas las relaciones sociales y laborales las pulsiones sexuales reprimidas convirtiendo la existencia en juego. Sin embargo, el capitalismo tardío fue capaz de transformar la emancipación libidinal en una «des-sublimación represiva» sustituyendo, por ejemplo, el erotismo por pornografía y la obra de arte crítica en activo financiero, inofensivo peluche millonario. Finalmente, la democracia se convirtió en el mejor medio a disposición del capital para ejercer el control sobre los individuos.
Otra innovación temática del «marxismo occidental» fue la oscilación hacia la Estética. Sobresalen en este aspecto los análisis de Adorno sobre Wagner y Mahler o el ensayo de Walter Benjamin La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Marcuse no dedicó ningún texto a un artista específico pero, influido por Schiller, introdujo la estética como categoría esencial de una sociedad libre al equiparar arte y vida.
Además del tono pesimista y sombrío, entre las deficiencias del «marxismo occidental» cabe mencionar su provincianismo. Al contrario de Marx y Engels, que intercambiaban correspondencia con intelectuales de toda Europa, los autores asociados al «marxismo occidental» se hallaban presos de las rígidas estructuras de los Partidos Comunistas de sus respectivos países. Este hecho afecta más a pensadores como Sartre o Althusser, también parte del marxismo occidental, que a la «Teoría Crítica».
Aunque Mayo del 68 supuso un intento de eliminar la distancia entre la teoría y la práctica revolucionaria su rápido fracaso volvió a sumir a los intelectuales de izquierda en el pesimismo.
El auge imparable del capitalismo a nivel planetario colocan al marxismo de hoy en una situación absolutamente precaria. Sea como sea, la revitalización de la izquierda depende de la capacidad para dar vida a esta sentencia de Lenin: «Una acertada teoría revolucionaria […] sólo se forma de manera definitiva en estrecha conexión con la experiencia práctica de un movimiento verdaderamente de masas y verdaderamente revolucionario». La teoría revolucionaria se puede redactar en una biblioteca como hizo Marx en el Museo Británico o Lenin en Zurich pero no adquiere una forma definitiva hasta que entra en contacto con la lucha obrera real.
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Buena recomendación de Fernando Castro Flórez en su charla sobre T. W. Adorno.
MIra esta noticia, Eugenio. He entrado solamente a comentarla contigo. Leo en los periódicos: «Moody’s deja sin cambios el ‘rating’ de España a la espera del 20-D». O sea: unas elecciones se pueden condicionar desde fuera; se puede casi obligar a la gente a que vote a un partido de derechas bajo la amenaza de que si no lo hace, declarará su potencial económico como «bono basura».
Seguimos rumbo a la manipulación total.
A Arendt no le caía bien Adorno, podría ser que lo considerara cobarde en su actitud respecto al nacionalsocialismo, de hecho le nombraba por el apellido real que era Wiesengrund y que mostraba su ascendencia judía, aunque probablemente lo que más le molestaba era la prepotencia con la que éste trataba a Benjamin. Cuando leí algunas cosas de Adorno, hace ya mucho, también me parecía el prototipo de intelectual de salón, que hace ideología sólo a nivel de discurso, conjurando la mala conciencia: explica la doctrina, la reformula en una conceptualización propia, publica y ya está, como si eso no hubiera que conectarlo con el día a día (¡je! Un poco al estilo del Frente Nacional de Judea de aquella película de Monty Python).
También, a lo que comentas en tu entrada, me parece importante añadir que en la heterodoxia marxista de Marcuse, los grupos que pueden llevar a cabo la transformación no son la clase trabajadora, atrapada ya en el sistema, sino los marginados o aun no integrados, o sea, los parados, los inmigrantes y, en especial, los estudiantes e intelectuales, dándole más fuerza a la superestructura cultural, de ahí su influencia en el Mayo del 68; aunque, claro, visto con perspectiva, nos embargue el escepticismo.
Te escribo aquí y recurro a Arendt porque sobre “la Weil” ya te han hecho hoy unos comentarios muy “objetivados”. Me llama la atención el prejuicio capitalista que supone diferenciar el trabajo por su cualificación, y también el sentido que puede tener, en ese sistema, aquello que se considera “enriquecedor”. Si el trabajo es poco remunerado, si lo que enriquece se ofrece de forma desinteresada, en esta productiva cultura, no tiene valor…esa forma de pensar sólo responde a una actitud servil, más aun cuando se pretende crítica.
Un fuerte abrazo,
Marisa
Hola Marisa, «Mínima moralia» y «Dialéctica de la Ilustración» se dejan leer. Ahora bien, en esos más de veinte tomos de obras completas y letra diminuta en Akal hay mucho material que ha envejecido mal, tan mal como «Moses und Aron» de Schönberg. Adorno se equivocaba en su elitismo cultural y el tiempo ha dado la razón a Benjamin en temas de Estética. Pero no hay que olvidar a Marcuse. Aunque haya ideas mil veces repetidas después. Siempre es bueno volver a Marcuse.
Weil identifica la opresión con la separación de pensamiento y acción, no con el sistema de propiedad. Comunismo y capitalismo buscan la salvación en el mismo sitio: en la especialización absoluta (la cadena de montaje) y el dogma del crecimiento del PIB. La especialización convierte al trabajador en un engranaje que no piensa y no hay garantía alguna de que el progreso continuado de las fuerzas productivas tenga que ir en favor de un cambio político que favorezca a los oprimidos. Confiar ciegamente en ello es un resto de la confianza en la Providencia divina.
Los que viven y escriben en los márgenes no pueden evitar atacarse entre sí. Le pasa a la izquierda, le pasa al feminismo… Hay que hacer lo posible por buscar ideas comunes, hacer piña o manada o lo que sea.
Un abrazo.