Milorad Pavić: Segundo cuerpo. Dubravka Suznjevic (tr.) México: Sexto Piso, 2011.
Pues de eso precisamente le habla este libro todo el tiempo.
De que no estoy muerto. De que, en alguna parte, ninguno de nosotros está muerto…
Segundo cuerpo es la última novela que escribió Milorad Pavić, fallecido en 2009 a los ochenta años. En este blog he comentado otras dos obras suyas, también publicadas por Sexto Piso, Siete pecados capitales y Pieza única.
Como decía en el comentario a Pieza única, la literatura de Pavić puede explicarse con el mismo relato que usamos para dar cuenta del origen del Universo. Es necesario retroceder en el tiempo hasta la gran explosión creativa que supuso la aparición de Diccionario jázaro en 1984. Su obra posterior es el resultado de la expansión de esa ficción originaria.
Con Segundo cuerpo Pavić se despide de sus lectores del mejor modo posible, recuperando la originalidad y la energía narrativa de sus comienzos.
En su última novela aspira a responder a una de esas preguntas marcadas por Kant como mera «ilusión o espejismo trascendental»: la eterna cuestión de qué nos ocurre después de morir.
Para desplegar sus tesis mítico-teológicas, Pavić recurre a historias de amor y crímenes repartidas a lo largo de la historia y conectadas por tres elementos heréticos recurrentes: el agua de la fuente de las «grandes madres» (Cibeles, Artemisa y María) situada en Éfeso, tres versos de poderes mágicos («mientras uno está pronunciando ese verso, los movimientos de la lengua son tales que durante la satisfacción oral de una mujer provocan su clímax») escritos en la lengua olvidada de los etruscos y un anillo de piedra que cambia de color según sea el futuro de quien lo porta (felicidad, amor o salud, nunca las tres juntas).
El experimento que varios personajes de la novela intentan llevar a cabo a lo largo de los siglos serviría para demostrar si existe vida más allá de la muerte. Si alguien bebiese de la fuente mágica, recitase los versos etruscos y, moribundo ya, usase el anillo, este no tendría que cambiar de color pues su vida está a punto de terminar. Sin embargo, en el relato de Pavić el anillo de piedra en la mano de quien va a morir vive y se metamorfosea en cristales de color rojo, azul o verde. Tras la muerte, por tanto, pasamos a habitar un segundo cuerpo llevándonos algunos de nuestros recuerdos. El problema es que ese segundo cuerpo no habita en este ahora sino en otro diferente, en otra dimensión con la que es posible, en ocasiones, comunicarse.
El autor serbio considera que nuestra vida está hecha de instantes, esa nada que habita entre pasado y futuro. Allí donde se cruza la línea horizontal del tiempo y la vertical de la eternidad son posibles las condiciones para la vida. No existe, sin embargo, una sola línea del tiempo cruzándose con la eternidad sino múltiples, y morir no es nada más que el paso de una a otra. Morir es mudarse a otro «ahora». Es este un viaje no exento de peligros porque es posible saltar a una línea temporal que sólo se cruce con la eternidad en el infinito. A estos peligros se les conoce como «príncipes negros«, y quienes en ellos habitan son súcubos de «tres narices» y virtuosos del violín.
En cualquier caso, aparte de estas aventuras metafísicas, creo que en Segundo cuerpo Pavić deja aquí y allá algunas ideas sobre el oficio de escritor y el destino de la literatura en las que conviene detenerse. En primer lugar, cabe una interpretación más prosaica del segundo cuerpo que nada tiene que ver con resurrecciones y viajes astrales. El segundo cuerpo son sus libros:
—Somos tu segundo cuerpo. Nosotros, tus libros. Después de tu muerte, no tienes ni tendrás un segundo cuerpo. Cuanto más avanza tu vida y se acerca a su fin, tus alegrías, tu pasado, los recuerdos que olvidaste, tu fuerza perdida y tus antiguos amores y odios, todo ello existe cada vez más sólo en tus libros, en nosotros. No en ti. Porque queda cada vez menos de tu plenitud para lo poco de la vida que el destino ha decidido que dures…
Desde ese entonces comprendí también el otro mensaje que me transmitían mis libros. ¿Por qué regresaban a mí? Significaba que pronto ya nadie iba a leerlos. Y que morirá también ese único segundo cuerpo mío…
Entonces regresé a casa y por primera vez empecé a soñar con los demonios.(p. 149)
En segundo lugar, la profesión de escritor en el universo de la realidad virtual, se vuelve obsoleta, prescindible. ¿Para qué relatos de amor en los tiempos de la pornografía? ¿Para qué autores con talento si, al fin y al cabo, lo importante es vender a cualquier precio?
—Yo no me refiero sólo a ti. Hablo de tu profesión de escritor. Hoy en día eres prescindible. Un dinosaurio. Lo más que puedes lograr en la literatura en este momento es que tu libro se parezca a un relato de uno de esos de reality shows. Lo que en los siglos XVIII y XIX eran las novelas de amor, hoy son los canales porno de la televisión, por los cuales uno se entera qué hay debajo cuando un hombre lleva puesta encima tan solo a una mujer. ¿Por qué habrías de esforzarte con un libro si puedes ver todo en vivo? Además, hoy están de moda los que carecen de talento. Los escritores ya no usan su don de escribir cuando escriben, por lo cual ya no es posible determinar si lo tienen o no. Eso es, desde luego, una ganancia para los escritores y una pérdida para los lectores, y por eso los están abandonando los lectores. A ti y a todo ese gremio tuyo de literatos… (p. 37)
Por último, dice Pavić, hay dos tipos de escritores: «Unos perciben el gusto de los lectores y atienden ese gusto sin prestar atención a lo que va a resultar de sus libros. Otros quieren cambiar el mundo y la literatura, sin prestar atención al gusto de los lectores y al interés de su editor.»
El autor del Diccionario jázaro pertenecía, sin lugar a dudas, a este segundo grupo.