Rodrigo Marín Bueno: «La fea burguesía» de Miguel Espinosa

libro_120528125617_LA_FEA_BURGUESIA

Juan Rodrigo Marín Bueno,
Marx y Nietzsche en «La fea burguesía» de Miguel Espinosa

– Profesor: Eugenio Sánchez Bravo.

– I. E. S. Valle del Jerte, Plasencia. 2º A. 2013-2014.

Disertación

Miguel Espinosa nace en Caravaca de la Cruz, Murcia, el 4 de Octubre de 1926. Fue asesor jurídico y trabajó en el campo del comercio exterior en una empresa japonesa. Aunque su obra como escritor no tuviera renombre entre el gran público, sí que es valorada meritoriamente por la crítica más intelectual. Espinosa moriría en su Murcia natal un 1 de Abril del 82 a causa de un infarto de miocardio. Parte de su obra es editada y publicada de forma póstuma. Así ocurrió con La fea burguesía.

La fea burguesía es, en sí, una narración, una sátira en la que se desnuda sin pudor alguno a una serie de personajes representativos de dicha clase social. Por supuesto, la opinión de los lectores ya está condicionada por el título. Ha habido momentos en los que no he podido evitar pensar qué sentiríamos al cambiar el “fea”, omitirlo, dejar al ego juzgar de forma no condicionada por tal adjetivo. El objetivo de la obra es satirizar la sociedad franquista en la que vivió Espinosa, aunque es fácil trazar un paralelismo con casi cualquier época, incluida la presente.

La lectura se me ha antojado incómoda, la incomodidad que a uno le causa el desfile imparable de un concepto tan punzante como es la crueldad de la opulencia, la degeneración del mundo capitalista. Quizá esta no sea la forma más elegante y acertada de definir las ideas que Espinosa nos transmite a través de sus criaturas. Criaturas divididas en clase media y clase gozante. Pero no me resigno.

Espinosa nos muestra un conjunto de especímenes de burgués. Para aquellos que no hayan leído el libro, diré que el “burgués” es un ser hermafrodita, compuesto por dos entes que son uno y a la vez dos que se contienen recíprocamente. ¿Fácil, no?

Los nombres de dichos “sujetos” son (en orden de aparición): Castillejo y Cecilia, Clavero y Pilar, Krensler y Cayetana, Paracel y Purificación, y Camilo y Clotilde. Todas las parejas pertenecen a la clase media, salvo la última. Una simple diferenciación entre los grupos es que el segundo se plantea como la sublimación del primero, lo supera en cualidades y le añade una última, la cercanía al poder político.

Espinosa nos describirá a estos personajes desde su posición de narrador omnisciente y con diálogos muy filosóficos a lo largo del libro, siendo la mayor parte del último capítulo un monólogo constante. La caracterización de los personajes se hará en base a sus gestos, costumbres, comportamientos, actitudes e incluso silencios.

Todos los burgueses tienen en común su concepto de la propiedad como piedra de toque para la vida. Se identifican, se igualan o se desprecian mediante la posesión. Para ellos no existe otra relación que la establecida por el dinero. La ascensión de un hombre, su destrucción, su fracaso, toda su vida, se rige por la ley económica. Nada importa, nada posee poder o vida salvo el ser que posea una cartera llena y un empleo que así la mantenga. Esta es la doctrina, el dogma asimilado hasta la náusea tras la lectura de la novela.

La carga ideológica de la obra es abrumadora, abarca prácticamente todos los aspectos del existir humano. Destaca la influencia de los ideales marxistas de Espinosa, palpable desde la primera página e incluso desde el mismo título.

El materialismo histórico está perfectamente ilustrado por los personajes de la primera parte y queda sublimado junto con una no menor carga metafísica en la segunda. El objetivo de la segunda es recoger y precisar muchos de los aspectos conceptuales que en la primera se tratan. Espinosa lo hace mediante un uso perverso de la dialéctica vista en los diálogos platónicos. Es el sofista el que da la charla adoctrinando al filósofo. Una burla, un destello malévolo y frívolo frente a la candidez del ideal socrático. La sensación que prima es el descorazonamiento, la sinrazón y el rechazo de la inteligencia pues se desprecia todo aquello que no sea inmediato y material. La visión del mundo de los personajes desprestigia, veja y reduce a la nada todo aquello que no sea beneficio mercantil, que no posea circunstancia, poder. El arte y la historia son puestos a prueba y menospreciados en este libro.

Al final del segundo capítulo hay un buen ejemplo: Clavero y Pilar acuden junto con dos amigos a visitar una catedral. Espinosa incide en el ruido de los caros tacones sobre la fría y muerta piedra, los escalofríos de los burgueses al sentirse en territorio ajeno a su orden. Pasean sus miradas por paredes e inscripciones. Tan solo rompen el silencio para cuestionarse cuánto habrían cobrado los constructores de tamaña obra, qué habrían hecho en su día con el salario. Uno no puede evitar poner una mueca y hacer amago de recordar alguna vivencia similar.

El otro ejemplo lo tomo del final del capítulo tercero: Purificación pasea por la playa junto a su hija, pendiente en todo momento de las miradas ajenas y de si lleva bien puesto su atuendo playero. Toma asiento junto a uno de los superiores de su marido, le enseña un libro recién comprado esa mañana y que apenas ha hojeado. Es un libro sobre la naturaleza del Ser. Tras alardear de esa “cultura” reducida a mercancía, se acerca a otro amigo y éste le pregunta si ha leído a Heródoto alguna vez. Ante la negativa, le narra parte de las obras del griego, costumbres de los persas y egipcios. El capítulo concluye con Purificación pensando que el devenir histórico no va con ella. Ella sólo quiere ontología. En ella ser y consumir son equivalentes; para eso se ha comprado un piso y un coche.

Vemos la alienación en el primer capítulo. La historia de Castillejo comienza con él sentado en una cafetería. Se nos dice que a ella acude día sí y día también y que siempre pide el mismo condumio de un bollo y café. Jamás varía. El ambiente de la cafetería esta plagado por un rebaño de hombres que anida en los asientos. Castillejo los contempla, no como ruinas humanas, sino como cascotes, carentes de cualquier valor. La historia de Castillejo prosigue con la narración de su vida hasta este momento. En un determinado momento la visión de otros más jóvenes y pudientes le hacen consciente de su ceguera, de su error. Castillejo es otro escombro: todo cuanto ha logrado no tiene valor, tan sólo ha vivido de un puesto de catedrático, loro de viejas citas, adulador de otros. Justo cuando parece llegar a esta conclusión llega su familia, fin de su silencio y reflexión inconclusa.

La idea es clara. El objetivo del hombre para Marx es su superación mediante el trabajo. Castillejo no se ha realizado puesto que su incapacidad para alumbrar ideas no le ha permitido dotar de sentido a su trabajo. ¿Qué es mas doloroso: vivir consciente de tu realidad, por miserable que sea, o vivir una supuesta vida de triunfo y satisfacción que acaba por revelarse vacía y sin sentido? Cabe mencionar que Castillejo lo mira desde sus casi cincuenta años.

Fuera de este caso concreto del burgués acabado quedan los inadaptados de clase baja. En este libro su papel no es mudo. De hecho, en la segunda parte se emplean personajes que representan a la clase baja e incluso el propio autor se incluye a sí mismo. Pero, dada su posición, éstos no son escuchados; los pudientes les ignoran y menosprecian, les huyen y se asquean, pues los pobres son símbolo de realidad, razón y moral, son el reflejo de su vacío y error. Para la clase dominante los sirvientes, camareros y chóferes, son objetos cuya esencia y ser es cumplir una función meramente instrumental: sirven, ponen mesas y lavan platos; tal vez coman, quizá amen, pero nada de eso importa puesto que “no son”. Es la conversión del hombre en instrumento, la negación de sus habilidades o cualidades humanas. No es necesaria la subordinación directa del individuo, su condición económica es suficiente: los burgueses no hacen diferenciación entre un secretario de su trabajo o su madre.

Como antes había dicho, la segunda parte es en su mayoría una discusión/monólogo entre Camilo y Godínez. Ambos se conocen desde la infancia pero sus mundos tomaron caminos opuestos según el trabajo que eligieron. Camilo es un importante diplomático, un gozante del poder, mientras que Godínez no es más que un despachante de embutidos. Su diferencia es similar a la distancia entre el Cielo y la Tierra.

Camilo merece una especial atención. Es el personaje más elaborado de todo el libro. Hace las veces de profeta enviado para predicar la palabra entre las desdichadas criaturas como Godínez. Pero su fin no es ayudar, tan solo informar de cuán triste es la vida de los “inadaptados” como Godínez. El despachante de embutidos pasa toda la historia en silencio, asintiendo, enmudecido por la retórica de su interlocutor. Es una burla maestra al lector que trata de ser crítico. ¿Cómo ser crítico con Camilo que se sitúa más allá del bien y el mal, que se ríe de preceptos, que no teme a nada pues disfruta de la impunidad dada por el poder? No hay maldad en sus palabras ¿Cómo echar en cara a un incendio la devastación que causa? No hay maldad, tan solo una crueldad intrínseca, natural, esencial. Camilo basará su discurso en historias, anécdotas y reflexiones propias. Es la parte fundamental de la obra, un análisis directo sobre ideas tan diversas como la vida, el tiempo, la muerte, el poder, la religión, etc. Los capítulos comienzan con la presentación del tema, luego el cuerpo argumental y la conclusión. Camilo siempre impondrá su “visión” a la de Godínez, quien no abre la boca.

Pienso que Camilo encarna una fuerza seductora que presenta sus dones al conmocionado Godínez. Éste, empero, parece hacer mutis por el foro como el marinero en la tempestad. No podría contradecir a Camilo, pues este le ha explicado más de una vez que sus palabras no tienen más que una influencia sorda en él. No hay oposición posible. De modo que Godínez asiste al teatro y fasto de Camilo para al final marcharse sin habla, castrado.

El titulo de “Clase Gozante” es una broma en sí mismo. Los gozantes no “gozan” de su condición, están demasiado preocupados de mantener su existir mediante el gasto. Su felicidad no depende tanto de la adquisición compulsiva de bienes, sino de la seguridad que da el saber que todo se puede comprar. Más que clase gozante es clase segura o pudiente. El propio Camilo compara su existencia con un eterno ritual. Por ejemplo, al ir a un restaurante, el hecho de pedir el plato más caro no es significativo, lo que importa es permitírtelo cuando otros no pueden. Es un ritual al que se añade el bien colateral de la comida. Un obrero no entendería eso.

“Gastar, Godinillo, es transfigurar el dinero en nada, o, si acaso, en bagatela…Gastar es, también, comprobar que todo cuanto se realiza en aquel momento resulta extravagante e inmoral; gastar es abandonar lo discreto, lo ponderado, y abismarse en el reino de la voluntad; imperar, dominar, determinar…; disponer de la disposición”.

 “Gastar es mímica, invención de lo no existente…”.

Parece que la burguesía no respeta nada que no sea la propiedad y la tenencia. Sin embargo colocan algo por encima de sus mansiones y posesiones: el poder. El poder en La fea burguesía se entiende como poder político, estatal. Es el poder del que participan todos; hasta la plebe, aunque sea para mal. Niega y desprecia cualquier otro empleo, él es diplomático por gracia divina, por la gracia del sumo poder que le alimenta, que saca la sonrisa de su esposa y que adorna de juguetes la habitación de su hija; diplomático.

La imagen sacra en torno a la que gira todo bien, de la que emana el poder, el arjé de este mundo es el Caudillo. Franco encarna el alfa y la omega de este libro. El sistema es sostenido por la concentración del poder en el autoritarismo del Benefactor. La reverencia de Camilo y Clotilde es máxima. Esta alabanza queda plasmada en los dos últimos capítulos en forma de salmo e imitando la estructura del evangelio apócrifo. La adoración al conductor del estado elimina al propio Dios. Dios es de lo que se avergüenzan los burgueses, una figura absurda, teatral e inmaterial, compartida en igualdad con los no integrados en su casta. El Caudillo es mejor que Dios. En palabras de Clotilde:

 “Enemiga es María, que parió al desdichado y fue apodada Vientre Bendito por los miserables; solo tu madre merece tal nombre, porque sus entrañas produjeron quien me colmó de plenitudes, pero tú también de continuo ejecutas.¡Alabado seas por beneficiar y ejecutar!”

No es tanto la eliminación de Dios sino la apoteosis del dictador, la creación de una nueva unión trinitaria de Oro, Estado y Caudillo.

Creí entrever a Nietzsche en todo el asunto de la conformación del ser en base a la materia y el desprecio a la idea. Pero no, nada más lejos. Esta fea burguesía, basada en un conformismo simbiótico con la autoridad de un “benefactor”, esta ralea de seres vacíos trajeados que viajan en coche privado, poco  o nada comparte con el vitalismo del filósofo alemán. No hay fuerza creadora, tan solo mímica y espectáculo; resuena por todo el libro la figura del sabio que no sabe nada, ese profesor náufrago en la cátedra que se ve obligado a seguir los consejos de un conocido que, aun no siendo catedrático (tal vez precisamente por no serlo), sí concibe, sí crea y no se deja engañar por la maraña de citas y nombres con las que inundan sus obras los egregios sabios universitarios; una selva de metáforas que dibujan el contorno del concepto sin llegar a entenderlo, ya que carecen de toda capacidad para ver más allá de su sueldo y su enorme despacho. Y después de esto no sólo no se corrigen, sino que desprecian la fuente. No hay capacidad de enfrentamiento. Hay miedo al misterio, a lo no ordenado.

El burgués vive transmutado en sus posesiones y cargos, su mayor distinción no es su persona, sino su coche y chófer, se refugia en un templo rodeado de porcelanas y baratijas, de insectos de oro y jade, se rodea por fosos y policías, todo forma parte de su intento desesperado de embalsamamiento en vida, de escapar al tiempo. Ama la vida pero porque hace de ella un paraíso mediante el gasto, no porque haga de la vida un fin.

Arnolfini Portrait, by Jan van Eyck, 1434
Arnolfini Portrait, by Jan van Eyck, 1434

3 comentarios en “Rodrigo Marín Bueno: «La fea burguesía» de Miguel Espinosa

  1. Está muy bien lo que me cuentas del espejo y la metáfora que encierra. Gracias.
    Recuerdo que había gente que iba a comprar algo al Corte Inglés y luego lucía con orgullo la bolsa con el logo de la empresa por toda la ciudad. A lo mejor, ese libro, disco de música, o lo que fuera, estaba en otra tienda a mejor precio, pero aquella persona quería disfrutar mostrando a los demás que era capaz de comprar en el mismísimo Corte Inglés. :/ (cara torcida).

  2. Tengo un gran interés por la literatura del siglo XVIII. Me planteo las formas de herencia de pensamiento, a la vez que las características propias del «poder». Destaco la impronta de una forma específica de lenguaje, de vestido, de alimentación…y sé que todo esto es muy próximo a Foucault. Esta ruptura de la clase media con su » estructura propia y herencia histórica» es un proceso fascinante. Creo que el libro merece ser leído. Más allá del nuevo discurso globalizador, es necesario ahondar en los motivos por los que estas fracturas suceden y mucho más en nuestro país. Un saludo.

Deja tu comentario

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s