John Berger: El cuaderno de Bento. Pilar Vázquez (tr.) Madrid: Alfaguara, 2012.
John Berger (1926), autor del magnífico documental Ways of Seeing (1971), formula en El cuaderno de Bento una Estética inspirada en la metafísica de Baruch Spinoza.
Según el autor de la Ética la sustancia es una y todo lo que existe no son sino modificaciones pasajeras de la misma. La mayoría vive ajena a esta verdad primigenia, a este logos común, y cree que es libre de las «determinaciones del destino«. La sabiduría, dice Spinoza, nace de la posesión de ideas verdaderas sobre el mundo. De este modo, experimentamos la fusión con la sustancia única, el amor Dei. A través del conocimiento verdadero alcanzamos la auténtica libertad, navegar sin esfuerzo en la corriente del Uno. Cuando esto ocurre la sustancia dios se ama a sí misma en nosotros.
En el caso de Spinoza el conocimiento verdadero parece tener su origen en un modo de intuición cuyas caracerísticas quedan sin aclarar, pero que sospecho tienden a nutrirse del ámbito científico. Berger, en cambio, encuentra la posibilidad del acontecer de la verdad en las imágenes, en el arte. Por ello, fantasea con la hipótesis de un cuaderno de dibujo que supuestamente acompañó a Spinoza durante toda su vida. El dibujo podría ser otro camino para acompañar a lo visible hasta las profundidades del Uno.
Quienes dibujamos no sólo dibujamos a fin de hacer visible para los demás algo que hemos observado, sino también para acompañar a algo invisible hacia su destino insondable. (p.22)
Comprometerse con la totalidad, acercarse al abismo de lo insondable, es una decisión trágica puesto que implica enfrentarse a la perpetua sucesión de catástrofes que es la historia de la humanidad. Sin embargo, aún en medio de la desgracia, es posible un símbolo de esperanza. Así comenta Berger el aguafuerte de Käthe Kollwitz (1867-1945) que lleva por título «Trabajadora con pendiente»
Miremos de nuevo el aguafuerte de Kollwitz. El pendiente es una pequeña declaración de esperanza, pequeña pero no por ello menos orgullosa, y, sin embargo, queda completamente eclipsado por la luz del rostro, que es inseparable de su nobleza. Al mismo tiempo, el rostro ha sido dibujado con líneas negras tomadas de la oscuridad circundante. ¡Y por eso, tal vez, eligió llevar pendientes! (…)
Un sentido de pertenencia a lo que ha sido y a lo que ha de venir es lo que diferencia al hombre de los otros animales. No obstante, enfrentarse a la Historia significa enfrentarse a lo trágico. Por eso tantos prefieren mirar hacia otro lado. Para decidir comprometerse con la Historia, aunque la decisión sea una decisión desesperada, hace falta esperanza. Un arete de esperanza. (p. 53)

La obra de Käthe Kollwitz es inexpugnable para la esperanza ingenua pero de su visión del sufrimiento humano emana una dignidad inesperada. Observa estas imágenes.


El panteísmo de Spinoza hace posible una teoría estética en la que el objeto más frágil se convierte en una puerta alucinada hacia la totalidad. En cada cuerpo se expresa la esencia eterna del Uno. La función del arte es poner de relieve esa conexión, salvar el eterno presente de todas las cosas.

No sólo el dibujo sino también la música es capaz de abrir esa puerta de la que hablo. Berger recuerda cuando, en medio de la II Guerra Mundial, acudía a la National Gallery a escuchar los recitales de piano de Myra Hess interpretando a Bach. Es extraño,dice, «pero en tiempo de guerra la música es una de las pocas cosas que parecen indestructibles». (p. 58)
Desde entonces creemos habernos librado del yugo de la tiranía pero no es así. Hoy día la tiranía no tiene rostro pero el capitalismo globalizado ha logrado fomentar como nunca antes la indiferencia humana hacia la crueldad. Del mismo modo que el arte sumerge el instante presente de lo más frágil en la eternidad de la sustancia así la protesta política en todas sus formas nos redime de la barbarie consumada de la actualidad. A pesar de que no sirva para nada, a pesar de la inutilidad de todos los sacrificios, protestar es el único modo de no morir en vida. El modo en que esa protesta se salva del olvido es también el arte, la literatura.
Protestar es negarse a que te reduzcan a cero y a un silencio impuesto. Por consiguiente, en el momento en el que se hace una protesta, si se llega a hacer, ya hay una pequeña victoria. El momento, aunque pase, como todos los momentos, adquiere cierta permanencia. Pasa, pero queda impreso. Una protesta no es principalmente un sacrificio hecho en aras de cierto futuro alternativo, más justo; una protesta constituye una redención inconsecuente, insignificante, de algo del presente. El problema reside en cómo seguir viviendo con el adjetivo inconsecuente repetido una y otra vez. (…) La narrativa es otra manera de hacer que los momentos sean indelebles, pues cuando uno oye una historia o lee un relato, éstos detienen el curso unilineal del tiempo y hacen que el adjetivo inconsecuente pierda su significado. (p. 89)
Además, el relato se integra, por decirlo de algún modo, en nuestro riego sanguíneo. La literatura se manifiesta como un vehículo inexplicable de solidaridad entre los hombres. Todos los que han leído Los hermanos Karamazov, dice Berger, son, de algún modo, primos lejanos.
A pesar de todo, la perplejidad y el pesimismo son nuestro estado natural. Para hacerles frente es necesario releer una y otra vez este conocido párrafo de la Ética de Spinoza.
De todas maneras, la potencia humana es sumamente limitada, y la potencia de las causas exteriores la supera infinitamente. Por ello, no tenemos la potestad absoluta de amoldar según nuestra conveniencia las cosas exteriores a nosotros. Sin embargo, sobrellevaremos con serenidad los acontecimientos contrarios a las exigencias de la regla de nuestra utilidad, si somos conscientes de haber cumplido con nuestro deber, y de que nuestra potencia no ha sido lo bastante fuerte como para evitarlos, y de que somos una parte de la naturaleza total, cuyo orden seguimos. Si entendemos eso con claridad y distinción, aquella parte nuestra que se define por el conocimiento, es decir, nuestra mejor parte, se contentará por completo con ello, esforzándose por perseverar en ese contento. Pues en la medida en que conocemos, no podemos apetecer sino lo que es necesario, ni, en términos absolutos, podemos sentir contento si no es ante la verdad. De esta suerte, en la medida en que entendemos esto rectamente, el esfuerzo de lo que es en nosotros la mejor parte concuerda con el orden de la naturaleza entera.
(Ética, parte cuarta, apéndice, capítulo XXXII)
El cuaderno de Bento es una miscelánea de anécdotas, relatos, ensayo, autobiografía, dibujos y citas de Spinoza. Muy irregular. Para colmo de males, todo el discurso de Berger queda eclipsado por las citas del autor de la Ética y sus dibujos se quedan en nada cuando se comparan con la contundencia de las imágenes de Käthe Kolwitz.
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Hola Gerard, me alegra que te haya gustado la reseña. 🙂
Cuánto me gusta aprender contigo, Eugenio. Me ha encantado conocer a Berger. Me haré con El cuaderno de Bento, sin duda. Es interesantísimo y extraordinario el análisis que haces. Gracias por enseñarnos.
Hola Lola, Berger es un fantástico crítico de arte. En su discurso confluyen la filosofía, la música, el dibujo, la estética, la historia del arte, el relato… El problema de El cuaderno de Bento es que, como digo arriba, su discurso queda eclipsado por cosas tan potentes como la filosofía de Spinoza o los dibujos de Käthe Kollwitz. De todos modos, es un libro cuya lectura se disfruta mucho.
Saludos.