Poe Ballantine: 501 Minutes to Chris. More Tales of an American Drifter. Old Street Publishing, London, 2007.
Otro magnífico libro de relatos de Poe Ballantine (Denver, 1955) no traducido al castellano. Es una continuación de Things I Like About America.
En World of Trouble el narrador habla de su paso casual por Nueva Orleans: trabajos con sueldos miserables y una lluvia impenitente. Mientras no reúna suficiente dinero para el autobús está atrapado en la ciudad del Katrina. No puede siquiera dormir en la calle porque la costumbre local es apuñalar a los sin-techo. Así que no le queda otra que darse grandes paseos nocturnos para afrontar al día siguiente más lluvia y una jornada extenuante. En estas condiciones la felicidad es un asunto muy sencillo: un plato de espaguetis con salchichas.
My Pink Tombstone es un maldito sobre de color rosa que encierra muerte, decepción y un barco que nunca zarpa.
Methamphetamine for dummies es un espléndido relato dónde la metanfetamina se convierte en una especie de renovado Mefistófeles. Cumple todos tus deseos pero devora sin piedad tu alma. Cito dos textos típicos del estilo de Ballantine: realidades complejas se muestran de un modo directo, con ironía y sarcasmo.
Overall the effect of this inhaled form of industrial-strenght speed is Pentecostal Church Meets Hercules at the Beach. There’s a feeling like love, galactic in its proportions, blend in fulfillment, well-being, and above all potency, the sense that if you wanted to you could do anything: finish a novel, write a symphony, spin the couch with two people on it like a basketball on your figertip, wallpaper the living room, find a girl, settle down and have a familyu, drive on up to Canada and sell all the belts you just tooled, anything, it’s just you choose instead to stay here and talk with these wonderful people who share your dreams, who are lovin and optimistic as you becuse afeter all they are your family. (p. 54)
God strike me with a urine-soaked newpaper if I ever do this drug again, the aftermeth is simply unforgiving, a hangover infinitely more excruciating than alcohol, as if your nerves have been shaved by an asthmatic witch doctor, pumped with mustard gas, and then stomped crookedly by a drunken plumber who refuses to scrape his boots. Unlike coke or heroin, there is nothing subtle or romantic about this souped-up bath tub solvent concocted from the very items I move daily at the chemical warehouse. I’m convinced that methamphetamine is not a drug but a plague, which I believe Nature, in order to keep her mortal quota, has supplied in lieu of yellow fever and cholera. (p. 57)
El ambiente descrito por Ballantine es el propio de la serie de televisión Breaking Bad (Gilligan, 2008).
Conspiracy and Apocalypse at the Mcdonald’s in Goodland, Kansas, da un repaso a los interminables viajes del narrador por Estados Unidos. Curiosa es la forma en que elige sus destinos:
The town had looked like a miserable place where people wouldn’t want to go, which is the criterion I have used to pick my travel destinations for the last ten years. I have been to all the places where people wnat to go, and those are the worst places to live: they are crowded, the rent and the crime is high, the competition for pastries is fierce, and there is often a rude or exclusive attitude. In places no one wants to go, the rent is cheap, the people are happy to see a stranger (what are you doing here?), and it’s usually pretty easy to get a job -so it’s upside-down logic, but not really. (pp. 69-70)
Sin embargo, no siempre es fácil dar con sitios así. De decepción en decepción el protagonista relata los largos trayectos en autobús y las conversaciones que escucha a su alrededor. Uno de ellas es especialmente interesante. Cuando un mormón paranoico le habla del plan urdido por Dios para el fin del mundo Ballantine arguye filosóficamente:
Because things go up and things go down. That’s what I ended up saying to the Mormon in Goodland after he’d rattled off his conspiracy-and-apocalypse number on me. He said his vision of conspiracy and apocalypse was grounded in the Word, but I said even God couldn’t think up a plot that complicated. Sometimes it takes the wisdom of a potbellied epicurean truck driver to bring us back to reality. Things go up and things go down. It isn’t much more complicated than that. The trip will be over soon enough. Don’t be afraid to try the next town. You don’t ever really want it to end, anyway. (p. 88)
Advice to William somebody es, antes que un relato, un ensayo sobre la depresión y el suicidio en una sociedad enferma y fármaco-dependiente. Ballantine admite que es uno de tantos en el mundo desarrollado aquejado de esa plaga endógena e incurable que llamamos depresión. Parafraseando a Stuart-Mill la libertad individual en Estados Unidos termina allí donde empiezan a ofrecerte venenos, fármacos, drogas o como quiera llamárselos.
Widespread clinical chronic «endogenous» depression, however, is recent, coincidental with either music videos or the development of new anti-depressant wonder drugs and the armies of manufacturersand professionals eager to recommend and administer them. Americans are a stubbornly independent lot, descendants of pirates, puritans, smugglers, and tax evaders, but we are surprisingly compliant when it comes to the offer of drugs. (p. 92)
¿Cómo resistir a la tentación del suicidio? Ballantine no tiene una respuesta concreta pero sí mucho sentido del humor.
The fact that I am still alive amazes me every morning. I wish I had a psychological formula, a rescue kit to hand out to my fellow melancholies. I wish I could say: This is what saved me. But each time it’s something different: Kindness from a stranger. Lack of courage. Obligation to parents. Inability to write a good note. The possibility that I will have to start over again as a one-legged beggar in Tijuana or a housefly hatching out of a Dairy Queen swirl of yellow poodle doo-doo. Or I’ll imagine the appearance of my corpse, its state of decomposition by the time I am found, which always reminds me of the footage of the Jonestown mass suicides and how silly these people looked, all swollen in polyester heaps and black at the fingertips—the ultimate in bad fashion. (pp. 95-96)
501 Minutes to Christ gira en torno a la sensibilidad mística, informal y heterodoxa, de Ballantine. Dos ideas me han llamado la atención. En primer lugar, una curiosa observación sobre la televisión:
Without the distraction of television, that life-support system for people with no lives, I sit for a long while, steeping in the sudden revelation of my own stagnancy. ( p. 103)
En segundo lugar, dos experiencias místicas explicadas con absoluta sencillez:
I’ve seen Christ twice in my life: once while stoned and all alone in a flea-ridden Mission Beach bungalow; the other time, not long ago, while praying out of the depths of my despair. On both occasions the darkness parted, and my heart was lifted with awe. (p. 117)
En God’s Day narra cómo pasa su peculiar ramadán: un día al año el autor ni come, ni habla, ni trabaja, ni fuma, ni lee, ni ve televisión ni amigos. Simplemente contempla, reza y se esfuerza por echar una mano a alguien. En este caso a un «hobo» llamado «Dirty Man».
Realism explica por qué se pasa la vida huyendo de sí mismo, dando tumbos de un lado a otro, «an American drifter». A partir de una metáfora de Vonnegut, una de sus influencias literarias, Ballantine da una explicación muy realista.
I once read an interview with Kurt Vonnegut in which he talked of his disenchantment with scientific truth because «we dropped [it] on Hiroshima». Vonnegut’s metaphor is apt: The truth is no flickering Hawaiian lantern. It is searing white light. It scorches roaches and saints alike. (p. 135)
Realism is brutal, and the truth is a killer that none of us want to face. ( p. 143)
Blessed Meadows for Minor Poets es un ajuste de cuentas con la gran industria editorial. Después de meses de trabajo con una editora sin criterio rompe el contrato de su vida y vuelve a la carretera.
Wide-Eyed in the Gaudy Shop parece estrictamente autobiográfico: la historia de su matrimonio con una joven mejicana.
En The Irving da cuenta de su primera lectura multitudinaria. Alaba a Bukowski pero cuestiona a Norman Mailer y John Irving. Para salvar a la literatura de estos recitales televisados, de la transformación de la literatura en mercancía, planea dejar K.O. a Irving de un puñetazo al igual que, según cuenta la leyenda, hizo Norman Mailer con Gore Vidal.
Muy recomendable.
Hay días que quiero explotar o encontrar una catarsis que me libere. Por mucho que huya siempre encuentro a ese yo jodido que me maltrata. Bien, acudo a este Aula, me empapo, muchas veces me tranquilizo. El tema viene como anillo al dedo. No me valdría viajar como a Ballantine, creo que a mí me ayudaría vivir en la cueva escondida dentro de un espeso bosque, aislado, lejos de la presencia de los hombres, hasta que se me pudran las muelas y me lleve la fatiga.
Saludos.
Supongo que para Ballantine las ciudades desconocidas son lugares en los que pasar desapercibido. Como para ti el bosque.
La angustia y el sentimiento de fracaso repetido por los rechazos de las editoriales suelen ser el detonante de sus crisis. Pero tiene una idea de lo que es la literatura y de cómo se escribe un buen cuento y se aplica obsesivamente hasta que por casualidad encuentra lectores.
Usa la literatura para ajustar cuentas consigo mismo y con el mundo, para mostrar la verdad de las cosas usando la ironía y el humor.
Lo que hay en Ballantine que me atrae es una idea de los Estados Unidos que no tiene nada que ver con Bush, los mormones, los puritanos, el espectáculo…
Y siempre le queda la salida de irse a México.
Un saludo.
Voy a ver si lo consigo, me interesa.
Pensándolo más, mi México sería alguna isla del Tahití antiguo, aquel que describe «El drama de la Bounty». Donde algunas indígenas eran el mejor consuelo.
Espero no molestar.
Un saludo.
Me viene a la mente, leyendo vuestra conversación la película «Into the wild» dirigida por Sean Penn -a la que Eugenio ya le dedicó una entrada- y que Ente seguro que ya ha visto, por la conclusión a la que llega el protagonista en su escena final. De nada sirve la felicidad si no puede compartirse. La contemplación, que conlleva el placer de indagar en lo más profundo de nuestro ser, no es más que una herramienta, por así decirlo para llegar a…pero no debe ser un fin en sí misma.
A mí también me gustaría ser un monje tibetano sentado impasible en las laderas del Teide.
Saludos.
Hola Soul. Tienes razón, compartir es bueno. Recuerdo que cuando Eugenio se encontró con el escritor Rafael Reig me sentí contento, y más de que compartiera ese momento.
Sobre lo del Teide, desgraciadamente, aparecerían los de Seprona, u otros parecidos, y con la excusa de proteger la naturaleza te echarían de allí, aunque sólo estuvieras mirando las nubes. He pasado por eso. Pero es muy buena idea.
Cuánto más conoces una lengua más consciente eres de lo que se pierde en la traducción. ¿Qué te voy a contar a ti que puedes leer a Nietzsche o a Novalis del original?
Después de dedicarle últimamente un cierto esfuerzo al inglés tengo la sensación de que se me han abierto las puertas de un mundo nuevo.
De todos modos, no son cuestiones excluyentes. Leeré a Pilar Galán antes del cinco. Es lo suyo.
Un saludo:)
Eugenio, ¿ha leído la novela del director Julio Medem: Aspasia, amante de Atenas?
Iba a ser un largometraje, pero no tenían dinero (para variar) y Medem convirtió el guión en novela.
Yo estaba esperando la película, pero no va a ser.
Un saludo.
No la he leído, es una pena que no haya podido hacer la película. Aspasia es un personaje que lo tiene todo: de esclava a esposa de Pericles y amiga de Sócrates. ¿Quién no tiene curiosidad por ver esa historia llevada al cine?