Slavoj Žižek: En defensa de la intolerancia. Javier Eraso Ceballos y Antonio José Antón Fernández (tr.) Madrid: sequitur, 2008.
De los libros de Žižek que he leído este es el que más me ha gustado. Breve, claro, contundente, provocador y divertido. La hipótesis que Žižek desarrolla es muy elemental: la ideología multicultural, es decir, la lucha por el reconocimiento de los diferentes estilos de vida, es la ideología oficial del capitalismo global. Para Žižek es como la cháchara del neurótico que habla y habla al analista para ocultar su verdadero secreto. La defensa de los derechos de todo tipo de minorías es la cortina de humo que oculta la despolitización de la economía, el no cuestionamiento del marco económico general.
La gran novedad de nuestra época post-política del «fin de la ideología» es la radical despolitización de la esfera de la economía: el modo en que funciona la economía (la necesidad de reducir el gasto social, etc.) se acepta como una simple imposición del estado objetivo de las cosas. Mientras persista esta esencial despolitización de la esfera económica, sin embargo, cualquier discurso sobre la participación activa de los ciudadanos, sobre el debate público como requisito de la decisión colectiva responsable, etc. quedará reducido a una cuestión «cultural» en torno a diferencias religiosas, sexuales, étnicas o de estilos de vida alternativos y no podrá incidir en las decisiones de largo alcance que nos afectan a todos. La única manera de crear una sociedad en la que las decisiones de alcance y de riesgo sean fruto de un debate público entre todos los interesados, consiste, en definitiva, en una suerte de radical limitación de la libertad del capital, en la subordinación del proceso de producción al control social, esto es, en una radical re-politización de la economía. (p. 110)
Esto no significa desprecio hacia los avances conseguidos para la igualdad de sexos y minorías raciales. Significa que reducir la política a esta lucha es abandonar la verdadera política, es entregar la política a la extrema derecha (Le Pen, Haider, Buchanan), la única que hoy día, según Žižek, hace política con pasión. El resto de los partidos se limita a vegetar, que es la única actividad posible en este tiempo dominado por la figura del «último hombre» de Nietzsche.
El problema, sin embargo, está en que, con su continuada transformación hacia un régimen «postpolítico» tolerante y multicultural, el sistema capitalista es capaz de neutralizar las reivindicaciones queers, integrarlas como «estilos de vida». ¿No es acaso la historia del capitalismo una larga historia de cómo el contexto ideológico-político dominante fue dando cabida (limando el potencial subversivo) a los movimientos y reivindicaciones que parecían amenazar su misma supervivencia? Durante mucho tiempo, los defensores de la libertad sexual pensaron que la represión sexual monogámica era necesaria para asegurar la pervivencia del capitalismo; ahora sabemos que el capitalismo no sólo tolera sino que incluso promueve y aprovecha las formas «perversas» de sexualidad, por no hablar de su complaciente permisividad con los varios placeres del sexo. ¿Conocerán las reivindicaciones queers ese mismo fin?
Sin duda, hay que reconocer el importante impacto liberador de la politización postmoderna en ámbitos hasta entonces considerados apolíticos (feminismo, gays y lesbianas, ecología, cuestiones étnicas o de minorías autoproclamadas): el que estas cuestiones se perciban ahora como intrínsecamente políticas y hayan dado paso a nuevas formas de subjetivación política ha modificado completamente nuestro contexto político y cultural. No se trata, por tanto, de minusvalorar estos desarrollos para anteponerles alguna nueva versión del esencialismo económico; el problema radica en que la despolitización de la economía favorece a la derecha populista con su ideología de la mayoría moral y constituye el principal impedimento para que se realicen esas reivindicaciones (feministas, ecologistas, etc.) propias de las formas postmodernas de la subjetivación política. En definitiva, se trata de promover «el retorno a la primacía de la economía» pero no en perjuicio de las reivindicaciones planteadas por las formas postmodernas de politización, sino, precisamente, para crear las condiciones que permitan la realización más eficaz de esas reivindicaciones. (pp. 68-69)
La pseudo-política que Žižek describe en este libro recuerda mucho a la que el gobierno socialista lleva a cabo en este país. Se sobreentiende que el modelo capitalista global es el único viable, no importa las catástrofes planetarias y locales que haya podido engendrar. Lo único sujeto a debate es la píldora del día después, la ley del aborto o la educación para la ciudadanía. Desgraciadamente, a la derecha no le cuesta nada retorcer este argumento a su favor. Pero lo que en realidad reclama Žižek es un auténtico giro democrático a la izquierda.
Otras de las sugerentes ideas que Žižek desarrolla en el libro es el modo el que el capitalismo global absorbe cualquier tipo de resistencia o negatividad. ¿Quién no ha experimentado alguna vez la típica maniobra del poder que, para evitar que una protesta social concreta condense metafóricamente un descontento general latente, moviliza a la prensa y expertos de todo tipo y les encarga limitar y subsanar las causas específicas de esa reivindicación puntual?
Pensemos en el ejemplo clásico de la protesta popular (huelgas, manifestación de masas, boicots) con sus reivindicaciones específicas («¡No más impuestos!», «¡Acabemos con la explotación de los recursos naturales!», «¡Justicia para los detenidos!»…): la situación se politiza cuando la reivindicación puntual empieza a funcionar como una condensación metafórica de una oposición global contra Ellos, los que mandan, de modo que la protesta pasa de referirse a determinada reivindicación a reflejar la dimensión universal que esa específica reivindicación contiene (de ahí que los manifestantes se suelan sentir engañados cuando los gobernantes, contra los que iba dirigida la protesta, aceptan resolver la reivindicación puntual; es como si, al darles la menor, les estuvieran arrebatando la mayor, el verdadero objetivo de la lucha). Lo que la post-política trata de impedir es, precisamente, esta universalización metafórica de las reivindicaciones particulares. La post-política moviliza todo el aparato de expertos, trabajadores sociales, etc. para asegurarse que la puntual reivindicación (la queja) de un determinado grupo se quede en eso: en una reivindicación puntual. No sorprende entonces que este cierre sofocante acabe generando explosiones de violencia «irracionales»: son la única vía que queda para expresar esa dimensión que excede lo particular. (p. 40)
Este es el funcionamiento típico del capitalismo. En este caso Žižek comparte las ideas de Deleuze. El capitalismo es una marea que desterritorializa, que, merced al poder igualador del dinero, borra todas las identidades. Hoy día empezamos a notar en Europa y Estados Unidos que el capital de las multinacionales ya trata por igual al obrero estadounidense que al mexicano. En el mundo global todos valen lo mismo. Y la única oposición posible es la vuelta al origen, a la comunidad identitaria, es decir, el fundamentalismo o el fascismo. El problema es que este resurgir de la territorialización es un mero síntoma del avance imparable del capital, que apenas tiene que hacer esfuerzo alguno para absorber el sueño del retorno a los viejos valores, a la comunidad original.
Por último, un párrafo típico del Žižek irreverente y divertido donde se mezclan San Agustín, Adorno y la Viagra:
La paradoja de la erección consiste en lo siguiente: la erección depende enteramente de mí, de mi mente (como en el chiste: «¿Cuál es el objeto más práctico del mundo? El pene, ¡porque es el único que funciona con un sencillo pensamiento!»); pero, simultáneamente, es algo sobre lo que no tengo ningún control (si los ánimos no son los adecuados, ningún esfuerzo de concentración o de voluntad podrá provocarla; de ahí que, según San Agustín, el que la erección escape al control de la voluntad es un castigo divino que sanciona la arrogancia y la presunción del hombre, su deseo de convertirse en dueño del universo…). Por decirlo con los términos de la crítica de Adorno contra la mercantilización y la racionalización: la erección es uno de los últimos vestigios de la auténtica espontaneidad, algo que no puede quedar totalmente sometido por los procedimientos racional-instrumentales. Este matiz infinitesimal (el que no sea nunca directamente «yo», mi Yo, el que decide libremente sobre la erección), es decisivo: un hombre sexualmente potente suscita atracción y deseo no porque su voluntad gobierne sus actos, sino porque esa insondable X que decide, más allá del control consciente, la erección, no le plantea ningún problema. (pp. 97-98)
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No puedo estar más deacuerdo con este análisis. Al robar la esfera económica a la discusión política, arrebatan al sujeto toda capacidad de actuación sobre su entorno. Saludos
Si quieres empezar a leer a Zizek este es el mejor para iniciarse. También son muy interesantes sus dos documentales, The perverts guide to cinema y The reality of the virtual.
Un saludo.