Platón:Teeteto

El Teeteto de Platón es uno de sus diálogos imprescindibles. Pertenece junto a Parménides, Sofista y Político al arrebato autocrítico que sucede a República. Estos diálogos se caracterizan por la renuncia de Platón a sus habilidades como fabulador. Los entrañables mitos desaparecen para dejar su lugar a un pensamiento más lógico, crítico y escéptico. Esto tiene como consecuencia inmediata la pérdida de fuerza narrativa, cierta rigidez en la descripción de los personajes y, por tanto, el incremento en la dificultad de la lectura. Sin embargo, la recompensa que se ofrece al que supera estos pequeños obstáculos en Teeteto es inmensa.

En cualquier caso, si bien Parménides es un diálogo ilegible por momentos, Teeteto ofrece una combinación del Sócrates enamoradizo y discutidor, experto en el arte de la mayéutica, con un ejercicio minucioso de la dialéctica en el que empieza a asomar ya el modo de pensamiento aristotélico.

Cuando Whitehead decía que la Historia de la Filosofía no eran más que notas a pie de página de los diálogos de Platón debía estar pensando en Teeteto. Varios de los lugares comunes más conocidos del pensamiento filosófico aparecen por primera vez en este diálogo. Aunque parezca increíble para muchos, el primero que dijo que el origen de la filosofía era la admiración y el primero que habló de las aventuras de Tales para ilustrar la condición del filósofo fue Platón y no Aristóteles. Otros dicen que Aristóteles fue el primero en hacer Historia de la Filosofía y presentar su pensamiento como una síntesis de lo anterior, pero también es Platón el primero que se coloca en medio de las dos principales corrientes de pensamiento generadas por Heráclito y Parménides. También fue Platón el primero en hacer la clásica pregunta cartesiana: «¿cómo podría demostrarse que nuestras percepciones no están afectadas por el sueño o la locura?». La famosa metáfora del alma como una «tablilla de cera», más tarde emblema de la corriente empirista, también aparece por primera vez en Teeteto. La historia de la teoría del conocimiento no ha hecho otra cosa que volver una y otra vez sobre las definiciones del conocimiento que aparecen en este diálogo: el saber es percepción, el saber es opinión verdadera o el saber es opinión verdadera acompañada de explicación. ¿Cómo es posible el error o la opinión falsa?, tema clásico en Descartes o Spinoza, también es objeto de un intenso debate.

De todos modos, creo que es la idea socrática de educación es el elemento esencial de este diálogo. En estos tiempos, en que cultura y educación están cada más devaluadas y envilecidas por el capital conviene tener siempre presentes los consejos del sabio Sócrates:

Sóc. — Mi arte de partear tiene las mismas características que el de ellas, pero se diferencia en el hecho de que asiste a los hombres y no a las mujeres, y examina las almas de los que dan a luz, pero no sus cuerpos. Ahora bien, lo más grande que hay en mi arte es la capacidad que tiene de poner a prueba por todos los medios si lo que engendra el pensamiento del joven es algo imaginario y falso o fecundo y verdadero. Eso es así porque tengo, igualmente, en común con las parteras esta característica: que soy estéril en sabiduría. Muchos, en efecto, me reprochan que siempre pregunto a otros y yo mismo nunca doy ninguna respuesta acerca de nada por falta de sabiduría, y es, efectivamente, un justo reproche. La causa de ello es que el dios me obliga a asistir a otros pero a mí me impide engendrar. Así es que no soy sabio en modo alguno, ni he logrado ningún descubrimiento que haya sido engendrado por mi propia alma. Sin embargo, los que tienen trato conmigo, aunque parecen algunos muy ignorantes al principio, en cuanto avanza nuestra relación, todos hacen admirables progresos, si el dios se lo concede, como ellos mismos y cualquier otra persona puede ver. Y es evidente que no aprenden nunca nada de mí, pues son ellos mismos y por sí mismos los que descubren y engendran muchos bellos pensamientos. No obstante, los responsables del parto somos el dios y yo. Y es evidente por lo siguiente: muchos que lo desconocían y se creían responsables a sí mismos me despreciaron a mí, y bien por creer ellos que debían proceder así o persuadidos por otros, se marcharon antes de lo debido y, al marcharse, echaron a perder a causa de las malas compañías lo que aún podían haber engendrado, y lo que habían dado a luz, asistidos por mí, lo perdieron, al alimentarlo mal y al hacer más caso de lo falso y de lo imaginario que de la verdad. En definitiva, unos y otros acabaron por darse cuenta de que eran ignorantes. Uno de ellos fue Aristides, el hijo de Lisímaco, y hay otros muchos. Cuando vuelven rogando estar de nuevo conmigo y haciendo cosas extraordinarias para conseguirlo, la señal demónica que se me presenta me impide tener trato con algunos, pero me lo permite con otros, y éstos de nuevo vuelven a hacer progresos. Ahora bien, los que tienen relación conmigo experimentan lo mismo que les pasa a las que dan a luz, pues sufren los dolores del parto y se llenan de perplejidades de día y de noche, con lo cual lo pasan mucho peor que ellas. Pero mi arte puede suscitar este dolor o hacer que llegue a su fin. Esto es lo que ocurre por lo que respecta a ellos. Sin embargo, hay algunos, Teeteto, que no me parece que puedan dar fruto alguno y, como sé que no necesitan nada de mí, con mi mejor intención les concierto un encuentro y me las arreglo muy bien, gracias a Dios, para adivinar en compañía de qué personas aprovecharán más. A muchos los he mandado a Pródico y a otros muchos a otros hombres sabios y divinos.

Me he extendido, mi buen Teeteto, contándote todas estas cosas, porque supongo —como también lo crees tú—que sufres el dolor de quien lleva algo en su seno. Entrégate, pues, a mí, que soy hijo de una partera y conozco este arte por mí mismo, y esfuérzate todo lo que puedas por contestar a lo que yo te pregunte. Ahora bien, si al examinar alguna de tus afirmaciones, considero que se trata de algo imaginario y desprovisto de verdad, y, en consecuencia, lo desecho y lo dejo a un lado, no te irrites como las primerizas, cuando se trata de sus niños. Pues, mi admirado amigo, hasta tal punto se ha enfadado mucha gente conmigo que les ha faltado poco para morderme, en cuanto los he desposeído de cualquier tontería. No creen que hago esto con buena voluntad, ya que están lejos de saber que no hay Dios que albergue mala intención respecto a los hombres. Les pasa desapercibido que yo no puedo hacer una cosa así con mala intención y que no se me permite ser indulgente con lo falso ni obscurecer lo verdadero. Así es que vuelve al principio, Teeteto, e intenta decir qué es realmente el saber. No digas que no puedes, pues, si Dios quiere y te portas como un hombre, serás capaz de hacerlo.

Platón, Teeteto, 150b-151c

A continuación un cuestionario, una selección de textos y una bibliografía esencial por si quieres usarlas como guía de lectura:

I. Cuestionario

  1. ¿Qué descripción hace Teodoro de Teeteto? 143a
  2. A la pregunta de Sócrates sobre qué es el saber Teeteto responde enumerando distintos saberes importantes. ¿Por qué lo corrige Sócrates?143c
  3. ¿En qué consiste el arte de partear? 150b
  4. Teeteto dice que el saber es percepción. A qué filósofo asocia Sócrates esta definición y por qué. 152a
  5. Dentro de esta teoría de Protágoras cómo se definiría el color. 153e-154a
  6. ¿Cuál es el origen de la filosofía según Sócrates? 155d
  7. ¿Cómo califica Teeteto a los materialistas? 155e
  8. Explica el desarrollo que hace Sócrates de la teoría que afirma que el Universo es movimiento. 156a-157a
  9. ¿Qué argumento ofrece Sócrates para rechazar definitivamente la idea de que el saber es percepción? Relaciónalo con Descartes. 157e y ss
  10. ¿En qué consiste la ignorancia socrática? 161a
  11. ¿Cómo refuta Sócrates el relativismo de Protágoras? 161d
  12. ¿Qué otro argumento utiliza Sócrates para refutar la idea de que el saber es percepción? 165b-c
  13. ¿Cuál es la teoría de Protágoras respecto a la educación? 167a
  14. ¿Cómo se autorrefuta el relativismo? 171a
  15. Diferencias entre los oradores dedicados a los tribunales y los filósofos. 173a y ss
  16. Cuál es el sentido de la famosa anécdota en la que intervienen Tales y una sirvienta tracia. 174a
  17. ¿Por qué es el filósofo objeto de burla por parte de la mayoría? 174a y ss
  18. ¿Qué le ocurre al orador experto en los tribunales cuando acepta conversar con el filósofo sobre la felicidad y la justicia en sí mismas? 175b y ss
  19. ¿Qué dice Platón acerca del mal o «los males«? 176a
  20. ¿Cuál es el castigo de la injusticia? 177a
  21. ¿De qué modo la Idea del Bien (para la ciudad) contradice el relativismo de Protágoras? 178a -179a
  22. ¿Cómo describe Teodoro a los heraclíteos, defensores de la hipótesis de que percepción es saber y de que todo está en continuo cambio? 179e-180a
  23. ¿Qué tesis atribuye Sócrates a los «Melisos y Parménides«? ¿Qué significa la expresión «hemos caído en medio de ambos bandos»? 180e
  24. Una difícil, ¿cómo demuestra Sócrates que, si se admite la hipótesis de Heráclito del movimiento continuo, entonces no hay diferencia entre el saber y el no-saber? 182a-183a
  25. ¿Con qué dos adjetivos califica Platón a Parménides? 183e
  26. ¿Cómo demuestra Sócrates a Teeteto que existe una facultad de conocimiento diferente de los sentidos? 185a-e
  27. ¿Cuáles son los objetos de los que se ocupa el alma? 186a
  28. ¿Cuál es la diferencia entre saber y percepción? 186c-e
  29. Tras renunciar a la definición del saber como algo vinculado a la percepción qué otra definición se le ocurre a Teeteto. 187b
  30. Otra algo difícil, ¿cómo argumenta Sócrates respecto a la imposibilidad de las opiniones falsas desde el punto de vista del conocimiento? 187d-188c ¿Y desde el punto de vista del ser? 188d-189b
  31. Qué significa la definición de opinión falsa como opinión errónea 189c. ¿Cómo demuestra Sócrates su imposibilidad? 190b-c
  32. Para qué utiliza Sócrates la comparación del alma con una tablilla de cera. 191 c-d
  33. ¿Qué ejemplo sencillo pone Sócrates de opinión falsa utilizando el símil de la tablilla de cera. 193b-d
  34. ¿Por qué no funciona correctamente la tablilla de cera en la mayoría? 194e-195a
  35. Sócrates ha concluido, por tanto, que la opinión falsa sólo es posible en la coordinación entre percepción y pensamiento. Pero le surge un contraejemplo que le irrita. ¿Cuál es? 196a
  36. ¿Por qué dice Sócrates que el diálogo ha caído en un círculo vicioso? 196e
  37. Abandonada por errónea la metáfora de la tablilla de cera Sócrates enuncia otra nueva metáfora para explicar el conocimiento como posesión del saber. ¿Cuál es? 198a
  38. ¿Cómo se explica la opinión falsa mediante la metáfora del palomar? 199a
  39. Otra forma de explicar la opinión falsa mediante el palomar implica suponer que en su interior se dan tanto saberes como ignorancia. ¿Cómo refuta Sócrates esta nueva metáfora? 200b
  40. Usando el ejemplo de abogados, oradores y jueces Sócrates desmonta la definión de saber como opinión verdadera. ¿Cómo lo hace? 201b y ss
  41. Cuál es la nueva definión de saber que da Teeteto? 201 c
  42. Sócrates habla de un sueño donde se le ha revelado que la realidad está compuesta de unos primeros elementos. ¿Cuáles son sus características? ¿Cuál es su relación con el saber y a quién la atribuyen los expertos? 201e-202a
  43. ¿Qué objeción pone Sócrates a la teoría de los primeros elementos? 203e y ss
  44. En la definición del saber como opinión verdadera acompañada de explicación qué significados le da Sócrates al término explicación (logos). 206d y ss
  45. ¿Por qué rechaza el último significado de explicación (diferencia)?209 e y ss

II. Textos

1. La filosofía como admiración.

Sóc. — Querido amigo, parece que Teodoro no se ha equivocado al juzgar tu condición natural, pues experimentar eso que llamamos la admiración es muy característico del filósofo. Éste y no otro, efectivamente, es el origen de la filosofía. El que dijo que Iris era hija de Taumante parece que no trazó erróneamente su genealogía.

155e

2. La locura y el sueño: Descartes.

Sóc. — Muchas veces, creo yo, habrás oído formular esta cuestión: ¿qué prueba podría uno esgrimir ante alguien que nos preguntara si estamos dormidos en este mismo instante y soñamos todo lo que pensamos, o estamos en vela y dialogamos despiertos unos con otros?

TEET. — En verdad, Sócrates, se queda uno perplejo, cuando se pone a pensar qué prueba es la que habría que aducir, pues en uno y en otro estado acontecen las mismas cosas en una perfecta correspondencia. Nada nos impide creer en el transcurso de un sueño que estamos discutiendo lo que acabamos de discutir. Además, cuando, al soñar, creemos estar contando sueños, la semejanza de uno y otro estado es extraordinaria.

158b

3. El relativismo de Protágoras y la educación.

Recuerda, por ejemplo, lo que se decía anteriormente, que a la persona que está enferma lo que come le parece amargo y es amargo para ella, mientras que a la persona que está sana le parece lo contrario y así es para ella. Pues bien, no es necesario ni es posible atribuir mayor sabiduría a una que a otra, ni hay que acusar al que está enfermo de ignorancia por las opiniones que tiene, como tampoco puede decirse del que está sano que sea sabio por opinar de otra forma. Pero hay que efectuar un cambio hacia una situación distinta, porque una disposición es mejor que la otra. Esto es lo que ocurre también en la educación, donde el cambio debe producirse de una disposición a la que es mejor. Ahora bien, mientras que el médico produce este cambio con drogas, el sofista lo hace por medio de discursos.

»No hay, efectivamente, quien pueda lograr que alguien que tiene opiniones falsas, las tenga posteriormente verdaderas, pues ni es posible opinar sobre lo que no es, ni tener otras opiniones que las que se refieren a lo que uno experimenta, y éstas son siempre verdaderas. Pero uno sí puede hacer, creo yo, que quien se forma, con una disposición insana de su alma, opiniones de la misma naturaleza que ella, pueda con una disposición beneficiosa tener las opiniones que a este estado le corresponden. Precisamente estas representaciones algunos por su inexperiencia las llaman verdaderas, mientras que yo las llamo mejores que las otras, pero no más verdaderas. Y de ningún modo, querido Sócrates, afirmo que los sabios sean batracios; antes bien, a los que se ocupan del cuerpo los llamo ‘médicos’ y a los que se ocupan de las plantas los llamo ‘agricultores’. Sostengo, en efecto, que éstos infunden en las plantas, en lugar de las percepciones perjudiciales que tienen cuando enferman, percepciones beneficiosas y saludables, además de verdaderas, y que los oradores sabios y honestos procuran que a las ciudades les parezca justo lo beneficioso en lugar de lo perjudicial. Pues lo que a cada ciudad le parece justo y recto, lo es, en efecto, para ella, en tanto lo juzgue así. Pero la tarea del sabio es hacer que lo beneficioso sea para ellas lo justo y les parezca así, en lugar de lo que es perjudicial.

167a-c

4. El filósofo.

En primer lugar, comenzaremos diciendo que aquéllos [los filósofos] desconocen desde su juventud el camino que conduce al ágora y no saben dónde están los tribunales ni el consejo ni ningún otro de los lugares públicos de reunión que existen en las ciudades. No se paran a mirar ni prestan oídos a nada que se refiera a leyes o a decretos, ya se den a conocer oralmente o por escrito. Y no se les ocurre ni en sueños participar en las intrigas de las camarillas para ocupar los cargos, ni acuden a las reuniones ni a los banquetes y fiestas que se celebran con flautistas. Además, el hecho de que alguien en la ciudad sea de noble o baja cuna o haya heredado alguna tara de sus antepasados, por parte de hombres o mujeres, le importa menos, como suele decirse, que las copas de agua que hay en el mar. Ni siquiera sabe que desconoce todo esto, ya que no se aleja de ello para granjearse una buena reputación. Ocurre, más bien, que en realidad sólo su cuerpo está y reside en la ciudad, mientras que su pensamiento estima que todas estas cosas tienen muy poca o ninguna importancia y vuela por encima de ellas con desprecio. Como decía Píndaro, él se adentra «en las profundidades de la tierra» y lo mismo se interesa por su extensión, cuando se dedica a la geometría, que va «más allá de los cielos» en sus estudios astronómicos. Todo lo investiga buscando la naturaleza entera de los seres que componen el todo, sin detenerse en ninguna de las cosas que le son más próximas.

TEOD. — ¿Por qué dices todo esto, Sócrates?

Sóc. — Es lo mismo que se cuenta de Tales, Teodoro. Éste, cuando estudiaba los astros, se cayó en un pozo, al mirar hacia arriba, y se dice que una sirvienta tracia, ingeniosa y simpática, se burlaba de él, porque quería saber las cosas del cielo, pero se olvidaba de las que tenía delante y a sus pies. La misma burla podría hacerse de todos los que dedican su vida a la filosofía. En realidad, a una persona así le pasan desapercibidos sus próximos y vecinos, y no solamente desconoce qué es lo que hacen, sino el hecho mismo de que sean hombres o cualquier otra criatura. Sin embargo, cuando se trata de saber qué es en verdad el hombre y qué le corresponde hacer o sufrir a una naturaleza como la suya, a diferencia de los demás seres, pone todo su esfuerzo en investigarlo y examinarlo atentamente. ¿Comprendes, Teodoro, o no?

TEOD. — Sí, y tienes razón.

Sóc. — Así pues, querido amigo, como te decía al principio, cuando una persona así en sus relaciones particulares o públicas con los demás se ve obligada a hablar, en el tribunal o en cualquier otra parte, de las cosas que tiene a sus pies y delante de los ojos, da que reír no sólo a las tracias, sino al resto del pueblo. Caerá en pozos y en toda clase de dificultades debido a su inexperiencia, y su terrible torpeza da una imagen de necedad. Pues, en cuestión de injurias, no tiene nada en particular que censurar a nadie, ya que no sabe nada malo de nadie, al no haberse ocupado nunca de ello. Por tanto, se queda perplejo y hace el ridículo. Y ante los elogios y la vanagloria de los demás, no se ríe con disimulo, sino tan real y manifiestamente que parece estar loco. Efectivamente, cuando se elogia a un tirano o a un rey, cree oír que están hablando de la felicidad de un pastor, ya sea de cerdos, vacas u ovejas, por haber ordeñado mucha leche. Pero considera que aquéllos tienen que apacentar y ordeñar a unos animales más díscolos e insidiosos que éstos, y que las personas de esa naturaleza, debido a la tarea que desempeñan, se hacen por fuerza no menos agrestes y carentes de educación que los pastores, apresados como están en sus murallas, al igual que el pastor en los rediles de las montañas. Cuando oye decir que alguien posee una fortuna admirable en extensión, por poseer diez mil pletros de tierra o aún más, tales cifras le parecen totalmente insignificantes, pues está acostumbrado a poner sus ojos en la tierra entera. Y cuando componen himnos genealógicos de alguien que puede demostrar la existencia de siete antecesores ricos, considera que tales elogios son propios de personas obtusas y cortas de miras, que por su falta de educación no pueden poner sus ojos en el todo, ni darse cuenta de que cualquiera tiene miles de antecesores y progenitores ni de que entre ellos los ricos y pobres se cuentan por muchos miles, así como los reyes y esclavos o los extranjeros y griegos.

Es más, a él le parece algo absurdo, por su pequeñez, que alguien se enorgullezca por una lista de veinticinco antepasados, aunque asciendan hasta el mismo Heracles, hijo de Anfitrión, ya que el antepasado vigésimo quinto, contando de Anfitrión hacia atrás, sería el que a éste le tocara en suerte, igual que podría decirse del quincuagésimo a partir de él. Se ríe de los que son incapaces de hacer un cálculo de esta naturaleza y no alejan la vanidad de su alma insensata. En todos estos casos una persona así sirve de mofa al pueblo, unas veces por su apariencia de soberbia, y otras veces por el desconocimiento de lo que tiene a sus pies y la perplejidad que en cada ocasión le envuelve.

Teod. — Eso que estás diciendo, Sócrates, es exactamente lo que ocurre.

Sóc. — Pero, querido amigo, cuando consigue elevar a alguien a un plano superior y la persona en cuestión se deja llevar por él, el resultado es muy distinto. Entonces quedan a un lado las cuestiones relativas a las injusticias que yo cometo contra ti o tú contra mí, y se pasa a examinar la justicia y la injusticia en sí mismas, lo que ambas son, y las diferencias que distinguen a la una de la otra, así como a ellas mismas de todo lo demás. De preguntas acerca de si es feliz el rey que posee riquezas se pasa a un examen de la realeza y de la felicidad o la desgracia que en general afecta a los hombres, para averiguar qué son ambas y de qué manera le corresponde a la naturaleza del hombre poseer la una y huir de la otra. Cuando alguien de mente estrecha, sagaz y leguleyo, tiene que dar una explicación de todas estas cuestiones, se invierten las tornas. Suspendido en las alturas, sufre de vértigos y mira angustiado desde arriba por la falta de costumbre. Su balbuceo y la perplejidad en la que cae no dan que reír a las tracias, ni a ninguna otra persona carente de educación, pues ellas no perciben la situación en la que se halla, pero sí a todos los que han sido instruidos en principios contrarios a la esclavitud.

Ésta es la manera de ser que tienen uno y otro, Teodoro. El primero, que ha sido educado realmente en la libertad y en el ocio, es precisamente el que tú llamas filósofo. A éste no hay que censurarlo por parecer simple e incapaz, cuando se ocupa de menesteres serviles, si no sabe preparar el lecho, condimentar las comidas o prodigar lisonjas. El otro, por el contrario, puede ejercer todas estas labores con diligencia y agudeza, pero no sabe ponerse el manto con la elegancia de un hombre libre, ni dar a sus palabras la armonía que es preciso para entonar un himno a la verdadera vida de los dioses y de los hombres bienaventurados.

173c-176a

5. Una breve historia de la filosofía: Heráclito, Parménides y Platón

Porque, además, Sócrates, si pretendiéramos dialogar con esa gente de Éfeso que pretende conocer esta doctrina de los heraclíteos y de los homéricos, como tú dices, o de otros aún más antiguos, no nos resultaría más fácil que si se tratara de maniáticos. Pues ellos siguen la doctrina al pie de la letra y, de hecho, se mantienen literalmente en movimiento. La posibilidad de que se mantengan atentos al curso de la conversación, esperando tranquilamente para responder o hablar cuando les corresponda, es absolutamente insignificante. La más mínima dosis de reposo sería mayor que la que ellos manifiestan. Si le haces una pregunta a uno, te dispara un aforismo enigmático, como si fuera una flecha que hubiera extraído de su carcaj, y, si quieres que te dé una explicación de lo que ha dicho, te alcanzará con una nueva expresión en la que habrá invertido totalmente el sentido de las palabras. Nunca llegas a nada con ninguno de éstos, ni ellos mismos lo consiguen entre sí. Al contrario, se cuidan bien de no permitir que haya nada estable en el discurso o en sus propias almas, porque piensan, me parece a mí, que eso sería algo inmóvil. Ahora bien, contra esto combaten decididamente, pues su intención es suprimirlo en todo tan absolutamente como sea posible.

179e-180b

[…]

No obstante, Teodoro, he estado a punto de olvidar que hay también otros que han dicho lo contrario de éstos, como los que sostienen que «la inmovilidad es el nombre que corresponde al todo». Pasábamos por alto todo aquello en lo que insisten los Melisos y Parménides, cuando afirman, en oposición a todos los anteriores, que la totalidad de las cosas constituye una unidad y permanece en sí misma inmóvil, ya que no tiene espacio alguno en el que pueda moverse. ¿Qué vamos a hacer, entonces, con todos éstos, amigo mío?

Al avanzar poco a poco no nos hemos dado cuenta de que hemos caído en medio de ambos bandos y, si no logramos defendernos de algún modo en nuestra huida, pagaremos el castigo, como les pasa a los que juegan en las palestras sobre la misma línea, cuando los cogen unos y otros y los arrastran en direcciones opuestas. 181a

Si se tratara de Meliso y de todos los que sostienen que el todo es uno e inmóvil, sentiría vergüenza, sin duda, si hiciéramos un examen vulgar de su doctrina, pero me avergonzaría menos que en el caso de Parménides, siendo él solamente uno. A Parménides se le podrían atribuir las palabras de Homero, pues a mí me parece que es a la vez «venerable y terrible». Yo conocí, efectivamente, a este hombre siendo muy joven y él muy viejo, y me pareció que poseía una profundidad absolutamente llena de nobleza.

183e

III. Bibliografía esencial

  1. F. M. Cornford: La teoría platónica del conocimiento. Barcelona: Paidós, 2007
  2. W. K. C. Guthrie: Historia dela filosofía griega, vol V. Madrid: Gredos, 1992
  3. Platón: Diálogos, vol. V. Parménides, Teeteto, Sofista, Político. A. Vallejo Campos (tr. Teeteto) Madrid: Gredos, 1992
  4. Platón: Teeteto (bilingüe). Madrid: Anthropos, 1990

6 comentarios en “Platón:Teeteto

  1. Encontré este artículo de Sánchez Bravo, y me viene bueno para mi estudio de Introducción a la Filosofía en la Universidad Católica, puesto que me pusieron como actividad el leer un pequeño fragmento de la obra de Platón: Teeteto, para comprender la importancia del asombro coo origen del filosofar. Yo estoy buscando tambie´n, interpretar el diálogo cuando se refieren a Iris y … , y quiero entender que tienen que ver estos personajes con el asombro y la filosofía; esto sí no lo encontré en este artículo, pero de todos modos me hizo comprender estos filósofos y la historia de la filosofía, lo que me da más material para comprender a estos grandes filósofos griegos antiguos.

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