Ignacio Echevarría: Trayecto. Un recorrido crítico por la reciente narrativa española. Barcelona: Debate, 2005.
Ignacio Echevarría (Barcelona, 1960) ejerció como reseñista habitual de El País desde 1990 hasta 2004. En 1996 publicó en Babelia una reseña no demasiado elogiosa de la novela de Rafael Chirbes La larga marcha. Esto provocó la respuesta furibunda del novelista Muñoz Molina en un artículo publicado en la sección cultural de El País. Acerca de las reseñas de Echevarría Muñoz Molina escribía:
Cuando todas y cada una de las gacetillas de folio y medio de este celebrado experto sean menos que cagadas de mosca en papel viejo de periódico las novelas de Rafael Chirbes, las que ya ha escrito y las que aún le faltan por escribir, seguirán alimentando la imaginación y la inteligencia de esos lectores que no dejan de buscar el fulgor de la vida y la pasión moral en la literatura (p. 290)
Este párrafo nos aclara el sentido de la intrigante portada de Trayecto. Aunque también podrían añadirse algunos significados más. Por ejemplo, al asociar al reseñista con las moscas se sobreentiende que es tan inevitable e insistente como ellas.
El siguiente episodio crucial en la trayectoria de Echevarría es su despido de El País por haber publicado una reseña despiadada de la novela de Bernardo Atxaga El hijo del acordeonista. Atxaga es uno de los autores blindados, intocables, del tándem El País-Alfaguara, pertenecientes ambos al grupo PRISA. La consecuencia más inmediata del despido es este libro en el que Echevarría reflexiona sobre la autoridad y la función del reseñista profesional.
Trayecto se compone de un prólogo, que recoge una ácida crítica del mercado editorial y una reivindicación de la autoridad del crítico, 71 reseñas dedicadas a la reciente narrativa española y seis artículos donde analiza el funcionamiento del mundillo literario.
El prólogo es una interesante colección de pensamientos sobre la función del reseñista dentro del mercado editorial. Echevarría define al reseñista como un crítico literario que ejerce su labor en la prensa diaria con todas las limitaciones que ello implica, un espacio reducido y un lector que busca apresuradamente el «palo» o el «elogio». El reseñista aspira a hacerse un hueco entre el periodista y el publicista. Así, por ejemplo, la primera reseña de Echevarría en El País estuvo dedicada a desmontar el vergonzoso encumbramiento de Antonio Gala y Fernando Sánchez Dragó en el Premio Planeta de 1990.
A continuación Echevarría se pregunta cuál es el fundamento de sus valoraciones literarias, dónde reside el fundamento de su autoridad. En primer lugar, responde, en su «capacidad para tener razón» y, en segundo lugar, en un estilo impersonal que se sobrepone al relativismo que implican expresiones como «en mi opinión» o «a mí me parece que…». Dejando a un lado esta segunda recomendación estilística, qué significa esa «capacidad para tener razón». Emana, dice Echevarría, de los «textos que él admira», de la «Literatura con mayúscula», y no del mercadeo publicitario, la ideología política o la juventud del narrador. Llega a decir, incluso, que la consumación de la misión del reseñista es «acompañar y tal vez orientar» la obra de determinados autores a los que ha ayudado a «abrirse paso». Otro modo de llamar la atención del lector sobre la Literatura con mayúsculas, la que nada tiene que ver con el mero entretenimiento, es hablar mal de esos libros diseñados por la industria editorial para satisfacer las inclinaciones más bajas del lector medio.
A lo largo del prólogo Echevarría distingue tres grandes etapas en la historia de la literatura española reciente. La primera estaría compuesta por aquellos novelistas contrarios al franquismo que renovaron la narrativa nacional durante los años sesenta y setenta. Son autores como Luis Goytisolo, Juan Marsé o Sánchez Ferlosio, autores que han continuado produciendo obras de indudable mérito y a los que Echevarría dedica elogiosas reseñas.
La «nueva narrativa española», la segunda etapa, se forja a lo largo de los ochenta al abrigo de los gobiernos del PSOE. Aportó obras de indudable mérito, sobre todo de autores que habían empezado a publicar en los setenta, como Luis Mateo Díez, Juan José Millás, Vila-Matas, Javier Tomeo o Álvaro Pombo. Pero, del mismo modo que en el terreno social y político se quiso hacer borrón y cuenta nueva con el franquismo, en el terreno literario se olvidaron los logros de los autores de la primera etapa. Haber cancelado la conexión literaria con sus mayores es el motivo por el que, según Echevarría, algunos cayeron en un modo de hacer literatura que ha resistido muy mal el paso del tiempo. Como ejemplos, podemos citar a Javier García Sánchez, Antonio Muñoz Molina, Rafael Chirbes, Julio Llamazares, Alejandro Gándara, Soledad Puértolas, Adelaida García Morales y otros.
La tercera etapa, «la joven narrativa española», se inicia en 1992 con el éxito la novela de Ray Loriga Lo peor de todo. En este período se lleva a su máxima expresión la obsesión por «lo nuevo», «la juventud», «lo último». La insuficiencia de este criterio ha terminado por encumbrar auténticos fraudes como Lucía Etxebarría o José Ángel Mañas. Es la época en que los grandes premios literarios se convierten en gigantescos aparatos publicitarios al servicio de las editoriales.
De las 71 meritorias reseñas de Echevarría unas son elogiosas y otras negativas. En ambos casos, el mérito de Echevarría es señalar en pocas palabras el valor o la miseria de la obra comentada. Así, por ejemplo, para referirse a las virtudes de La fea burguesía de Miguel Espinosa dice:
Como un ángel exterminador, Espinosa blandió su pluma contra la fea burguesía franquista. Pero lo hizo al modo buñuelesco. La encerró entre las paredes de sus propios gestos y de sus propias palabras. Y allí permanece para siempre, como insectos sin sosiego en sus frascos de cristal (p. 66)
Para mostrar la pobreza de un éxito de los ochenta, La historia más triste de Javier García Sánchez, Echevarría dice lo siguiente:
Pero donde la vulgaridad alcanza cotas imprevisibles es en el dibujo mismo de una historia que, ya hacia el final, se resume a sí misma —pues todo en ella es explícito— como «una crónica sentimental intensa y sincera» y, sobre todo, como «una historia de desamor». Si el lector pide más datos, sepa que El último tango en París, Nueve semanas y media, El imperio de los sentidos o Emmanuelle admiten ser tomados aquí como grumos referenciales de una papilla amasada con los residuos de las más impotables novelas rosas, del romanticismo más desaforado y caduco, de la pornografía peor sublimada, todo ello hinchado con la levadura del exceso retórico y la impostación pasional. (p. 84)
Algunos de los autores asociados a reseñas más o menos elogiosas son:
- Ramón Buenaventura, El año que viene en Tánger,
- Miguel Espinosa, La fea burguesía,
- Ismael Grasa, La Tercera Guerra Mundial,
- Belén Gopegui, La conquista del aire,
- Luis Goytisolo, Estatua con palomas y Diario de 360º,
- Javier Tomeo, La agonía de Proserpina,
- Manuel de Lope, Bella en las tinieblas,
- Ray Loriga, Lo peor de todo y Tokio ya no nos quiere,
- Luis Landero, El mágico aprendiz,
- Javier Marías, Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí,
- Eduardo Mendoza, Una comedia ligera,
- Juan Marsé, El amante bilingüe y El embrujo de Shanghai,
- Alvaro Pombo, Donde las mujeres,
- Isaac Rosa, El vano ayer,
- Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos,
- Enrique Vila-Matas, Hijos sin hijos y
- Lorenzo Silva, Carta blanca.
Algunos de los autores que padecen la ira crítica de Echevarría son los siguientes (resalto en negrita las reseñas especialmente sangrantes) :
- Bernardo Atxaga, El hijo del acordeonista,
- Rafael Chirbes, La larga marcha,
- Antonio Gala, El manuscrito carmesí,
- Javier García Sánchez, La historia más triste,
- Félix Romeo, Dibujos animados,
- José Machado, A dos ruedas,
- José Ángel Mañas, Historias del Kronen,
- Carmen Martín Gaite, Nubosidad variable,
- Julián Ríos, La vida sexual de las palabras,
- Andrés Ibáñez, El mundo en la era de Varick,
- Antonio Muñoz Molina, El jinete polaco,
- Pedro Maestre, Matando dinosaurios con tirachinas,
- Arturo Pérez-Reverte, Limpieza de sangre,
- Jesús Ferrero, El secreto de los dioses y
- Fernando Sánchez-Dragó, El camino del corazón.
Llega el momento de sugerir cómo veo personalmente el estado de la cuestión. La reivindicación de la autoridad del crítico, capaz incluso de influir en la evolución de los autores que reseña, es excesivamente maximalista. El propio Echevarría es consciente de que en la actual sociedad de mercado sólo se necesita una factor para medir la calidad literaria de una obra: el éxito editorial, los ejemplares vendidos. Se queja de que se coloca a Pérez Reverte y a Ruiz Zafón en el mismo rango que a Vila-Matas. Pero este hecho innegable no debería asombrar ni escandalizar a nadie. El mundo literario no es una isla inabordable separada del resto de la sociedad. El dinero lo iguala todo transformándolo en mercancía. No existe por encima de él criterio ni autoridad alguna. Tomemos el caso típico de otra forma de arte, la pintura: un cuadro vale lo que alguien esté dispuesto a pagar por él. Por mucho que el reseñista resista, esa isla de autoridad que reclama hace tiempo que desapareció devorada por las aguas del capital.
La crítica literaria, como la filosofía, son ambas discursos de segundo orden. Han aspirado desde siempre a un discurso normativo, a ejercer cierta influencia sobre su parcela de la realidad. Hay algo edípico en la crítica literaria. El crítico siente celos del creador que intima con la musa y quiere sodomizarlo o liquidarlo. Una salida posible al problema de la crítica es abandonar esa tensión edípica y confiar en el criterio del receptor y la criba del tiempo. Creo que así lo sugiere Ramón Buenaventura:
Quien traspasa el arte a las multitudes no tiene por qué ser el artista, sino los receptores de la obra: esa «inmensa minoría» de personas capaces de recibir un libro, un poema, una pieza musical, una pintura, una escultura, contagiarse de ellos y, a continuación, contagiar a otras personas que no desean o no pueden recibir la creación directamente. El traslado puede ser lentísimo. De hecho, el arte más avanzado puede no llegar nunca a las personas más alejadas de los primeros receptores. La pintura moderna, en general, sigue siendo objeto de mofa y chirigota para buena parte de los seres humanos. La llamada «música contemporánea», a pesar de su enorme influencia en toda la creación musical, hasta la más arrastrada, solo toca a unos cuantos miles de personas en el mundo entero. La literatura más refinada apenas se lee, pero no se escribe una página hoy en día, ni siquiera en los textos más desvergonzadamente buscaperras, en que el avezado discernidor no capte la impronta, directa o indirecta, de alguno de los grandes escritores. Que, repito, muy pocas personas han leído.
La obra de arte es un objeto de apreciación minoritaria que va llegando a las mayorías de transmisor en transmisor, hasta convertirse, muchas veces, en valor común de la sociedad. Su influencia es enorme. Su necesidad, vital. El arte ha contribuido más que que la Ciencia o la Religión a la configuración del ser humano, a la transformación del animal primero en un ser mejorable por impulso propio y consciente.
Estupenda crítica. Tengo que reconocer que nunca he leído este libro entero. De vez en cuando lo cojo en la biblioteca y me dejo llevar por la curiosidad. (Echeverria y nuestro amigo Reig son casos excepcionales en esta España tan encorsetada por la industria cultural).>>De lo que he leído de «Trayecto» hay algo que me gusta o algo que me chirría un poco. Lo que me gusta es el estilo de Echevarria. Me parece un escritor muy brillante. Por desgracia, su acidez entre demoledora y resentida no siempre se sitúa en la lucidez. A veces lo consigue, y me encanta. Pero también hay ocasiones en las que se pasa de rosca. De todos modos, conozco el triste episodio de Babelia y Atxaga y me pareció lamentable.>>En cuanto a tu reseña, me quedo con esa visión un poco deleuziana sobre la nivelación y mercantilización del capitalismo y con la descripción de la tensión edípica de muchos críticos. Soy muy poco admirador de la academización del arte.>>Un saludo.
Bienvenido crates.>>Es cierto que en algunas reseñas Echevarría muestra una agresividad algo injustificada. Pero, como dices, en general, resulta muy interesante. Es una estupenda brújula para orientarse en un mercado editorial dominado por la publicidad y la obsesión por lo nuevo. >>Creo que si las historias de la literatura fuesen así de radicales y apasionadas funcionarían mejor con los alumnos. Eso es algo que me gusta mucho de Rafael Reig. Además de eso es capaz de incorporar influencias literarias de todo tipo para llevarlas mucho más allá. Es capaz de dar vida a libros de los que personalmente nunca me habría ocupado.>>He echado un vistazo a tu blog y me ha parecido muy interesante. Espero leerlo pronto con detenimiento. Te enlazo.>>Encantado de que hayas pasado por aquí. Gracias.
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Muy buen analisis, debo confesar que no he leído acerca de este interesante autor, y que en cuanto disponga de tiempo lo hare.>>Muy interesante tu blog, el blog al cual deberíamos acudir cuando las ansias culturales nos comiencen a ensordecer los sentidos.>>Visiten mi blog:>>http://seroestar-hoy.blogspot.com/>>Saludos cordiales.>>Atte. Lucas Licata.
Gracias por participar. Me alegra que te haya gustado el blog.
Pues resulta que este hombre, Ignacio Echevarria (Asteinza de segundo apellido) es hermano de Lucia Etxebarria (Asteinza de segundo apellido) la escritora. >Se lo he preguntado directamente con una entrada en su blog y me ha borrado el mensaje, así que parece que es cierto. >>No puedo creer, vaya amor fraternal este. >> Y Lucia Etxebarria escribiendo «La Letra Futura» en plan novata en esto de las letras cuando tiene un hermano que es crítico de Babelia !!! hay que ser jeta!!!!>>Y el otro hablando del fraude de escritores como lucia Etxebarria. >>Jo que asco!!!!!
Pues no sé qué decirte. Sólo sé que Ignacio es un crítico literario con un poco de ojo y a la tal Lucía ni la he leído ni la pienso leer.
Habrá que leerlo.