Étienne Gilson: El ser y los filósofos. Santiago Fernández Burillo (trad.) 5ª ed. Navarra: Eunsa, 2005.
Si pasa usted por el trance de preparar en España unas oposiciones a docente de filosofía en instituto este anacrónico libro del cristiano neotomista Gilson le ayudará a preparar los temas de metafísica. Junto a su obra emblemática La filosofía en la Edad Media: desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV (versión española de Arsenio Pacios y Salvador Caballero. Madrid: Gredos, 2007) constituye parte importante de la bibliografía esencial para enfrentarse a:
- La metafísica como problema
- Formación y sentido de la idea de ente
- Los primeros principios y su valor ontológico
- Las categorías y los diversos sistemas categoriales
- Los distintos planteamientos en torno al concepto de sustancia. Valoración crítica del principio de causalidad
- La realidad personal y el problema de la libertad
- El debate en torno a las relaciones entre la fe y la razón
- Ontologismo, agnosticismo y ateísmo
Dicho esto, si tiene usted la fortuna de aprobar, no se olvide de olvidar inmediatamente lo aprendido porque las discusiones escolásticas sobre ser, sustancia, esencia y existencia producen, a medio y largo plazo, reblandecimiento cerebral.
Cuando Gilson reclama atención y seriedad para comprender las posiciones metafísicas de Suárez, Scoto o Tomás está hurtándonos la verdad profunda. En toda discusion sobre los primeros principios del ser y del conocer todo se resuelve en última instancia en cuestiones de índole moral o política. En general, aquello de lo que habla Gilson (la unidad del ser, la relación entre esencia y existencia, la infinitud del primer principio…) no es más que una gigantesca logomaquia creada por una clase político-sacerdotal que busca defender intereses muy, muy concretos.
A este respecto es muy ilustrativa la historia de la filosofía medieval que Umberto Eco bosqueja en su novela El nombre de la rosa. Las polémicas teológicas entre franciscanos y tomistas se reducen en definitiva a la cuestión de si es correcto que la iglesia acumule bienes materiales mientras a su alrededor sus fieles mueren de hambre. Una cuestión que sólo tiene una respuesta posible para cualquiera que la examine objetivamente se convierte en la novela en una encendida disputa filológica sobre si Cristo llevaba o no monedero en sus idas y venidas por Galilea. El enfrentamiento entre la metafísica de Ockham y los tomistas tiene como trasfondo si es legítimo que el papa acumule poder político y militar. Lo cual, si nos atenemos a los Evangelios, tiene también una respuesta bastante sencilla.
La crítica de Nietzsche a la metafísica es especialmente apropiada en este caso:
Todos los valores supremos son de primer rango, ninguno de los conceptos supremos, lo existente, lo incondicionado, lo bueno, lo verdadero, lo perfecto —ninguno de ellos puede haber devenido, por consiguiente tiene que ser causa sui. Mas ninguna de esas cosas puede ser tampoco desigual una de otra, no puede estar en contradicción consigo misma… Con esto tienen los filósofos su estupendo concepto «Dios»… Lo último, lo más tenue, lo mas vacío es puesto como lo primero, como causa en sí, como ens realissimum [ente realísimo]… ¡Que la humanidad haya tenido que tomar en serio las dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de telarañas!—¡Y lo ha pagado caro!…
Nietzsche, F.:Crepúsculo de los ídolos, La razón en la filosofía, §4.
«[…] no se olvide de olvidar inmediatamente lo aprendido porque las discusiones escolásticas sobre ser, sustancia, esencia y existencia producen, a medio y largo plazo, reblandecimiento cerebral.»
Cierto, ni la psiquiatría dispone de categorías para tamaños desbarres escolásticos.
Escribí la reseña bajo la impresión reciente del estilo de Umberto Eco. Sus novelas son un buen ejemplo de cómo puede hacerse una historia de la escolástica que no tiene nada que ver con Gilson.
Para equlibrar un poco la supuesta reseña, transcribo un comentario publicado en Amazon:
This is perhaps the greatest and most illuminating study of the history of metaphysics and the problems that motivate it that I've ever read. Gilson begins by discussing metaphysics as the inquiry of being qua being and shows why philosophy is led endlessly back to this issue because of a fundamental ambiguity belonging to the concept of being. On the one hand we use being as a noun denoting possibility or the whatness of a thing. For instance, a triangle is a three sided figure regardless of whether triangles actually exist or not. On the other hand we use being in the sense of the verb «to be» denoting existence or the fact that something is. Problems emerge when we recognize that when we speak of beings we tend to emphasize their intelligibility, essence or whatness, while nonetheless all of us are actually concerned with whether or not a particular essence actually is. Since there's not much that can actually be said about existence, philosophy progressively comes to emphasize the intelligibility of beings as in the case of Wolffe, Kant and Hegel such that being becomes reduced to a field of pure possibility (formal ontology) that cannot explain what existence adds, if anything, to the being of a thing. Gilson traces this tension throughout the history of philosophy, examining Parmenides, Plato, Plotinus, the Scholastics, modern thought and existentialism showing how all of these different thought experiments have been attempts to come to terms with this issue. Ultimately Gilson wants to advocate a Thomistic solution to this problem, but whether you agree with Gilson's solution or not, what's truly of value in this book is the paradoxes and difficulties inherent in the different attempts to reconcile being as possibility or essence and being as existence. This really is a must read for anyone interested in metaphysics and in contemporary critiques of essentialism and universals. As someone deeply entrenched in contemporary continental philosophy (Deleuze/Heidegger), what is so amazing about this book is that it is so relevant to current debates and argued in such a reasonable and careful way. Where many critiques of essentialism today take on the cast of being teleological and moralistic by virtue of referring to some sort of politics as the reason that we should reject essentialism, Gilson shows that the troubles with essentialism are internal metaphysical problems in their own right that deserve to be addressed in their own terms. Gilson ultimately does not reject essences, but does argue that we cannot divorce essence from existence.
Hola Anónimo, gracias por tu aportación.
alguien lo tiene en PDF ?
me parece muy flojo tu reduccionismo amigo, que todo se resuma en debates sobre si el clero esto o lo otro no agota ni mucho menos la importancia que tiene la escolástica medieval, de la que parte la ciencia moderna, y muchos otros asuntos de primera importancia.
Lo que verdaderamente la humanidad ha pagado muy caro es prestar demasiados oidos al charlatan de nietzsche y su verborrea sobre cosas de las que no sabía nada.
El nombre de la rosa es una bonita novela pero si vas a criticar el monumento medieval a la razón debes leer más y no ser tan ignorante y atrevido.
Gracias por dejar su comentario.
Definir un estadio del pensamiento o una teoría filosófica estrictamente desde el ámbito de la psiquiatría –si es que tal cosa es posible- puede llegar a ser tan simplista y estúpido como pretender hacer crítica literaria teniendo en cuenta únicamente la fuente de letra con la que una obra ha sido redactada.
En cuanto al pensamiento medieval, creo que está fuera de lugar la influencia de autores clásicos y el uso de su terminología (ser, sustancia, esencia y existencia, ente, acto, potencia…); así como una innegable influencia posterior en la filosofía moderna (especialmente en el racionalismo y el idealismo). ¿También son estos pensadores unos débiles mentales?
Por cierto, especialmente dañino para la mente y capaz de “reblandecer el cerebro” es la ausencia de pensamiento o el pensamiento único. En ese sentido le traigo a colación un fragmento de “El espíritu de la filosofía medieval” que, salvo con matices, el propio Heidegger podría suscribir:
“A menudo se reprocha a las filosofías medievales su ingenuo antropomorfismo. Nada más natural que semejante reproche proveniente de espíritus formados en las disciplinas científicas y deseosas de substituir en todo la ciencia a la filosofía; pero aunque no todos los escolásticos hayan ignorado las ciencias tanto como se supone, su ambición primera no era la de ser sabios, sino más bien teólogos y filósofos. Lo que se proponían era el descubrimiento de los primeros principios y la interpretación racional de estos datos elementales de lo real, que, aceptados por el sabio como datos puros, para el filósofo exige que sean explicados. Ni el ser, ni el movimiento como tal, necesitan ser justificados desde el punto de vista de la ciencia, pero deben serlo desde el punto de vista de la filosofía; y lo mismo sucede con la causalidad.”