Platón: Las leyes, libro IV

Rafael: La escuela de Atenas (detalle)
Rafael: La escuela de Atenas (detalle)

En el libro IV de Las leyes Platón empieza a diseñar su modelo ideal de Estado. Comienza con sus características geográficas y nos damos de frente con el primero de sus rasgos totalitarios. Platón, el gran filósofo, desea una ciudad aislada, justo lo opuesto al tipo de sociedad en que nació la filosofía, en las costas del mar Jónico. El mar y el comercio son siempre una mala influencia para la sociedad:

En efecto, el mar cercano significa para una región el placer cotidiano, aunque, en realidad, es una vecindad muy desagradable y amarga, pues, al llenarla de tráfico y los negocios del comercio al por menor y al engendrar costumbres cambiantes y no fiables en las almas, hace a la ciudad no fiable y la enemista consigo misma, así como con los otros hombres. 705a-c

La cercanía del mar no sólo empeora a la ciudad sino también a los hombres. Es una vergüenza pasar de ser hoplita, valiente soldado de infantería, a convertirse en marinero, que en en este contexto significa lo que hoy llamaríamos «pirata», uno que asalta por sorpresa poblaciones indefensas para darse a la huida a la más mínima señal de peligro.

En realidad les hubiera valido más sacrificar aún muchas veces siete rapaces , antes de pasar de ser firmes hoplitas a ser marinos y acostumbrarse a saltar a tierra a menudo y a retirarse a la carrera hacia las naves sin que les parezca hacer nada vergonzoso cuando no tienen valor para entregar su vida, esperando a pie firme el ataque de sus enemigos. 706c

El diseño platónico no busca sólo garantizar la supervivencia de los individuos sino «que lleguen a ser lo mejor posible y que sigan siéndolo mientras vivan» 707d. Esta sentencia recuerda muchísimo a las críticas de Nietzsche al evolucionismo de Darwin.

Platón es consciente de la distancia que existe entre el modelo ideal y la realidad material. Esta no se somete a los deseos del hombre sino que son el azar y el dios quien la gobiernan. De todos modos, si se dieran casualmente las circunstancias materiales que permitiesen una sociedad feliz sería una buena cosa contar con un buen legislador y unas buenas leyes.

Que es el dios el que lo gobierna todo y que el azar y la oportunidad ejercen el gobierno de todos los asuntos humanos sólo con la ayuda de dios… cuando se den todas las otras cosas de las que debe estar dotada una región por el azar, si alguna vez ha de ser habitada felizmente, también necesita la tal ciudad que le sobrevenga un legislador que se guíe por la verdad.  709b-c

¿Cuál es el primer requisito que este buen legislador le exigiría al azar para poder comenzar a administrar la ciudad? La respuesta de Platón es otro zarpazo totalitario que se mantendrá durante siglos en la filosofía política. «Dadme la ciudad tiranizada», dice. Platón cree que la tiranía es el modo más rápido y eficaz para introducir reformas democráticas, que garanticen el correcto equilibrio entre monarquía y democracia. Algo muy semejante podemos leer también en La paz perpetua de Kant. Platón mantiene esta convicción a pesar de haber fracasado en tres ocasiones en su intento de aplicar sus teorías políticas en la corte de Siracusa, Sicilia.

Dadme la ciudad tiranizada, dirá. Que sea un tirano joven, memorioso, con facilidad para el aprendizaje, valiente y magnánimo por naturaleza. (…) 710a Donde el poder es más pequeño en número, pero más fuerte, como en la tiranía, en ese momento y lugar, el cambio suele darse con rapidez y facilidad. 711a

¿Qué sistema político deberá imponer a la ciudad este legislador? Ni el de Atenas ni el de Esparta. Para aclarar este tema Platón utiliza el mito, el gobierno en la época de Cronos. El rasgo principal de esta forma de gobierno era que Cronos había puesto al mando de esta sociedad humana feliz a una estirpe no humana sino divina, del mismo modo que hoy día son humanos los que rigen sobre el ganado. Otra idea que subyace a todo tipo de planteamientos fascistas, Nietzsche incluido.

Cronos, conociendo, como ya lo tenemos expuesto, que el ser humano es incapaz de no llenarse de insolencia e injusticia si administra todas sus cosas, siendo su propio amo, colocó -cuando reflexionó sobre esto- como reyes y gobernantes de nuestras ciudadades,  no a seres humanos, sino seres de una estirpe más divina y mejor, espíritus, tal como hacemos ahora nosotros con el ganado y todos aquellos animales de los que hay manadas domesticadas. No hacemos que los bueyes gobiernen a los bueyes ni las cabras a las cabras, sino que somos sus amos nosotros, una raza superior a ellos. De la misma manera, el dios, como también amaba a los hombres, nos hizo presidir por una raza superior, la de los espíritus, la que con mucha facilidad para ellos y mucha para nosotros, si ocupadaba de nosotros y, al proporcionarnos paz, pudor, obediencia y abundancia de justicia, hizo a las razas humanas absolutamente libres  de discordia y felices. 713c-d

Si en la época de Cronos obedecíamos a una raza superior, debemos esforzarnos en imitar esa idea. Debemos, por tanto, obedecer lo que «hay de inmortal en nosotros…denominando ley a la distribución que realice el intelecto.» 714a

A continuación, Platón se enfrenta a la habitual objeción de los sofistas a la justicia política: no existen leyes buenas ni mejores, todas las leyes son una mera excusa para poner el poder al servicio del más fuerte, tal y como defendieron Trasímaco y Calicles en República. En esos sistemas políticos ni las leyes son leyes ni los individos ciudadanos. Devolver la dignidad a la ciudad requiere no entregar las magistraturas a los más ricos o a los más fuertes sino a los más obedientres a las leyes. De este modo, dice Platón en un párrafo con resonancias de Anaximandro, llega la salvación a las ciudadades.

En efecto, en la que la ley esté eventualmente dominada y no tenga poder, veo su ya pronta destrucción. Pero en aquella en la que la ley fuere amo de los gobernantes y los gobernantes esclavos de las leyes, contemplo la salvación y que llega a tener todos los bienes que los dioses conceden a las ciudades. 715d

El discurso que Platón dirigiría a los varones fundadores de la ciudad desarrolla el leit-motiv de Anaximandro. Las leyes de la ciudad son a imitación de la ley universal y divina que rige las revoluciones de los planetas. Quien, por soberbia o insolencia, desobedece las leyes es como si introdujese el caos en el universo, y tarde o temprano habrá de pagar su pena a la diosa Justicia. ¿Cómo debe actuar el hombre prudente? Pues siguiendo un antigo dicho aparece ya en Homero y que  suele atribuirse a Aristóteles, la justa medida.

Lo semejante ama a lo semejante si es mesurado. El dios es la medida de todas las cosas, no el hombre de Protágoras. Quien quiera ser querido por el dios deberá elegir también la moderación y la prudencia.

Para nosotros el dios debería ser la medida de todas las cosas; mucho más aún que, como dicen algunos, un hombre. Es necesario, por tanto, que el que ha de llegar a ser querido por él se convierta lo más posible también él en un ser de estas características. Según este dicho, el prudente de entre nosotros es querido por el dios, pues es semejante, peor el que no es prudente es desemejante, diferente y desigual, y lo demás es así según esta proporción. 716e

Por último Platón expone dos modos en que las leyes podrían ser expuestas: uno, en el que no se da explicación alguna de la ley, semejante al que ponen en práctica los médicos de esclavos, y otro en el que se ofrece un razonamiento sobre los motivos de la ley, un preámbulo, comparable al modo en que tratan a sus pacientes los médicos de hombres libres. Platón se decide por este último para los siguientes capítulos.

4 comentarios en “Platón: Las leyes, libro IV

  1. Platón era un gran pensador, no cabe duda. Otra cosa es que estemos de acuerdo con él.

    Eso de convertirnos en ovejas y que un pastor nos guíe…No creo que sea lo mejor para una ciudad, por mucho que él pensase que sí.

    Pero bueno, esas guerras si que merecían la pena, las de pensamientos y no las de las armas.

    Un saludo.

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